miércoles, 13 de julio de 2022

Con un libro en el ascensor


Que la inspiración te pille trabajando. O por lo menos con un lápiz y un papel a mano. Y si te quedas preso en un ascensor, que sea con un libro a tiro. El móvil también es válido, pero como andes corto de batería es como tener tabaco en medio del campo y no tener mechero. 

 Pensando en ello, es curioso cómo hemos modificado nuestros conceptos. Antiguamente podías ver a personas por la calle leyendo el periódico o hasta un libro -¿y qué me dices del tipo al que pilló el helicóptero de la DGT enfrascado en vete tú a saber qué novela mientras hacía kilómetros un poco más allá del límite permitido en la vía?-, y a nadie le parecía mal. Bueno, el que conduce y lee sí. Pero el resto al contrario. Y hoy en día te cruzas por la calle con nueve de cada diez personas con la vista enfocada sobre la palma de la mano y lo primero que piensas es en defenestrar a las susodichas antes de enfrascarte, tarde o temprano, en la misma actividad. Igual dá que estés leyendo las noticias del día o algún libro digital, o viendo un vídeo de macacos bailando o de perritos y gatetes en situaciones cómicas. O repasando la actividad fútil del día de algún grupete de amigos en redes sociales. 

 

Llevo ya media hora aquí pensando. En realidad, el libro poca atención se está llevando, dado el nivel de pensamientos voladores que la situación provoca. Empezando por arrepentimiento por obviar las señales.

(Nota mental: si un ascensor con 40 años de trayectoria vertical hace un amago de no cerrar su puerta, plantéate subir por las escaleras. Tus piernas te lo agradecerán).

 

Así que aquí estoy ahora, con un libro entre las manos y la tentación de escribir un montón de cosas que están pasándome por la cabeza, pero sin mayor opción que dictárselas a un teléfono, boqueante como pez fuera del agua y cuya batería hay que preservar a capa y espada por si se necesita en caso de emergencia.

¿En este caso, por ejemplo? Por ejemplo. 

 

Qué buenos tiempos aquellos en los que siempre llevabas un bolígrafo colgado del bolsillo del pantalón. Deformación profesional. Hoy sigues dejando uno o dos por cada abrigo. El problema llega cuando llega el verano y te despojas de cualquier capa imperiosamente innecesaria. Al menos con el boli a mano, papeles para plasmar esos aerolitos mentales no faltan en servilletas de bar, recibos de cajeros electrónicos o tiques de compra. Así anda aquel baúl no tan olvidado en casa de los abuelos: lleno de versos perdidos, ideas peregrinas y desvelos de madrugada rumbo a casa tras otra juerga adolescente. Y ahora con la amenaza pendiente de irse todo al contenedor si no paso pronto a rescatar continente y contenido del fondo del armario que un día fue mío pero que hoy forma parte de mi pasado en la casa que ya no es mi hogar, aunque aún me acoja de puertas abiertas con cerveza fría, cacahuetes y conversaciones paternales -sea lo que sea el contenido de las mismas- cuando voy por ahí.


Ay, si además de un libro tuviese un boli por aquí...

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