Cuando era pequeño se marcó a fuego en mi subconsciente la máxima "nunca hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti". Una frase que inmediatamente supe aplicar a la inversa. Es decir: Haz a los demás lo que te gustaría que te hiciesen a ti. Bueno, la verdad es que es una de las pocas máximas que es más fácil de cumplir en sentido negativo que positivo. O no. Eso puede dar otro debate después, pero no ahora. El caso es que efectivamente, cuando pensaba en hacer una maldad a alguien, excepto cuando era en legítima venganza (eran tiempos más irreflexivos), con el tiempo fui descubriendo que lo más provechoso para mí mismo sería quedarme con las ganas... o buscar alternativas. Y así intentaba nunca infringir a los demás ofensas que no me gustaría recibir, con lo que mi sentimiento del honor y otros valores por el estilo se vinieron arriba.
Pero no es éste lugar para debates morales, si no bibliográficos y literarios. Así que voy al grano. Un día de estos estaba meditando acerca de un humilde pero maravilloso regalo que recibí de una librería. Cuando compro libros o los encargo por internet, me encanta preguntar si tienen marcapáginas de la librería. Normalmente me mandan algunos promocionales de lanzamientos, blogs, editoriales... Y un día de estos me llegó uno con esa frase tan sugerente y viral (y puede que hasta horterilla), que la hice mía y la sumé a otra idea que ya venía madurando algún tiempo antes y que me parece algo más interesante: Regalar un libro es un elogio en sí mismo. Sólo un analfabeto se lo tomaría como un insulto con mala leche.
Ni qué decir tiene que a mí me encanta recibir libros. Familiares y amigos secretos lo tienen fácil conmigo. Y yo con ellos, porque en reciprocidad, puedo disfrutar horas intentando descubrir un libro que combine hasta con quien no tengo muy claro que guste de la lectura. Así que la próxima vez que no sepáis qué regalar a alguien y queráis quedar tan bien como la persona regalada, ahí os queda ese reto de destreza y adivinación de personalidad.
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