Pues resulta que Ibáñez, que cumplió la redondísima edad el pasado mes de marzo, es el protagonista del Salon del Cómic que abrió ayer sus puertas en Barcelona. Vamos, que fue a ser profeta en su tierra, merecidamente reconocido y homenajeado. ¡Viva él, que fue, es y será por mucho tiempo el rey de las historietas! O de los tebeos, como decíamos antes de que la palabra inglesa (que yo creo que fue importada por los Spiderman o Lobezno de la Marvel) acabara mezclando el género caricaturístico con el género más 'serio', por llamarlo de alguna manera, de los históricos héroes patrios como el Capitán Trueno, Roberto Alcázar o Jabato, y los siempre presentes superhéroes de DC, como Superman.
Quién me iba a decir a mí, cuando hace casi tres décadas mataba el tiempo en el kiosco de Justo releyendo por enésima vez las portadas de los Mortadelos mientras mi padre o mis hermanos compraban el periódico, que algún día sería tan orgullosamente alopécico como los protagonistas de las historietas de Ibáñez. Principalmente cuando decido hacer borrón y cuenta nueva en la cabellera con la maquinilla de esquilar. Paradójicamente, en aquellos días algo ya me decía que mi futuro estético iba a ser más parecido al de un profesor Bacterio, por ejemplo, que al de Zipi y Zape, que por proximidad etaria podrían ser una referencia también en otra cosa que no fuesen las picias. Ahora que lo pienso, siempre fui más de Ibáñez que de Escobar, aunque echando la vista atrás mi vida haya pasado de los enredos al estilo hermanos Zapatilla a las paradojas existenciales de los agentes de la T.I.A. Y mientras no me llegue la hora de quedarme como Rompetechos, espero poder seguir siendo un chapuzas mejor resuelto que mis admirados Pepe Gotera y Otilio.
Aquí arriba, a partir del minuto 3', ejemplo de friki fan de
Francisco Ibáñez y de Seteven Spielberg al mismo tiempo.
Pues me subo al tren de los homenajes y referencias y aprovecho para emitir una firme declaración de intenciones. Ya que como buen chiguito revoltoso, en mis tiempos fui incapaz de salvar entero ninguno de los tebeos que atesoré y manoseé hasta el desgaste final, prometo hacer lo posible para que aquella colección de Mortadelos desenterrada casi intacta en casa de mi cuñado -que incluye también algunos Superlópez y otros grandes álbumes de la época- y que tan generosamente cedió a sus sobrinas, llegue lo más íntegra que pueda a manos de sus destinatarias cuando tengan la edad adecuada para apreciar tan fino patrimonio.
Y brindo mi último voto de salud y felicidad al maestro que durante décadas no sólo nos ha divertido con sus historietas, si no que también nos ha instruido en asuntos que hoy son historia, plasmando en sus cuadriños, como dicen por aquí, con el mayor derroche de ironía e ingenio la más rabiosa actualidad del momento. ¡Viva Ibáñez!
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