lunes, 22 de septiembre de 2025

Estado Palestino: ¿Por qué peleamos ahora por lo que -se supone- ya existe desde 1948 gracias a Israel?

Se ha convertido en la nueva fuente de discusión de estas semanas. ¿A favor o en contra del reconocimiento de un Estado Palestino? Parece que se aclara todo ahora que Inglaterra ha dado su parecer. Y sin embargo resulta que fueron los israelíes los que lucharon por ese reconocimiento hace más de tres cuartos de siglo, con el rechazo frontal (abstención formal) de los ingleses y la negación tajante de los países árabes. Sí, sí, lo has leído bien: Israel a favor del Estado Palestino y todos los demás en contra...

Pues abróchate porque empezamos una nueva entrega de las Cuñadolecciones.Si tienes ganas de leer, adelante. Si no, puedes ir directamente al final donde enumero las conclusiones.

El 29 de noviembre de 1947, después de meses de negociaciones, conversaciones, intercambios de ideas (por no decir gritos), idas y vueltas, la ONU consigue aprobar -alguna vez tendría que conseguir algo con tanta discusión estéril- su resolución 181 por la que se divide en dos naciones independientes, una árabe y otra judía, el territorio conocido desde tiempos de los romanos como Palestina. Y sí, recalquemos esto del imperio romano, porque la denominación Palestina surge precisamente de la reorganización del territorio derivada del aplastamiento de la rebelión de los hebreos en la anteriormente conocida como provincia de Judea (Judea de judío, por si alguien no lo termina de enlazar). A lo mejor te suena un poco de todo esto de lo que escuchábamos en misa, en clase de Religión -y hasta de Historia-, en catequesis... ¡o hasta de la tele! A fin de cuentas, ¿quién no conoce el Frente Popular de Judea, el Frente Judaico Popular y demás disidentes?


Bueno, pues volvemos a los antecedentes recientes: esta resolución de la ONU daba respuesta a las distintas promesas incumplidas por los países vencedores de la Primera Guerra Mundial. Y volvemos a rebobinar la cinta.

Turcos, romanos, griegos y otros dominadores


Es que tras la caída del Imperio Bizantino y con las Cruzadas de por medio, los turcos se hicieron con aquella porción de la antigua Roma que acabaron perdiendo siglos después tras la firma del Tratado de Lausana en 1923. Es decir: la antigua Israel bíblica, que a lo largo de los milenios ha sido invadida, reconquistada, administrada o supeditada a distintos imperios y civilizaciones que van desde los egipcios a los persas, pasando por los griegos macedónicos, los romanos y los turcos, parecía que finalmente iba a ser un territorio independiente si nos atenemos a las promesas de los ingleses y los franceses que imponían ahora su victoria bélica sobre alemanes, austrohúngaros y otomanos. Pero claro, las necesidades industriales, económicas y sociales de dos imperios occidentales en decadencia fueron más golosas que la palabra dada, por lo que, amparándose en un colonialismo encubierto (también llamado protectorado o administración), trazaron muy a la europea una serie de rayas a lápiz sobre el mapa repartiéndose un territorio que, si ha demostrado algo en todos estos siglos, es que la única forma de mantenerlo relativamente tranquilo es precisamente ponerle las rayas alrededor -bien apretaditas- y no entre medias.


Un inglés, un francés y un lapicero

Y ahora sí, es la hora de hablar de los residentes de este convulso cacho de tierra, judíos y musulmanes principalmente, hasta hace 70 años todos ellos conocidos como palestinos. Pero para ello, un último apunte: Y es que durante los primeros años del siglo XX, Inglaterra y Francia promovieron la revuelta de las tribus que poblaban todo Oriente medio para resquebrajar la ya debilitada estructura de su rival turco. Para ello se servían de promesas de independencia y libertad que muchas veces enfrentaban los intereses de distintas tribus por un mismo cacho de suelo y alimentaban un nacionalismo árabe en ciernes. Un buen ejemplo de todo esto lo tenemos en las memorias de Thomas Edward Lawrence, historiador, antropólogo y militar británico, cuyo meticuloso relato de todas estas actividades diplomático-saboteadoras -Los Siete Pilares de la Sabiduría- conocemos más por su versión cinematográfica: Lawrence de Arabia

Ya llego, ya. El caso es que tanto los palestinos -recordad, tanto de religión judía como musulmana-, como los egipcios, los árabes de la costa, los beduinos del desierto, jordanos, sirios y demás tribus de oriente próximo con un sentimiento nacional recién despertado, fueron usados como carne de cañón para acabar con el dominio turco de la zona durante la Primera Guerra Mundial. Pero claro, una vez controlado un territorio aparentemente reseco y carente de interés, tanto ingleses cono franceses decidieron quedarse por ahí mismo por recomendación de los diplomáticos metidos a delineantes, el coronel Mark Sykes y 
Aramco ya existía antes de que algunos
empezásemos a verla en la F1.
François Marie Denis Georges-Picot
. El trasfondo era más interesado: petróleo e influencia geoestratégica como la que representa el Canal de Suez. Lo que pasa es que tanto al león inglés como al gallo francés ya se les veían las intenciones y los árabes, por su parte, decidieron negociar con un tercer actor en principio poco susceptible de querer extender sus garras imperialistas: Estados Unidos. Fruto de este acuerdo para aprender a explotar sus propios pozos petrolíferos a cambio de cierto suministro nace Aramco -para más referencias, mira a ver en qué posición está el coche de Fernando Alonso- y empiezan a brotar más recientemente centenares de rascacielos imposibles. 

Palestina existe

Así quedaba dividida Palestina según la resolución 
de la ONU entre un estado árabe y otro judío.
Ahora sí, ¡llegamos! El caso es que desde finales del siglo XIX y principios del XX se habían empezado a desarrollar dos movimientos muy diferenciados -pero estrechamente ligados entre ellos- entre los judíos pobres de Europa y los judíos ricos de Europa y América. A los primeros, los pobres, cansados de ser el blanco de todas las iras pueblerinas desde mil años atrás, comenzó a resonarles eso de la Tierra Prometida más allá de los púlpitos de las sinagogas, resultándoles una idea de lo más atractiva lo de dejar de sufrir en suelo ajeno y, emulando a Moisés, liarse la manta y ponerse en marcha en busca del maná. Es la primera Aliyá. Los segundos, los ricos, empezaron a invertir en suelo, financiando una idea surgida en Austria que consistía, básicamente, en comprar parcelas allá donde los nombres de la Biblia seguían marcados también en los mapas y repoblarlas a base de gente para quien romper terrones en medio de la nada tuviese un significado mucho mayor que el de buscarse la vida sin más. Es la segunda Aliyá. Y entre ambas ya tenemos el nuevo éxodo montado.

Y hablando de éxodo, te recomiendo la novela de León Uris (o la peli de Paul Newman, que no se diga que no recomiendo para todos los gustos) que aunque no deja de emanar un tufillo de propaganda sionista, refleja muy bien también lo que fue aquella epopeya y cómo los ingleses siguen teniendo su porción de culpa en casi todo.

Y así es como Palestina, la antigua provincia romana rebautizada así para bajarle los humos a sus levantiscos habitantes judíos, el Israel de la Biblia, la Tierra Prometida del Génesis, un depauperado territorio más rico en historia y sentimentalismo que en recursos naturales, comienza a convertirse en foco migratorio desde Siberia hasta Marruecos. Sus pocos habitantes, principalmente de religión musulmana pero también judíos y cristianos, repartidos todos entre dispersos núcleos rurales y una decrépita Jerusalén, se vieron acompañados, de repente, por un aluvión de nuevos convecinos que se echaban al monte, se organizaban en kibutz y al cabo del tiempo lograban hacer que surgieran huertos y regadíos de yermos que no daban más que algún rastrojo desde hacía siglos. Yermos, sea dicho de paso, que habían sido vendidos por las tribus de alrededor pensando que estaban haciendo el negocio del siglo por un trozo de tierra seca.

Algunos llegaron a envidiarlo. Otros pidieron la fórmula. El caso es que muchos se sintieron engañados -la mezquindad echa raíces rápido- y surgieron las primeras rivalidades. Y cuando los administradores ingleses se dieron cuenta del avispero que tenían entre manos, aprovecharon la situación para menearlo a su gusto, incordiando un día a las avispas con pañuelo y otro a las de la kipá, pero sin acabar de cumplir con los compromisos adquiridos, empujando con la barriga una bola de nieve que acabará explotándoles entre las manos.

Paralelismos


Y ahora sí, llegamos al meollo de la cuestión árabe-israelí. Estamos en 1945-46 y decenas de miles de judíos supervivientes del Holocausto se hacinan en nuevos campos de concentración promovidos ahora por los ingleses, que patrullan las rutas marítimas del Mediterráneo para evitar la llegada de buques cargados de personas y suministros 
a la costa palestina, aunque sea hundiéndolos por el camino. ¿Nos suena? Pese a que son presionados por la comunidad internacional, los ingleses se niegan a soltar este protectorado colonial y no dudan en emular comportamientos represivos que aún conmocionan al mundo tras la liberación de los campos de exterminio nazis. El terrorismo es una de las armas que la autoridad hebrea utiliza contra su opresor. También los golpes de mano de organizaciones paramilitares cuya excelente preparación se debe, precisamente, a haber servido en los ejércitos inglés, francés, ruso y norteamericano, así como en los grupos partisanos y guerrilleros de los países ocupados por la Alemania nazi.

Los hebreos simplemente se han cansado de escuchar promesas como la de la creación del Hogar Nacional del Pueblo Judío en Palestina, de acuerdos como la Declaración Balfour que tanto oxígeno dio al Sionismo tras la I Guerra Mundial. Y sobre todo, de ver cómo mientras tanto, por todo Oriente se han ido independizando las naciones árabes amparadas en la creciente debilidad de las antiguas metrópolis europeas y con el beneplácito de la Unión Soviética. Llevan a la recién creada Organización de las Naciones Unidas su demanda, apoyándose en la legítima reivindicación de un hogar para esos miles de supervivientes que, ya lo han comprobado en Polonia por ejemplo, si vuelven a lo que un día fue su casa no van a ser recibidos precisamente con ramos de flores y peticiones de disculpa.

A echarlos al mar


Así que, por resumirlo bastante, a lo largo de 1947 va cristalizando voto a voto un acuerdo en la ONU que por fin reconoce la independencia del territorio, dividido salomónicamente en dos naciones. Bueno, no tan salomónica ya que, si bien a los judíos les toca una porción del pastel un poco más grande, también es cierto que la mayor parte es desierto puro y duro, perdiendo algunos de los vergeles que habían conseguido crear en las décadas pasadas. Aunque esto no les achanta y se dan por satisfechos. Por su parte los árabes, egipcios, jordanos y demás vecinos de alrededor, crecidos por sus logros de décadas pasadas y espoleados por un creciente odio -llámalo envidia, celos...-, deciden que no aceptarán ninguna división, que Palestina tiene que ser una y que lo van a conseguir aunque sea "empujando a los judíos al mar", así que movilizan a miles de tropas regulares e irregulares -con mandos profesionales y asesoramiento de terceros países... y no quiero señalar a nadie- empiezan una guerra lanzada desde los cuatro puntos cardinales -tres, ya que el cuarto es el mar Mediterráneo donde van a tirar a esos cuatro desarrapados- que promete ser un autentico linchamiento. 

Se calcula que en lo que empezaba la primera guerra árabe israelí, en torno a 150.000 refugiados palestinos árabes se exiliaron fuera del lado judío, a la espera de volver victoriosamente acompañando a sus correligionarios vecinos. Craso error: ni hubo victoria ni regreso. Cuando los países árabes del entorno se quisieron dar cuenta, los judíos no sólo se habían defendido como gato panza arriba, sino que les habían infringido una sonora derrota provocándoles una serie de problemas:
1º, la vergüenza de haber sido derrotados por esos cuatro gatos;
2º, la pérdida de territorio en la contraofensiva sobre su propio suelo;
3º, esos refugiados que no tienen dónde meter. 

Únicamente Jordania ha ganado algo de terreno. Bueno, no: en realidad es la llamada Cisjordania, una parte de la Palestina musulmana según el reparto de la ONU que, ya que ha quedado bajo su control después de la firma del armisticio con Israel, pues se incorpora a sus fronteras y aquí no ha pasado nada.

CONCLUSIONES

¿Y qué sacamos en limpio de todo esto?

1. Pues que los países árabes no aprobaron la creación de un estado palestino cuando tuvieron la oportunidad (ahí sigue la resolución de la ONU medio aplicada) porque no quisieron.

2. Que lejos de apoyar a ese nuevo estado, incluso alguno aprovechó para ratonearle un poco de territorio a la Palestina musulmana.

3. Que fueron los judíos los que lucharon por esa independencia de Palestina yuxtapuesta a la partición del terreno en dos países: uno para ellos y otro para los musulmanes.

4. Que la independencia y otros logros de los israelitas se ven legitimados histórica y jurídicamente, y a mayores reforzados por la victoria militar, clásico hecho consumado para el establecimiento de fronteras desde que el ser humano es lo que es.

5. Que Israel no puede justificar en lo que lleva aguantando el hacerle ahora a los otros lo que ellos han sufrido en el pasado. Aunque sí que es cierto que el 'ojo por ojo' es un clásico de su legislación tradicional.  

6. Que está muy bien que ahora todos estén a favor, pero que tampoco está de más recordar que todo esto tiene un antecedente aunque a muchos no les haga ni pizca de gracia recordarlo, por el qué dirán y todo eso.

7. Y sí, para mí está claro que, una vez más, Inglaterra es responsable (no soy juez para dictar sentencia de culpabilidad). ¿Pero qué fuerza tengo yo para propagar su Leyenda Negra? Pues eso.

8. Que esa lista de libros que se ve un poco más arriba es parte de la documentación que he usado para redactar este ladrillo a lo largo del fin de semana. Libros que ya he leído en el pasado y en los que me apoyo para ser un poco menos cuñado y tener un poco más de base a la hora de opinar con criterio propio, ya sea a favor o en contra de la corriente pre establecida. Porque hay vida más allá de lo que cuentan Wikipedia y ChatGPT, aunque también ayudan, por supuesto. Te digo algunos títulos, por si te interesa:
            -De los imperios a la globalización, de Pedro Lozano Bartolozzi
            -Prisioneros de la geografía y El poder de la geografía, de Tim Marshall
            -El mundo no es como crees, del equipo de El Orden Mundial
            -Los siete pilares de la sabiduría, de T.E. Lawrence 
            -Éxodo, de León Uris
            -La encrucijada mundial, de Pedro Baños

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