sábado, 11 de noviembre de 2017

Felicidades, libreros míos

Librería Primera Página, un reducto para periodistas en el paraíso de los bibliófilos: Urueña.
Foto de nuestro amigo Daniel Porto.

Acabo de descubrir que el 10 de noviembre es el Día de las Librerías. Y casualmente Naide y yo lo fuimos a celebrar de forma totalmente involuntaria, aprovechando que las niñas participaban en una sesión de cine y galletas con su prima en casa de la tía Clara. Por segunda vez en un año podíamos escaparnos al cine para ver una de adultos. No, ni porno ni guarrindongadas como se decía antiguamente, no. Ver una peli de adultos, una que no fuese de animación, dibujos animados o cuentos de hadas. El caso es que como no había mucho tiempo y las opciones eran escasas, nos metimos en la primera que nos pilló más o menos bien y la elección (o el azar) fue totalmente satisfactoria. Y más conociendo ahora la efemérides del día. 

Exacto. Es la peli de la imagen de aquí al lado: La Librería. Sí, fuimos a ver una de Isabel Coixet y no por ello nos sentimos más alternativos, guays ni nada parecido. Prejuicio derribado, lo confieso. Y como Naide con su brillante pluma, sea en español o en portugués, ya ha escrito una pequeña crónica* al respecto, pues yo me voy a dejar llevar por otros derroteros con tan buen motivo y excusa para escribir.

Porque me siento en falta con algunos amigos a los que creo que les debo este texto. Porque cuando he leído o escuchado lo que se ha escrito y hablado de algunas librerías que conozco he pensado: “mierda, eso lo podía haber dicho yo primero”. Pero bueno. Me pasó hace algunos meses con Tamara y Fidel, sobre los que llevo medio año por lo menos queriendo escribir una entrada en Estantes por el Mundo y sin embargo por ahora la librería PrimeraPágina ya ha rodado hasta por las rotativas  de El Mundo mientras que por El Estante Combado aún nada. Aún, digo. Porque la historia de estos dos ya amigos y predecesores periodísticos merece casi tanto o más la adaptación literaria y cinematográfica.

 Me pasa lo mismo con Amauri, junto a cuyo sebo (librería de viejo en brasileño, como alfarrabista que es en portugués) vivimos casi siete años y sólo pasé a visitarlo una vez -y de rebote- a pesar de los repetidos convites que recibimos para tomar un vino con él y con Cláudia en la sobretienda de la acogedora librería que regenta. Sólo teníamos que atravesar el río y andar un poco –vale, y jugarnos el tipo en las calles de una ciudad cada día más hostil para el peatón- para llegar al Sebo da Torre donde ambos viven su vida y sus sueños bajo la cúpula del cielo y sobre un lecho de libros de todo tipo y condición.

El Sebo da Torre, una minúscula fachada casi imperceptible desde la densidad del tráfico motorizado que oculta un universo entero tras su puerta.

Y quisiera poder homenajear a aquel otro, más que librero tal vez papelero, que años atrás regentaba poco menos que un escaparate de madera reseca y cristal irregular que se alargaba hasta el fondo de un viejo portal de la Calle Mayor. Mi amigo, como nos conocíamos mutuamente de las veces que Conchita me mandaba a comprarle un lápiz y algunas cuartillas, o una recarga de bolígrafo y grapas para Cholo, y volvía a la confitería donde pasé la mitad de mi vida extraescolar, impregnado del olor a material de oficina y papel, tinta y lo que echaran de vez en cuando para limpiar los crujientes tablones del suelo que se mezclaba con el polvo eternamente incrustado en las grietas de aquel portal.

Con la excusa de escribir este texto, llevo un rato evocando lugares y momentos, situaciones y personas que, como un párrafo más arriba, pocos podrán identificar, si no nadie. Pero bueno, me ha servido para traerlos a la memoria. Como semanas atrás cuando volví a entrar en la Librería Iglesias, donde tantos ‘apuntes palentinos’ encontré en el pasado y sin embargo esta vez no conseguí que me aportaran ni una luz a una pesquisa poética local. Por lo menos reviví como 30 años atrás aquel particular olor ¿a goma, celulosa, sándalo o qué? de cuando entraba con mi madre en busca de algún libro para el Día del Padre o en plena peregrinación para completar la impedimenta de -cuatro, cinco, seis…- estudiantes antes de la esperada vuelta al cole.

En fin, a mi manera creo haber hecho por el momento un poco de justicia a estos libreros. Porque todo santo tiene su novena, ¿no? Y ya aprovechamos el tiro para mandar un saludo a quien corresponda por la celebración, el 24 de octubre (anteayer como quien dice), del Día de la Biblioteca. Si es por celebrar y conmemorar lo que sea referente al libro, que no sea por días a lo largo del año, oiga.



*El texto de Naide acerca de la película de Coixet, por si alguien no lo ha podido leer pinchando en el enlace: 
Hoy ha sido noche de cine. El peliculón: La Librería. ¡Qué gustazo adentrar el mundo de los libreros! Por cierto, nos acordamos de vosotros. Tamara y Fidel. Mirando las escenas, se podía sentir el olor de aquél sitio y de aquellas páginas todas (teóricamente) encuadernadas en los años 1950 o antes, por supuesto. Pero la obra no es sobre ser librero (lo que ya sería mucho). Va bien más allá. Habla de recuerdos, sentimientos y obstinación. Habla de no desistir, de ser resiliente, de ser fiel a tus pasiones y.... habla (mucho) de ser mujer. Habla de encuentros, de ver caminos en personas y también todo al contrario. Habla de saber aceptar y de saber seguir. Puede ser, como casi siempre, que el libro que inspiró a la directora Isabel Coixet sea mucho mejor de lo que se ve en la pantalla, pero sí, es un peliculón.

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