"El enorme oso, serio, viejo y de color pardo, estaba encantado de tener un alumno tan inteligente".
Sin embargo, el personaje creado por Rudyard Kipling difiere bastante de esa figura adaptada por la industria Disney y que no hace justicia al preceptor de la Manada, el máximo responsable de la educación de los jóvenes lobeznos en los principios de la Ley de la Selva:
"Mowgli, al ser un cachorro de hombre, tuvo que aprender mucho más (...)
Así que Baloo, el Maestro de la Ley, le enseñó las referentes al Bosque y las Aguas;
cómo distinguir una rama podrida de una sana; cómo hablar educadamente
con las abejas silvestres cuando encontrara una de sus colmenas a quince metros
del suelo (...) Después Mowgli también aprendió el Aviso del Cazador Forastero,
que hay que repetir en voz alta hasta que sea contestado, siempre que uno de los
habitantes de la Selva cace fuera de su propio territorio"...
Parece que se lo tenía que currar un poco más de lo que canta su versión animada:
Busca lo más vital nomás,
lo que es necesidad nomás,
y olvídate de la preocupación.
Tan solo lo muy esencial
para vivir sin batallar
y la naturaleza te lo dá.
(...)
la abeja zumba siempre así
porque hace miel solo para mí...
Después de haber leído la obra más famosa de Kipling entiendo por qué sir Baden Powell, un serio oficial del Ejército inglés, dedicara su jubiliación a crear el movimiento Scout basado en las enseñanzas y los personajes de El Libro de la Selva. Un movimiento a través del que millones de chavales por todo el mundo hemos aprendido a vivir, convivir y trabajar con respeto al prójimo y a nuestro entorno con lealtad, abnegación y pureza. Y no digo que el Baloo cinematográfico no cumpla con las tres virtudes scout. Si eso tal vez cojea 'un poco' de la segunda pero desborda pureza y lealtad, como demuestra al lanzarse a la pista de baile de los Bandar-log a entretener al Rey Louie para salvar a Mowgli. Pero en general, poco se parece al personaje literario, serio y a veces inflexible, que prefiere ser él quien magulle de un sopapo la cara y el orgullo de su joven discípulo (la letra con sangre...) a que sea la zarpa de Shere Khan la que le imparta las lecciones más duras de la vida.
Por eso pido justicia para el maestro de la Selva frente al bobalicón comedor de hormigas que conocimos en la tele o el cine. Sí que es cierto que Disney se ha reconciliado en parte con éste y otros personajes de los bosques de Seeonee con la más reciente versión de su vieja película, donde se aprecia la extrema cortesía -diferencias de grado en la escala alimenticia aparte- con que Kipling dotó a los animales de la selva (y de la que los humanos podían aprender más). Pero aún le queda para acercarse al libro y distanciarse de aquella versión totalmente inocente que nos ofreció en los años 60 enfocada a un público meramente infantil y por la que tantos chavales aprendimos a querer a un bobalicón oso gris. Hoy, como padre, le tengo aún si cabe más respeto al viejo oso pardo.
El Libro de la Selva, el de dibujos animados, cumplió este año medio siglo desde su primera proyección. 50 años que le debemos de justicia a uno de los personajes con la memoria más distorsionada de la historia de la literatura.
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