Las señales nos
rodean, están por todas partes esperando que las captemos. Los hay más sagaces
que, al primer toque, pillan el mensaje. Otros necesitamos que el badajo nos
golpee la cabeza repetidas veces antes de darnos cuenta de que la campana está tocando
para nosotros… (No, doblando no. Por el momento dejémoslo en toque y en el
futuro, quién sabe si no lo cambio por repique). En fin, que si este artículo
tiene un título medio enigmático y aún lo embarullo un poco más con esta
inconexa introducción, en el futuro os contaré mis motivos, aunque algunos ya
vayan pillando o intuyendo ahora el quid de la cuestión.
«Creo que
nunca había leído un comienzo de libro tan interesante como el de éste.
Normalmente (las novelas en las que me
embarco) arrancan describiendo una
situación, un paisaje, un personaje, metiéndome de golpe en la trama: "Su
mirada azul profundo se clavó en su interlocutor..." "Era una
lluviosa noche de invierno..." "Saboreó el último trago con
parsimonia..."
Éste, en cambio, interactua con el lector. Me siento bienvenido de vuelta a las
páginas de Pérez Reverte. "Buenas
tardes, cuánto tiempo. Por favor, pasa y ponte cómodo. Gracias por
volver". Aquí el autor nos mete en situación personalmente antes incluso
de empezar a desvelarnos parte de su propio proceso creativo. Y de repente, casi sin percibirlo, empezamos a
conocer los vericuetos de una institución como la Real Academia de la Lengua a
través de sus miembros en dos épocas distintas, a través de una supuesta
realidad figurada en los tiempos actuales y una ficción basada en hechos reales
del pasado. Acabo de comenzar el libro, pero ya me está pareciendo
brillante. Veamos dónde nos lleva».
Así comencé a
leer Hombres Buenos. En realidad, más que leer, me dejé inspirar una vez más
por ese tipo de voz anasalada al que veía hace años mandando crónicas desde
Sarajevo o cualquier otro caldero hirviendo del mundo, y que me hizo decidir
ser periodista. Ese fulano de verbo afilado que después escribía contra todo y
contra todos, y que me hizo quitarme de golpe los pelos de la lengua en busca
de la columna irónica y constructiva que no dejara a nadie frío. Ese personaje
que al final, comenzó a relatar sus guerras e historias desde un sillón, y por
el que yo también quise ser escritor. Solo que aún no había encontrado La Historia, Mi historia. Mientras tanto, en varias ocasiones me había dado pistas sobre el método
hasta que escribió su último libro. Y aquí, continúo.
Efectivamente,
Hombres Buenos va trenzando dos historias: la que cuenta y cómo llegó a ella. Y
para que no me llamen pelota, ahí le voy a mandar una crítica que llevo haciéndole
a mi querido maestro desde que comencé a leer sus ficciones hace veintitantos
años: Le falla la finalización. Imagina aquella arrancada de Leo Messi contra el
Getafe (por no hablar de la Maradona contra Inglaterra, que para mí fue mucho
menos bonita aunque tuviese más trasfondo), si en vez de entrar limpiamente
tras el regate final, acaba batiendo en el poste y entrando de chiripa por un
rebote fortuito en la espalda del portero. Y digo entrando porque si no acaba
en gol ni siquiera merece la pena recordar la jugada. Sólo si es del Loco Abreu.
El caso es que Pérez Reverte va
driblando rivales, haciendo bonito lo difícil, hilando la trama con maestría,
tirando la pluma a diestra y siniestra, chocando filos, fintando contraataques,
enlazando personajes, amagando resoluciones, haciendo volar la imaginación del
lector con su verbo y al finalizar… al finalizar, cuan Cyrano de Bergerac, nos
hiere. Más de una vez me ha dejado un poco con sabor de boca a lo Lucy Lawless en la tienda de
cómics de Los Simpsons. La Piel del Tambor, El Club Dumas, El Asedio… En
fin, nadie es perfecto.
El caso es que don Arturo lo borda con su experiencia. La búsqueda de documentación, los libros, los encuentros, las conversaciones, las amenazas de 'participar' en la próxima historia, la reconstrucción del viaje... Y mientras tanto sus personajes van recorriendo una trama que tiene un poco de guión de Hollywood: sin ser una historia definitiva, trascendental, es la forma de llegarte lo que te atrapa. Dos viejos se van a París a buscar una Enciclopedia, se juntan a un gorrón que a veces también ayuda y hay un
malvado que parece inspirado en Transfer, el de la serie de Willy Fog. Cuesta, pero al final consiguen su objetivo, que era lo que se esperaba aunque no sepamos tampoco muy bien cómo. Punto.
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Un malvado peligroso siempre al acecho, esperando el momento de hacer fracasar el plan de los adustos protagonistas. ¿De qué me suena a mí eso? |
El caso es que yo le sumé a la experiencia literaria el hecho de también haberme acabado el libro en París, en un viaje donde, sin haberlo preparado, el componente bibliófilo fue muy fuerte. Así que, maestro, una vez más le quedo agradecido por lo enseñado. Espero un día poder corresponderle a la altura, aunque yo los libros viejos los compre en edción de bolsillo y rústica, y tenga que conformarme con reproducciones de mapas antiguos o auténticos de poca antigüedad.
2 comentarios:
Brillante entrada. Merece ser leído el libro que nos comentas... como el blog en sí! Un saludo escritor/lector!
Merece mucho la pena, como toda la obra de Pérez Reverte, por supuesto. En esta novela ha sido más original que nunca, por eso merece y mucho la lectura. Y por cierto, que muchas gracias por lo de escritor/lector. Ojalá algún día llegue cerca de estos a los que tanto admiro.
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