lunes, 18 de enero de 2016

El digital contra el papel. Un encuentro generacional

Star Wars o La Princesa Prometida? Íñigo Montoya contra Darth Vader. El kindle contra el libro.
Como ilustrador a lo mejor acabo siendo un buen escritor. No todos los encuentros generacionales
tienen por qué ser un camino de rosas. La coexistencia pacífica es cuestión de paciencia y entendimiento.

Me confieso: Si por mí fuese, el papel no moriría nunca. Como leí recientemente de alguna instabloguera de moda (no, no es que hable de moda, si no de libros, y con una lista de seguidores 'in crescendo' bien abultada, oh envidia), yo también soy de los que a veces temen que la proliferación de material digital acabe con la producción en papel y que las librerías desaparezcan como lo hicieron las tiendas de discos después del advenimiento de los mp3. En Palencia no olvidamos la peculiar transformación en cafetería de Debla y Discocenter -acabo de entrar en el enlace y da pena del pobre Alejandro Sanz, con todo lo que fue y que ahora no dé ni para llenar un bus de fans-, como los dos casos menos traumáticos de la extinción de las tiendas de música. 

Como periodista aún llegué a mamar la profesión manchándome las manos de tinta entre hoja y hoja y, sin embargo, hoy soy consumidor diario de entre tres y cinco periódicos en su edición digital, asistiendo también impotente desde el burladero a la desnutrición crónica que sufren las redacciones. Y me duele, porque veo que los intereses comerciales cada vez están más lejos -y se encargan de alejar al público- de aquella obra de arte del cotidiano de la industria impresa que, digámoslo claro, es más difícil de mantener que una web. 

En fin, luego vuelvo a pensar que son dos cosas engañosamente similares y por lo tanto, diametralmente distintas. El papel encuadernado no puede morir por el mero hecho de que a lo largo de los siglos se ha convertido en soporte duradero de la sabiduría universal, además de en objeto de culto cuyo gesto inicial, separando las dos manos excéntricamente, cada una soportando una tapa y su acompañamiento de páginas, es algo más que un ritual, una ceremonia. Por el contrario, el papel reciclado de uso y desecho diario vive de la inmediatez y, excepto en las hemerotecas de "se ve pero no se toca" -que para eso se inventó el microfilmado en su día- o forrando escaparates de comercios desafortunados, su destino no es precisamente el de prevalecer. 

Pero volviendo al tema, que me vuelvo a perder en historias: Como digo (y no me contradigo), hoy en día toda esa sabiduría está en la red al alcance de todos. Al hilo de la entrada que compartía recientemente, revolviendo en mis hemerotecas, sobre cómo hasta hace bien poco el acceso a incunables y grandes óperas primas estaba vedado sólo a estudiosos, hoy las cosas han cambiado. Y mucho. Y es precisamente el soporte etéreo, intangible, el que nos abre infinitas posibilidades alrededor también del papel.

Digital y papel están condenados a entenderse y coexistir como dos realidades paralelas. Y punto. Sirva para ilustrar esa coexistencia este ejemplo: Quien quiera consultar los clásicos, quien quiera beber de mil fuentes, devorar la historia de la literatura, la filosofía, el teatro, la poesía... ahí la tiene a su disposición casi entera (ver La literatura universal al alcance de todos). Y el que quiera saborear una buena cratera de Homero, degustar en Cervantes la intensidad de un buen queso curado, dejarse acariciar por un Garclilaso... En resumen: tener una experiencia sensorial completa, entonces ahí sí recomiendo desenpolvar la biblioteca.


Imagina la desesperación un día al querer acceder a algún contenido
de tu interés y ya no tener tecnología con la que lograr tu objetivo.
Ya pasó con el vídeo, pero nunca con un libro. Espero.
Para finalizar, permíteme una reflexión: H.G. Wells fue un visionario. Y como tal, sueños y pesadillas pueblan su imaginario. Como visiones de futuro le agradecemos, en La Máquina del Tiempo, la profecía del disco duro que eran aquellos aros giratorios donde, en el futuro, se condesaría todo el conocimiento de la humanidad. Como pesadilla, una escena me sigue impactando más que la de Charlton Heston postrado frente a los restos de la Estatua de la Libertad: aquella en la que Rod Taylor se desespera cuando un tomo de vete tú a saber qué se desintegra entre sus dedos y de un furioso manotazo convierte en polvo una estantería entera. Eso y pensar que en el futuro pueda no haber una tecnología capaz de soportar aquellos aros de conocimiento (o simple corriente eléctrica para hacerla funcionar) da repelús en la espalda. 

4 comentarios:

fatima dijo...

Realmente da miedo pensar en que quedarán todos nuestros avances el dia que se de un apagón tecnológico, cosa no tan improbable, como leia hoy precisamente en un artículo de XLSemanal

Javi I dijo...

Creo que va a ser totalmente imposible que ese regusto especial de palpar y sentir la celulosa y, como bien dices, la tinta que no ya el suave relieve de la tipografía de aleación plumbea, se extinga en la sensibilidad del ser humano, pues en un reciente artículo de Luis Ventoso desde Londres hace uno días, comentaba que los libreros y editores de Londres, estaban sorprendido del notable incremento de las ventas de libros de papel, mientras descendían nuevamente, y van ya dos años consecutivos, las ventas de "eBooks". Hace ya varios años, cuando el "boom" de las ediciones digitales, Nacho y yo ya predijimos que esta moda no iba a desterrar al libro de papel; a las pruebas me remito: "Amazón" que comenzó solo vendiendo libros en edición digital, ahora vende hasta almendras garrapiñadas de Villafrechós, origen de la familia Bezos (Jeff)

elestantecombado dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
elestantecombado dijo...

Efectivamente, Francisco Javier, nosotros también pensamos que el libro de papel no puede acabar. Algo parecido al disco de vinilo, con la diferencia de que aquél tuvo su ocaso y amanecer de nuevo. El libro se mantiene en la brecha.
Y, como dice Fátima, el digital que se prepare, porque su subsistencia pende de varios hilos demasiado débiles.