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Así conocí Molist. (loslibrosdemolist.wordpress.com/) |
Si nunca fui cliente de Molist es porque cuando pasaba por delante de su puerta por lo menos dos o tres veces por semana
(lo que implicaba babear un poco su escaparate o, cuando quería flagelarme en días de lluvia, entrar hasta que escampase), mis parcas finanzas estaban repartida íntegramente entre la compra del mes, el alquiler, comprar tabaco
(Celtas, no se crean) y pagarme alguna cerveza ocasional además, claro, de guardar para el tren de vuelta a Palencia. El resto iba de reserva para la matrícula del próximo año en la Escuela de Periodismo. Hoy en día aún no me explico cómo daban para tanto los 180 euros
(30.000 pesetas, un pastizal) que ganaba como redactor en prácticas
(vamos, becario de toda la vida) en La Voz de Galicia.
Precisamente en La Voz acabo de leer que
Molist cierra sus puertas. Que se acabó lo que se daba. La crisis, los soportes digitales y, tal vez, la falta de ánimo para adaptarse a las nuevas circunstancias y el declive del negocio que se adivina en la mudanza que ya hubo de sede, de la vetusta casa entre la Plaza de Pontevedra y el Cantón, a la más moderna y desconfigurada galería de un edificio de oficinas frente a la playa de Riazor. Un sitio de vistas bonitas, sin duda, pero sin mucha gracia.
Si físicamente va a ser imposible, ojalá pueda seguir viendo su nombre a través de las
redes sociales y, esta vez sí, hacerme con alguno de sus ejemplares por correo o como sea.
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