miércoles, 8 de junio de 2016

En la consulta del oculista

A falta de poder leer, me entretengo tirando fotos en el consultorio.
Mal había abierto el libro, las letras comenzaron a danzar delante de mí. Iban y venían. Primero despacio, después más deprisa, hasta que apenas dos frases después mis ojos fueron incapaces de seguir enfocándolas fuera cual fuera la distancia a la que me pusiera de ellas. El drama se consumaba a pesar de mi bienintencionada voluntad de llevar lectura a la consulta del doctor Raposo. Se reveló un porte infructuoso desde el momento en que fui prácticamente el primer atendido. Efectivamente, estoy comenzando a hacerme viejo, lo que constato con algunas de las señales evidentes de ese deterioro físico. Después de más de 12 años desde que comprara mis primeras y por ahora aún únicas gafas, todavía me consideraba un no usuario. Y posiblemente me lo siga considerando aunque la revisión obligatoria para la renovación del carnet de conducir me inste a pensar más seriamente en la necesidad de ayuda artificial. Si bien que es principalmente en un ojo donde reside el mayor problema. Podría usar un monóculo, me recomiendan por ahí, con lo que sería la envidia y rechinar de dientes de los hipster más recalcitrantes. Pero no.

De todas formas, de la visita al oculista me llevo el diagnóstico casi como accesorio, puesto que me he ido a topar con un humanista de tomo y lomo. Académico escritor y 'soneteador', a quien he escuchado hoy declamar versos de Lorca mientras estudiaba con su pupila mi pulila... verde, y cantar la mejor elegía que se pudiera dedicar nunca a un gallo. Ha sido tan emotiva que estamos todos soñando con que no se cumpla el vaticinio del rapsoda y que el gallo pueda llegar a viejo con salud y bien lejos de cuaquier cazuela. Amante de Cervantes, coleccionista impenitente de ediciones del Quijote, el oculista Raposo se declara aficionado al Coloqio de los Perros. Y aunque su dedicación y su afición combinarían más con un Quevedo, es fan confeso y convicto del poeta de nariz superlativa, frisón archinariz, caratulera, sabañón garrafal, morado y frito.

Me llevo de la consulta no el susto por mi empobrecido mirar (que tampoco es tan grave, no se vayan a alertar) si no un libro de poemas dedicado, una rica tertulia sobre libros y una alegría espiritual fruto de las conversaciones de esas que dices "eso es. Así da gusto comenzar un miércoles y cualquier día de la semana".


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