miércoles, 19 de abril de 2017

Analizando al 'contrincante' anglosajón

De los pueblos que guisan mal, el inglés es el más preocupado por la comida. Todos los grandes periódicos y aún las revistas de arte y literatura insertan regularmente una sección culinaria escrita con el mejor y más gracioso estilo. En Londres aparecen todos los días libros deliciosos sobre el tema. No hay nadie que sea capaz de contar mejor cómo se estofa un pollo que un inglés. Tampoco hay nadie que lo estofe peor.

Con las bravas de La Mejillonera no se mete nadie. NA-DI-E!
Dicho lo cual, Augusto Assía parece que está zanjando definitivamente la agria polémica sobre las patatas bravas que ha encrespado, aún más si cabe que la tradicional hostilidad a ambos lados de la verja de Gibraltar, los ya de por sí delicados lazos entre las coronas de España y el Reino Unido. ¡Y eso que Assía lo escribió setenta y tantos años antes de que una polémica votación, como la peor de las borracheras, dejara en buena parte de los ciudadanos de la Commonwealth un resacón llamado Brexit! Aparte el hecho, dicho sea de paso, que el periodista que inició este infeliz altercado tuitero-gastronómico quería ser sarcástico con la actitud anti europea de buena parte de sus paisanos


¿Pero quíén es Assía y por qué lo traemos a colación en estas páginas? Muy sencillo. Por ese nombre responde el avispado gallego que fuera corresponsal de La Vanguardia a la sombra de Westminster durante los duros años de la posguerra civil española y el no menos complicado período bélico mundial. Después de la guerra también, pero eso ya no viene al caso. Assía, en cuyo DNI debería aparecer el no menos rimbombante nombre de Felipe Fernández-Armesto, expone a ojos del lector ibero las islas británicas y sus habitantes casi como si uno de ellos se describiese a sí mismo y a su sociedad, con fuertes dosis de sorna y fino humor -dirán algunos- muy de su tierra gallega.

En el libro Los ingleses en su isla, que recopila sus artículos publicados hasta 1943 con la intención de que los lectores diarios de La Vanguardia entendiesen mejor el carácter de un pueblo que había conseguido frenar él solito desde su aislamiento insular el imparable empuje alemán, el periodista ya adelanta la dificultad de describir Inglaterra por ser "el país más escurridizo y difícil de pintar con que puede enfrentarse escritor alguno". Y añade, como muestra, que "sólo con escribir Inglaterra ya se precipita uno en tres o cuatro contradicciones" ya que de cada 20 veces, la palabra Inglaterra debía ser sustituída quince por Gran Bretaña.

A lo largo de sus páginas, Assía va desgranando todas esas contradicciones en las que incurre un país que, para comenzar, ostenta la monarquía constitucional más antigua de Europa sin que, no obstante, exista un texto constitucional concreto y sí una serie de usos y costumbres tan cambiantes como el uso (valga la redundancia) que se haga de los mismos. "Es el más liberal de los pueblos y el más conservador. Aquel que obedece más docilmente las leyes y se levanta más ferozmente contra los que pretenden vulnerarlas. El más cerrado a influencias exteriores y simultáneamente el más grande y disperso imperio unido nunca bajo una sola bandera". Una cerrazón y una contradicción, ésas a las que se refiere el autor que analiza inmediatamente como "eslabón de su unidad (de los ingleses), haciéndola comodín para el juego de la convivencia, la transacción y la armonía". ¿a alguien le suena ésa actitud? Pues eso.

Las formas de Gobierno, la afición por la naturaleza y los animales, las conversaciones sin contenido, la vida en el campo, el gusto por atesorar arte y cultura (llega a referirse a la mayor colección de piezas de Sargadelos nunca vista por él, descubierta en un castillo en el que fue convidado a pasar un week-end), la enrevesada liturgia social de las clases altas, las frustraciones de las menos privilegiadas... Por cierto, que de éstas me quedo con otro párrafo imperdible:

Cada individuo de la clase media inglesa tiene metida una espina en el cuerpo se la va a sacar una vez en su vida, organizando un viaje a Italia o a España, con maletas de cuero y un billete circular en primera, unos pantalones knickerbocker, una gorra de visera y una máquina de fotografiar. En el Sur todas las gentes le toman por millonario o pariente de los Reyes de Inglaterra. Los camareros lo llaman Sir; los trenes retrasan su salida esperándole y los empleados de turismo guardan para él los más rendidos gestos. Por sentirse una vez tratado como un aristócrata inglés, John Bull gasta una parte importante de sus ahorros en un viaje que le degrada y molesta, a través de países que maldito lo que le interesan, contemplando monumentos que le aburren, y después, recordándolo, conserva toda su vida un grato sentimiento hacia aquellas gentes del Sur a las que, en el fondo, desprecia olímpicamente, porque le trataron como a un puro y auténtico aristócrata. Así, por lo menos, lo cree él.

Ponle chanclas y calcetines, destina parte de ese gasto que hace a beber alcohol en cantidades absurdas y colorea su pellejo hasta tonos de rojo cereza, y bien podía estar hablando del guiri inglés que con el buen tiempo comienza a poblar nuestra geografía de nuevo, ajeno a brexits y similares. 

Encuadernado en tela azul, 'Los ingleses y su isla'. Al pie
con cubierta de papel, los recopilatorios originales de la época
bélica. Y al lado la reedición actual de los mismos.
El caso es que a esta fantástica colección de artículos que forman un cuerpo indivisible para entender al inglés, su isla y sus cosas, le siguen otros dos tomos titulados muy gráficamente Cuando yunque, yunque Cuando martillo, martillo, con los que, como digo, se entiende la flema británica bajo las bombas. Una serie de documentos que si, como se insinuaba en el post anterior de este blog, alguien quiere emprender un nuevo enfrentamiento (o secundar el que vienen provocando algunos personajes desde las islas o el Peñón), ya sea verbal, tipográfico, dibujado o lo que sea, le van a venir muy bien para saber por dónde sí o no ponerle el cascabel a este escurridizo gato. Posiblemente el personal de La Codorniz tuviese en cuenta las observaciones de aquel que, aún no siendo muy simpático al carácter inglés, siempre fue un gran admirador de ese pueblo hasta el punto de ser de los pocos españoles que al inicio de las hostilidades mundiales, tuvo claro (y así lo hizo saber siempre en sus textos) que Inglaterra no sucumbiría a los alemanes. 

Para quien quiera saber más al respecto, recientemente han sido reeditados y compilados en un solo tomo los artículos del periodo de la guerra. Infelizmente, el tomo previo sólo se encuentra, hasta nuevo aviso, a disposición en librerías de viejo y similares. ¡Viva El Estante Combado que tiene los tres originales!


PD. Y todavia me llega um juego pierdetiempo de éstos del Facebook y me dice que tras un exaustivo análisis de mi foto de perfil, mi rostro es muy inglés! Que debería viajar inmediatamente para allá para conocer a mis ancestros. No sé yo si es el momento más propicio...

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