martes, 28 de marzo de 2017

Los desastres de la guerra, de la Gran Guerra, según Valle-Inclán

Montaje/Interpretación particular de un
Valle-Inclán  francófilo visitando el frente.
Y pasando de refilón por el Día Mundial del Teatro, aprovecho para completar un texto que llevaba algunos días preparando. No porque tenga que ver con el teatro, si no con uno de nuestros mejores dramaturgos, cuya obra narrativa siempre se nutrió definitivamente de su observación periodística y viceversa. Y para quedar requete-cultísimo, aún  remataré estos párrafos con una frase de Homero que, muy a cuento, acabo de leer en el taco del calendario en una reciente pasada por la cocina.

Se trata, claro está, de don Ramón María del Valle-Inclán (a éste no le pierdo el guión del apellido), una de cuyas obras menos conocidas fue a caer de forma premeditadamente fortuita la semana pasada -Día del Padre- en mis manos, renacida editorialmente 100 años después de que viese la luz la que su autor vaticinaba como una pieza que movería conciencias en masa y crearía un gran revuelo. 

Lo suyo era la prosa y no la adivinación, precisamente...


Sobre el libro


Creo que ni con el casco aciertan a ilustrar la época deseada.
Voy a centrarme en la obra y no en criticar la edición de La Medianoche. Visión estelar de un momento de guerra, aunque crea que Alianza Editorial podría haberse esmerado en la versión en papel y digital que acaba de estrenar para contrarrestar la sempiterna practicidad de la que fue lanzada hace exactamente dos años por Amazon para su Kindle. Lo digo porque, por más que completasen páginas con un exhaustivo (aunque algo cargante) estudio sobre la obra, a cargo de la directora de la Cátedra Valle-Inclán de la Universidad de Santiago, el tomo al final no se distancia mucho del añorado formato micro-bolsillo de Alianza Cien. Que si se hubiese comercializado esta novelita agarrada al Cuaderno de Francia (1916) donde se recogen las anotaciones de campo del autor que acabaron desembocando en La Medianoche, pues otro gallo nos habría cantado.









En cuanto al relato, huelga decir que no le hace falta echar mano de sus dotes dramáticas a don Ramón. Le basta con dosificar calculadamente la crudeza de la realidad vivida para justificar el motivo de su viaje: Reforzar en España el convencimiento de los aliadófilos, remover la conciencia de los germanófilos y tratar de decantar el apoyo de los que aún se posicionan como neutrales, para que el país, definitivamente, entre en la guerra. De facto o de alianza, pero que entre para que Francia tenga un soporte a sus espaldas mientras sigue resistiendo los cada vez más hieráticos embates alemanes.

El gobierno francés contaba con la simpatía de buena parte de la intelectualidad española para repartirse un poco más el peso de las batallas. Y para eso, la diplomacia gala afianzó las amistades personales con algunos de los más brillantes representantes de ese gremio. Fue así como invitaron a Valle-Inclán para que testimoniase en primera persona (y simultaneamente relatase, claro) la depravación de los invasores germanos. Y allá se fue todo animado a poner el grito en el cielo (o empapelar toda España con sus crónicas, como se prefiera) el genial gallego, que por lo que parece con el paso del tiempo fue perdiendo fuelle en su afán inmediatista, aunque su convicción se reforzase día a día con cada escena vivida, cada personaje conocido, cada escenario visitado.

http://hauntedohiobooks.com/news/weird-tales-from-the-trenches-of-the-great-war/

Las crónicas que serían periódicamente publicadas primero en El Imparcial y posteriormente en otros rotativos afines, fueron ditanciándose ya desde su partida hacia París. Aunque como se recoge en las anotaciones de su cuaderno, fue un mes de intensa actividad recabando datos que acabarían siendo perfectamente aprovechados para llevar adelante el segundo pie de su entusiasta plan de divulgación: el editorial. Y es que Valle-Inclán visualizaba la edición de un libro que compendiase y completase su trabajo periodístico, y que sería traducido a varios idiomas y distribuido por otros tantos países, aliados o no.

Infelizmente para él, finalmente el libro vio la luz apenas en español. Aunque para suerte de los lectores contemporáneos, volvería a verla de nuevo hace un par de meses para conmemorar el centenario de aquella publicación que testimonió excepcionalmente el penúltimo enfrentamiento armado de un continente donde en estos días, por primera vez en varios siglos, ya vamos por la tercera generación de europeos sin saber lo que es una guerra entre nosotros. ¿Seremos capaces de desmentir la sentencia homérica que afirma que los hombres se cansan de dormir, cantar bailar y amar más que de hacer la guerra
Soldados ingleses descansando sin perder de vista al enemigo en una trinchera tomada a los alemanes.


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