lunes, 6 de octubre de 2025

Corsarios del Mediterráneo o la piratería consentida

Representación modestamente artística de la 'victoria' moral de los Gretanautas ante el abordaje israelí
y la expectación impotente o abúlica de la 'autoridad' española.  

Quién nos iba a decir que
en pleno siglo XXI íbamos a volver a tener corsarios sueltos por el Mediterráneo -más allá de las páginas del Capitán Alatriste- abordando impunemente barcos y flotas ajenas sin que toda la maquinaria burocrática y militar internacional pudiese/quisiese hacer nada más que quedarse mirando.


Primera puntualización: léase la palabra corsario como lo que es, dicho de un buque o tripulación “que andaba al corso (campaña marítima que se hace al comercio enemigo, siguiendo las leyes de la guerra) con patente del Gobierno de su nación”. O dicho más popularmente: una variante de la piratería pero con permiso oficial.

Y segunda: quedarse mirando como se han quedado los navíos de guerra (valga la redundancia: "a ver navíos" que dicen en Portugal para referirse a algo decepcionante), desplegados por los gobiernos de dos de los países implicados directamente por ser víctimas, algunos de sus nacionales, en este caso de asalto injustificado por cualquier ley nacional o internacional de las que, se supone, rigen el buen trato de nuestra sociedad humana. En el caso de los italianos, al parecer la idea de su presidenta (ideológicamente más próxima a un alineamiento con el gobierno del país asaltante) era la de desestimular a los aventureros de seguir su singladura rumbo a Gaza. En el caso de la patrullera española Furor, todo lo contrario: dar aliento, apoyo y asistencia... hasta cierto punto. Y no sobrepasar la línea delimitada unilateralmente por Israel EN AGUAS INTERNACIONALES, para "evitar enfrentamientos".

Así que imagínesense la papeleta de nuestros valerosos marinos viendo de lejos cómo a partir de ese punto, paisanos suyos bajo cuya protección navegaban un rato antes, son hostigados, abordados y finalmente capturados sin causa legalmente justificada por sus homólogos de un país presuntamente aliado. Porque la función de nuestra Armada, al parecer, no pasaba de ser un mero entretenimiento de cara a la galería, un trágico postureo de sus superiores políticos -en ausencia de cualquier capacidad de acción de su superior militar- para quedar bien y distraer la atención de otros focos mediáticos más próximos.


Gallito esconde el pico.



¿Recuerdas la Operación Atalanta, aquella que desplegó en 2008 la Unión Europea frente al Cuerno de África para evitar la piratería somalí? La misión consiste en tender una red de vigilancia e intervención rápida en aguas internacionales para proteger a los usuarios de estas rutas de paso, fundamentales para las economías occidentales frente a la amenaza real provocada por un grupo de antiguos pescadores locales que han descubierto un lucro mayor en el cambio de las cañas y las redes por fusiles y lanzacohetes para dedicarse a presas más jugosas. Occidente echó al mar fragatas, helicópteros y satélites para combatir a las lanchas neumáticas y los cayucos de distinta consideración que amenazaban la integridad de petroleros, portacontenedores o simples particulares, así como pesqueros como el caso del tristemente famoso del atunero español Alakrana (triste porque en esa ocasión ya nos ridiculizaron una vez, aunque el desenlace para las víctimas, al menos, fue satisfactorio -así como para los piratas-) y, hasta hoy, nuestras marinas de guerra en acción conjunta pueden sacar pecho del éxito alcanzado en la preservación del derecho internacional del mar.

Pero ¡ay! ¿Qué pasa si nos salimos de esas rutas de interés general amenazadas por cuatro piojosos -con perdón- y se nos pone delante una fuerza igualmente ilegal en aguas igualmente internacionales pero más fácilmente obviables? Pues que ahí sí, me atrevo a afirmar que nos hemos dejado robar -una vez más- la cartera en la cara de la forma más humillante. Nosotros a través de nuestros máximos representantes porque, una vez más, tanto nuestras autoridades nacionales como supranacionales se han quedado con el culo al aire, absolutamente desautorizadas por quien sí ha sabido hacer uso, por su parte, de esa misma autoridad -la propia nacional como la supranacional- cuando le ha hecho falta (léase, la ONU en 1947 y después cuando le ha parecido). Pero lo peor de todo es que, como digo, nuestras administraciones públicas han quedado como el culo demostrando una vez más su nula operatividad cuando de verdad hay que dar la cara. Que ponerse gallito enseñando tu poderío naval frente a cuatro pordioseros somalíes montando cayucos y luego achantarte cuando enfrente tienes a alguien con un poco más de fuerza que oponerte es ya como una especie de marca de la casa de la ONU y sus membrillos

Y quien se ha encargado esta vez de sacarle los colores a todos los de arriba ha sido precisamente un grupo de activistas en modo Colau y los Gretanautas.

Porque a estas alturas claro está que nadie dudaba del desenlace de la heroica Flotilla de Greta. Y sí, digo heroica porque hay que reconocer que le han echado un par de huevos mediáticos. Porque sería demasiado ingenuo pensar que Israel desbloquearía las costas de Gaza solo para que ellos y su veintena de cascarones ruidosos -y contaminantes, pobre Greta qué sacrificios tiene que hacer por la causa- tocasen tierra con el equivalente en ayuda humanitaria a un dedal de agua para alguien perdido en el desierto. Pero entiendo la operación más como el gesto simbólico que efectivo. La cosa era dejar al aire, en streaming online al vivo y con un seguimiento masivo, las vergüenzas de la piratería moderna ejercida por un único país ante la connivencia del resto. Y lo han logrado. 

¡Misión cumplida, marineros! 


Barcos sin honra

Y lo han hecho dejando en ridículo al resto de países, tanto a los que siguen mirando para otro lado como a los que se te acercan como el pariente lejano en el funeral y te sueltan un compungido "no somos nada" después de darte su apoyo y antes de enfilar hacia el bar más cercano. Y como aquellos otros más comprometidos con la causa que, en un teatral gesto de dignidad, se rasgan la camisa y proclaman a los cuatro vientos su completa adhesión a la causa pero que a la hora de pasar el cepillo echan un par de monedas (de las coloradas o como mucho de las amarillas) y todavía te espetan, con cara de suficiencia, que te quedes con el cambio.

Y mientras, yo me imagino que nuestros marinos y militares profesionales allí presentes, conocedores de las leyes del mar tanto como de su obligación vocacionalmente asumida al servicio de sus ciudadanos, habrán tenido que tener cómo mínimo un retortijón al pensar que les han mandado a hacer el ridículo mar adentro por un mero postureo político, impotentes ante la imagen de sus compatriotas abordados a la vista y dentro de unas aguas donde, por ley, nada ni nadie debería impedir que acudan en demanda de auxilio. Seguimos perdiendo batallas navales también en el siglo XXI sin haber soltado una salva. Imagino que don Casto Méndez Núñez no aprobaría en absoluto la recepción que le hagan a la Furor en su próxima llegada de vuelta a puerto, veremos si a la callada de la noche como ya ha ocurrido otras veces en que el Gobierno no ha querido enturbiar más sus aguas, o con la pompa de quien necesita hacer mucho ruido para acallar otros asuntos. 


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domingo, 28 de septiembre de 2025

56 segundos

Primero nos tuvimos que convertir en robots orgánicos compitiendo en eficiencia con los ingenios mecánicos que nos van substituyendo en las labores manuales. Ahora ponemos en el lugar de nuestros falibles políticos a ingenios informáticos, presuntamente sin las debilidades corruptibles de sus programadores.




Cuando entré por necesidad en la dura vida fabril, contaba ya una edad que, pienso yo dada mi nula preparación previa, era ya una edad excesiva, casi añosa: 36. A mi alrededor se movían con mayor gracia y coordinación chavales que difícilmente habían vivido aún un cuarto de siglo ni recordaban, acaso, lo que es cambiar de milenio en el calendario. Eran gente sin mucho desgaste físico aún e incluso tonificados tanto por su lozanía como por esa moda vigoréxica moderna. Por eso, yo creo, en mí se operaban dos dificultades añadidas para poder encajar en el calculado movimiento del engranaje: una coordinación motora más bien defectuosa y una reflexividad excesiva. Hasta entonces no me jactaba pero tampoco hacía feos de una vida en la que mi mayor actividad física correspondía a caminar de un lado a otro y ejercitar los músculos de brazos y piernas como meros accesorios para la labor intelectual a la que llevaba entregado desde que comencé la carrera de Periodismo: garabatear y teclear, fotografiar y grabar y, claro, portar el material necesario para tales actividades.


En cuanto a la reflexividad, que nadie me tome por un pensador abstraído. Más bien soy un titulador compulsivo. Deformación profesional, supongo. Ya he contado alguna vez que tengo la manía de querer redactar mentalmente la crónica, con titulo y subtítulo, de cuanto veo de llamativo a mi alrededor. ¿Cómo redactaría el reportaje o la descripción literaria de esa escena que se desarrolla a mis ojos? 


Precisamente pensando en todo esto era incapaz de seguir muchas veces el ritmo establecido en la coreografía ideada en alguna mesa de trabajo, por la que un grupo de 20 o 30 hombres son capaces cada uno de ejecutar mecánicamente una serie de movimientos muy específicos y cada uno distinto del de al lado, en un tiempo muy concreto y ajustado: 56 segundos. Ni un minuto: una fracción ínfima para cualquier persona ociosa pero que en la línea de montaje suponía el acabado de todo un vehículo de la más precisa tecnología. 


No pienses.


56 segundos era el tiempo que teníamos, cada operario, para ajustar tornillos, colocar piezas, encajar conectores, retirar protecciones, empalmar manojos de cables, subir y bajar bloques… Cada uno lo suyo y nunca idénticamente repetido entre un período y el siguiente, ya que ahora podía llegar un diésel, a continuación un gasolina, después el modelo A del primero, el modelo B del segundo… Y en cada variante, una coreografía levemente distinta, matizada, mecánica: mientras terminas la operación en este motor ya estás mirando por el rabillo del ojo el siguiente para saber si primero tienes que echar mano a las cartucheras del cinto para coger dos tornillos del lado derecho (ni uno ni tres, ni menos de los del lado izquierdo, porque corregir el movimiento ya te hará perder valiosas milésimas) o alargar el brazo hacia la herramienta neumática colgada a tu izquierda para apretar los dos pernos ajustados por tu compañero dos puestos más arriba. El movimiento tiene que ser instintivo, no pensado, porque pensar lleva tiempo y el tiempo está milimétricamente calculado.


Y yo pensaba. Pensaba precisamente en todo esto, admirando al ingeniero que había establecido que en la línea de caja-motor de la fábrica automotiva, el operario 21 tiene que ejecutar en el mismo tiempo que el 20, el 19, el 18, el 17… una serie de movimientos que permitan que, al cabo de 22 posiciones, 20 minutos y 53 segundos aproximadamente, el motor y su caja de cambios hayan entrado y salido de esa línea perfectamente listos para ser encajados, en la siguiente línea sobre el chasis donde otra veintena de trabajadores (o los que sean) cumplirán su función, cada uno dentro de sus 56 segundos) para que al cabo del turno, casi medio millar de vehículos estén listos para ser transportados rumbo a sus flamantes propietarios.


Y pensaba en el dolor de mis manos y brazos, tan cansados como reforzados por esta actividad física ajena a cualquier actividad neuronal accesoria que me obligase a invertir ni medio segundo de más en mi operación, quitándomelo de la siguiente, lo que me haría tener que subir un punto mi velocidad de trabajo con el riesgo implícito de romper definitivamente el ritmo, la concentración y la precisión, dando como resultado el fallo que al final de la línea tendría que corregir otro compañero destinado, precisamente, a esta función revisora, cansado a su vez de que le llegasen operaciones incorrectas del puesto 21.


Como digo, esta actividad neuronal-intelectual tiene que estar completamente suprimida de la rutina del operario que, como yo, llega con el físico justito a una actividad fabril pensada para actuar sin enfrascarse en pensamientos mucho más profundos que el cálculo de minutos/motores, que quedan par el próximo descanso: ir a echar una meada rápida, beber agua, comer el bocadillo, fumarse un cigarro y de vuelta al puesto antes de que suene la chicharra y se pongan en marcha de nuevo las cintas que, a lo largo de miles de hectáreas, trabajan perfectamente sincronizadas para que tu coche esté listo, junto a otros cuatrocientos cincuenta y pico, al final de estas ocho horas de trabajo con sus millones de piezas, tornillos, arandelas, chips, chapas y cristales perfectamente ajustadas.


¿Y si lo escribo?


Y yo pensaba en la originalidad de escribir todo esto, cuando tuviese un rato, registrando con el mismo pesar y admiración lo que supone una jornada de ocho horas en la línea de trabajo de una fábrica con no sé cuántos récords de productividad y eficiencia, ejemplo de gestión precisa tanto dentro como fuera del mastodóntico grupo industrial al que pertenece. Miles de operarios uniformizados, coordinados al ritmo de un implacable segundero, ejecutando una compleja coreografía, tan inabarcable para el mejor coreógrafo del Bolshoi como lo son los confines del universo para el más concienzudo astrofísico de la NASA. Porque ver a 100 bailarines moviéndose como un único organismo, como una bandada de vencejos al final del verano, es bonito, sorprendente. Pero pensar en 1.500 curritos sincronizados finalizando cada uno su operación al mismo tiempo que el de al lado, a lo largo de kilómetros y kilómetros de líneas móviles a las que van incorporándose componentes del principio al fin para que en el último metro sean vomitados completamente operativos y funcionales un coche detrás de otro, cientos de ellos… tiene bastante poesía.


Flores artificiales y naturales.


Y lo pienso y admiro aún más al equipo de ingenieros que nos ha programado como a máquinas para que cada uno de los 1.500 humanos aquí presentes hagamos lo que tenemos que hacer sin salirnos ni un milímetro de nuestra operación, equiparándonos a esos robots y brazos mecánicos que también forman parte de la plantilla de la fábrica. Es como la comparación entre una flor de plástico y una natural: Antiguamente cuando la primera era muy realista, se la equiparaba admirativamente a la segunda. Hoy, en cambio, si la segunda es muy vistosa se la quiere elogiar diciendo que parece artificial. Pues algo parecido pasa con el operario, que cuanto más mecánico sea, más opciones tiene de progresar en su puesto. Y pensando esto me vienen a la cabeza las palabras de aquel personaje de Wenceslao Fernández Flórez, apático privilegiado burgués de provincias, para quien los obreros son gente inferior desde el mismo momento en que todo un grupo de ellos puede ser substituido con ventaja por una sola máquina. “Y cuando un hombre puede ser sustituido por una máquina, no debe estar muy orgulloso de sí. Lo decía en plena antesala de la Guerra Civil, defendiendo su superioridad frente a quienes ensalzaban a la clase obrera, lanzándoles la duda de “por qué los tejidos del callo han de pretender imponerse a la masa gris, y por qué el dolor de los músculos pretende una categoría superior a la neurastenia”.



¿Una ministra virtual?


Ojo, porque

Esto ya lo preví yo también en mayo de 2023.
hoy el esfuerzo de la masa gris puede acabar con todos los callos… y también con la propia pretendida superioridad intelectual. Lo pienso ahora que la inteligencia artificial ya nos está sustituyendo, también, en los puestos ejecutivos como un día vine a vaticinar por aquí mismo. Ya han puesto a une persona virtual al frente de un ministerio. Dicen que así se evitará la tentación prevaricadora, ladrona y corrupta a la que nuestra debilidad humana nos empuja en cuanto el poder cae en nuestras manos. ¿será que la nueva ministra albanesa está libre de ser manipulada por programadores humanos tan codiciosos como geniales?


Pensaba en cosas de estas mientras de nuevo mi incapacidad para la concentración en la tarea programada en estos 56 segundos me demostraba por qué los distintos gobiernos, sean de izquierdas o de derechas, van lijando de la formación académica básica cualquier atisbo de Humanidades, priorizando la formación técnica para que seamos ingenieros más efectivos, operarios más eficientes y, en general, una sociedad más mecanizada. Algún día a lo mejor terminaré de dar forma en un texto uniformado a todas las anotaciones mentales que hice mientras luchaba por no caerme (terminología fabril que quiere decir perder el ritmo, precisando de más tiempo del debido para ejecutar la operación programada) entre motor y motor de los 456 que pasaban por mi puesto cada jornada de trabajo.


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lunes, 22 de septiembre de 2025

Estado Palestino: ¿Por qué peleamos ahora por lo que -se supone- ya existe desde 1948 gracias a Israel?

Se ha convertido en la nueva fuente de discusión de estas semanas. ¿A favor o en contra del reconocimiento de un Estado Palestino? Parece que se aclara todo ahora que Inglaterra ha dado su parecer. Y sin embargo resulta que fueron los israelíes los que lucharon por ese reconocimiento hace más de tres cuartos de siglo, con el rechazo frontal (abstención formal) de los ingleses y la negación tajante de los países árabes. Sí, sí, lo has leído bien: Israel a favor del Estado Palestino y todos los demás en contra...

Pues abróchate porque empezamos una nueva entrega de las Cuñadolecciones.Si tienes ganas de leer, adelante. Si no, puedes ir directamente al final donde enumero las conclusiones.

El 29 de noviembre de 1947, después de meses de negociaciones, conversaciones, intercambios de ideas (por no decir gritos), idas y vueltas, la ONU consigue aprobar -alguna vez tendría que conseguir algo con tanta discusión estéril- su resolución 181 por la que se divide en dos naciones independientes, una árabe y otra judía, el territorio conocido desde tiempos de los romanos como Palestina. Y sí, recalquemos esto del imperio romano, porque la denominación Palestina surge precisamente de la reorganización del territorio derivada del aplastamiento de la rebelión de los hebreos en la anteriormente conocida como provincia de Judea (Judea de judío, por si alguien no lo termina de enlazar). A lo mejor te suena un poco de todo esto de lo que escuchábamos en misa, en clase de Religión -y hasta de Historia-, en catequesis... ¡o hasta de la tele! A fin de cuentas, ¿quién no conoce el Frente Popular de Judea, el Frente Judaico Popular y demás disidentes?


Bueno, pues volvemos a los antecedentes recientes: esta resolución de la ONU daba respuesta a las distintas promesas incumplidas por los países vencedores de la Primera Guerra Mundial. Y volvemos a rebobinar la cinta.

Turcos, romanos, griegos y otros dominadores


Es que tras la caída del Imperio Bizantino y con las Cruzadas de por medio, los turcos se hicieron con aquella porción de la antigua Roma que acabaron perdiendo siglos después tras la firma del Tratado de Lausana en 1923. Es decir: la antigua Israel bíblica, que a lo largo de los milenios ha sido invadida, reconquistada, administrada o supeditada a distintos imperios y civilizaciones que van desde los egipcios a los persas, pasando por los griegos macedónicos, los romanos y los turcos, parecía que finalmente iba a ser un territorio independiente si nos atenemos a las promesas de los ingleses y los franceses que imponían ahora su victoria bélica sobre alemanes, austrohúngaros y otomanos. Pero claro, las necesidades industriales, económicas y sociales de dos imperios occidentales en decadencia fueron más golosas que la palabra dada, por lo que, amparándose en un colonialismo encubierto (también llamado protectorado o administración), trazaron muy a la europea una serie de rayas a lápiz sobre el mapa repartiéndose un territorio que, si ha demostrado algo en todos estos siglos, es que la única forma de mantenerlo relativamente tranquilo es precisamente ponerle las rayas alrededor -bien apretaditas- y no entre medias.


Un inglés, un francés y un lapicero

Y ahora sí, es la hora de hablar de los residentes de este convulso cacho de tierra, judíos y musulmanes principalmente, hasta hace 70 años todos ellos conocidos como palestinos. Pero para ello, un último apunte: Y es que durante los primeros años del siglo XX, Inglaterra y Francia promovieron la revuelta de las tribus que poblaban todo Oriente medio para resquebrajar la ya debilitada estructura de su rival turco. Para ello se servían de promesas de independencia y libertad que muchas veces enfrentaban los intereses de distintas tribus por un mismo cacho de suelo y alimentaban un nacionalismo árabe en ciernes. Un buen ejemplo de todo esto lo tenemos en las memorias de Thomas Edward Lawrence, historiador, antropólogo y militar británico, cuyo meticuloso relato de todas estas actividades diplomático-saboteadoras -Los Siete Pilares de la Sabiduría- conocemos más por su versión cinematográfica: Lawrence de Arabia

Ya llego, ya. El caso es que tanto los palestinos -recordad, tanto de religión judía como musulmana-, como los egipcios, los árabes de la costa, los beduinos del desierto, jordanos, sirios y demás tribus de oriente próximo con un sentimiento nacional recién despertado, fueron usados como carne de cañón para acabar con el dominio turco de la zona durante la Primera Guerra Mundial. Pero claro, una vez controlado un territorio aparentemente reseco y carente de interés, tanto ingleses cono franceses decidieron quedarse por ahí mismo por recomendación de los diplomáticos metidos a delineantes, el coronel Mark Sykes y 
Aramco ya existía antes de que algunos
empezásemos a verla en la F1.
François Marie Denis Georges-Picot
. El trasfondo era más interesado: petróleo e influencia geoestratégica como la que representa el Canal de Suez. Lo que pasa es que tanto al león inglés como al gallo francés ya se les veían las intenciones y los árabes, por su parte, decidieron negociar con un tercer actor en principio poco susceptible de querer extender sus garras imperialistas: Estados Unidos. Fruto de este acuerdo para aprender a explotar sus propios pozos petrolíferos a cambio de cierto suministro nace Aramco -para más referencias, mira a ver en qué posición está el coche de Fernando Alonso- y empiezan a brotar más recientemente centenares de rascacielos imposibles. 

Palestina existe

Así quedaba dividida Palestina según la resolución 
de la ONU entre un estado árabe y otro judío.
Ahora sí, ¡llegamos! El caso es que desde finales del siglo XIX y principios del XX se habían empezado a desarrollar dos movimientos muy diferenciados -pero estrechamente ligados entre ellos- entre los judíos pobres de Europa y los judíos ricos de Europa y América. A los primeros, los pobres, cansados de ser el blanco de todas las iras pueblerinas desde mil años atrás, comenzó a resonarles eso de la Tierra Prometida más allá de los púlpitos de las sinagogas, resultándoles una idea de lo más atractiva lo de dejar de sufrir en suelo ajeno y, emulando a Moisés, liarse la manta y ponerse en marcha en busca del maná. Es la primera Aliyá. Los segundos, los ricos, empezaron a invertir en suelo, financiando una idea surgida en Austria que consistía, básicamente, en comprar parcelas allá donde los nombres de la Biblia seguían marcados también en los mapas y repoblarlas a base de gente para quien romper terrones en medio de la nada tuviese un significado mucho mayor que el de buscarse la vida sin más. Es la segunda Aliyá. Y entre ambas ya tenemos el nuevo éxodo montado.

Y hablando de éxodo, te recomiendo la novela de León Uris (o la peli de Paul Newman, que no se diga que no recomiendo para todos los gustos) que aunque no deja de emanar un tufillo de propaganda sionista, refleja muy bien también lo que fue aquella epopeya y cómo los ingleses siguen teniendo su porción de culpa en casi todo.

Y así es como Palestina, la antigua provincia romana rebautizada así para bajarle los humos a sus levantiscos habitantes judíos, el Israel de la Biblia, la Tierra Prometida del Génesis, un depauperado territorio más rico en historia y sentimentalismo que en recursos naturales, comienza a convertirse en foco migratorio desde Siberia hasta Marruecos. Sus pocos habitantes, principalmente de religión musulmana pero también judíos y cristianos, repartidos todos entre dispersos núcleos rurales y una decrépita Jerusalén, se vieron acompañados, de repente, por un aluvión de nuevos convecinos que se echaban al monte, se organizaban en kibutz y al cabo del tiempo lograban hacer que surgieran huertos y regadíos de yermos que no daban más que algún rastrojo desde hacía siglos. Yermos, sea dicho de paso, que habían sido vendidos por las tribus de alrededor pensando que estaban haciendo el negocio del siglo por un trozo de tierra seca.

Algunos llegaron a envidiarlo. Otros pidieron la fórmula. El caso es que muchos se sintieron engañados -la mezquindad echa raíces rápido- y surgieron las primeras rivalidades. Y cuando los administradores ingleses se dieron cuenta del avispero que tenían entre manos, aprovecharon la situación para menearlo a su gusto, incordiando un día a las avispas con pañuelo y otro a las de la kipá, pero sin acabar de cumplir con los compromisos adquiridos, empujando con la barriga una bola de nieve que acabará explotándoles entre las manos.

Paralelismos


Y ahora sí, llegamos al meollo de la cuestión árabe-israelí. Estamos en 1945-46 y decenas de miles de judíos supervivientes del Holocausto se hacinan en nuevos campos de concentración promovidos ahora por los ingleses, que patrullan las rutas marítimas del Mediterráneo para evitar la llegada de buques cargados de personas y suministros 
a la costa palestina, aunque sea hundiéndolos por el camino. ¿Nos suena? Pese a que son presionados por la comunidad internacional, los ingleses se niegan a soltar este protectorado colonial y no dudan en emular comportamientos represivos que aún conmocionan al mundo tras la liberación de los campos de exterminio nazis. El terrorismo es una de las armas que la autoridad hebrea utiliza contra su opresor. También los golpes de mano de organizaciones paramilitares cuya excelente preparación se debe, precisamente, a haber servido en los ejércitos inglés, francés, ruso y norteamericano, así como en los grupos partisanos y guerrilleros de los países ocupados por la Alemania nazi.

Los hebreos simplemente se han cansado de escuchar promesas como la de la creación del Hogar Nacional del Pueblo Judío en Palestina, de acuerdos como la Declaración Balfour que tanto oxígeno dio al Sionismo tras la I Guerra Mundial. Y sobre todo, de ver cómo mientras tanto, por todo Oriente se han ido independizando las naciones árabes amparadas en la creciente debilidad de las antiguas metrópolis europeas y con el beneplácito de la Unión Soviética. Llevan a la recién creada Organización de las Naciones Unidas su demanda, apoyándose en la legítima reivindicación de un hogar para esos miles de supervivientes que, ya lo han comprobado en Polonia por ejemplo, si vuelven a lo que un día fue su casa no van a ser recibidos precisamente con ramos de flores y peticiones de disculpa.

A echarlos al mar


Así que, por resumirlo bastante, a lo largo de 1947 va cristalizando voto a voto un acuerdo en la ONU que por fin reconoce la independencia del territorio, dividido salomónicamente en dos naciones. Bueno, no tan salomónica ya que, si bien a los judíos les toca una porción del pastel un poco más grande, también es cierto que la mayor parte es desierto puro y duro, perdiendo algunos de los vergeles que habían conseguido crear en las décadas pasadas. Aunque esto no les achanta y se dan por satisfechos. Por su parte los árabes, egipcios, jordanos y demás vecinos de alrededor, crecidos por sus logros de décadas pasadas y espoleados por un creciente odio -llámalo envidia, celos...-, deciden que no aceptarán ninguna división, que Palestina tiene que ser una y que lo van a conseguir aunque sea "empujando a los judíos al mar", así que movilizan a miles de tropas regulares e irregulares -con mandos profesionales y asesoramiento de terceros países... y no quiero señalar a nadie- empiezan una guerra lanzada desde los cuatro puntos cardinales -tres, ya que el cuarto es el mar Mediterráneo donde van a tirar a esos cuatro desarrapados- que promete ser un autentico linchamiento. 

Se calcula que en lo que empezaba la primera guerra árabe israelí, en torno a 150.000 refugiados palestinos árabes se exiliaron fuera del lado judío, a la espera de volver victoriosamente acompañando a sus correligionarios vecinos. Craso error: ni hubo victoria ni regreso. Cuando los países árabes del entorno se quisieron dar cuenta, los judíos no sólo se habían defendido como gato panza arriba, sino que les habían infringido una sonora derrota provocándoles una serie de problemas:
1º, la vergüenza de haber sido derrotados por esos cuatro gatos;
2º, la pérdida de territorio en la contraofensiva sobre su propio suelo;
3º, esos refugiados que no tienen dónde meter. 

Únicamente Jordania ha ganado algo de terreno. Bueno, no: en realidad es la llamada Cisjordania, una parte de la Palestina musulmana según el reparto de la ONU que, ya que ha quedado bajo su control después de la firma del armisticio con Israel, pues se incorpora a sus fronteras y aquí no ha pasado nada.

CONCLUSIONES

¿Y qué sacamos en limpio de todo esto?

1. Pues que los países árabes no aprobaron la creación de un estado palestino cuando tuvieron la oportunidad (ahí sigue la resolución de la ONU medio aplicada) porque no quisieron.

2. Que lejos de apoyar a ese nuevo estado, incluso alguno aprovechó para ratonearle un poco de territorio a la Palestina musulmana.

3. Que fueron los judíos los que lucharon por esa independencia de Palestina yuxtapuesta a la partición del terreno en dos países: uno para ellos y otro para los musulmanes.

4. Que la independencia y otros logros de los israelitas se ven legitimados histórica y jurídicamente, y a mayores reforzados por la victoria militar, clásico hecho consumado para el establecimiento de fronteras desde que el ser humano es lo que es.

5. Que Israel no puede justificar en lo que lleva aguantando el hacerle ahora a los otros lo que ellos han sufrido en el pasado. Aunque sí que es cierto que el 'ojo por ojo' es un clásico de su legislación tradicional.  

6. Que está muy bien que ahora todos estén a favor, pero que tampoco está de más recordar que todo esto tiene un antecedente aunque a muchos no les haga ni pizca de gracia recordarlo, por el qué dirán y todo eso.

7. Y sí, para mí está claro que, una vez más, Inglaterra es responsable (no soy juez para dictar sentencia de culpabilidad). ¿Pero qué fuerza tengo yo para propagar su Leyenda Negra? Pues eso.

8. Que esa lista de libros que se ve un poco más arriba es parte de la documentación que he usado para redactar este ladrillo a lo largo del fin de semana. Libros que ya he leído en el pasado y en los que me apoyo para ser un poco menos cuñado y tener un poco más de base a la hora de opinar con criterio propio, ya sea a favor o en contra de la corriente pre establecida. Porque hay vida más allá de lo que cuentan Wikipedia y ChatGPT, aunque también ayudan, por supuesto. Te digo algunos títulos, por si te interesa:
            -De los imperios a la globalización, de Pedro Lozano Bartolozzi
            -Prisioneros de la geografía y El poder de la geografía, de Tim Marshall
            -El mundo no es como crees, del equipo de El Orden Mundial
            -Los siete pilares de la sabiduría, de T.E. Lawrence 
            -Éxodo, de León Uris
            -La encrucijada mundial, de Pedro Baños

martes, 16 de septiembre de 2025

Netanyahu también es antisemita


Nos la estamos metiendo doblada… ¿y a la RAE también? Resulta que RTVE publica hoy un glosario para no liarnos con la terminología en torno a las distintas vertientes del conflicto árabe-israelí (ya no sé ni cómo llamarlo, no vaya a meter la pata yo y acabe cancelado y con un piquete manifestante a la puerta de casa). El caso es que leo en dicho glosario la definición, según la RAE, de antisemitismo: "que muestra hostilidad o prejuicios hacia los judíos, su cultura o su influencia", y aquí se me cruzan todos los cables de mi argumentario cuñadista, aquel que esgrimo para sentar cátedra en los debates y tertulias de terraza y barra de bar como persona leída y ecuánime, con un giro argumental y argumentado contrario a la línea generalista, según el cual, para mí (y parece que sólo para mí), antisemita sería -y es- hasta el propio Netanyahu.

Pues -oficialmente- parece que no. Pero como buen cuñado en poder de la razón, no me rindo ante el primer revés terminológico y me voy a la definición de semita. A ver si mis recuerdos de años de clases de Religión, Lengua española y distintas catequesis no vienen a darme la razón. Así que busco semita y me encuentro con que se trata de una persona "que pertenece a alguno de los pueblos que integran la familia formada por los árabes, los hebreos y otros". ¡Hala, ahora átame esa mosca por el rabo! Sí, sí, lo has leído bien: ÁRABES y HEBREOS. Y en ese mismo orden según el diccionario.


Así que vamos al meollo. Es la primera vez que lo dejo por escrito, no vaya a ser que luego lo haga alguien y me pise la exclusiva. Cuando discuto sobre el enfrentamiento árabe-israelí (siempre, como digo, en palcos de nivel como encuentros familiares o cañas con amigos y conocidos) tiro de conocimientos de tan rancio como tierno origen para hablar de los semitas como el legado de uno de los hijos de Noé, Sem, y el origen de una de las 12 tribus de Israel (a ver, que el conocimiento lo tengo, pero a veces se me pueden cruzar un poco los hechos después de tantos años). El caso es que cuando meto esta píldora de conocimiento en la discusión, yo sé que un cierto halo de admiración me cubre a ojos de mi discutidor antagonista. A mí me pasó lo mismo cuando, en alguna reflexión de taza de Roca, llegué a la misma conclusión, atando los cabos, de que semita o semítico (estudiado como raíz de las lenguas del arco mediterráneo oriental y norteafricano) tiene como lexema la palabra SEM. Es decir: el hijo de Noé, ascendencia primigenia de los pueblos árabes e israelíes según la tradición judía. Exactamente. Y si no me crees, pregúntale a San Google y a su profeta ChatGPT.

Así que 1-0 para este cuñado discutidor. Porque sí: yo tengo razón y puedo afirmar y afirmo que Netanyahu es tan antisemita o más que yo mismo aunque la definición oficial de esta palabra englobe sólo a los hostiles con el pueblo judío. Lo siento, Benjamín, pero tan nieto eres tú de Sem como lo era Arafat. ¡Y a ecuánime en esto no me gana ni Yahve!

Y ustedes, señores y señoras de la RAE, con el debido respeto: revisen sus definiciones porque yo creo que si una cosa es una cosa, su contraria -anti- no puede englobar sólo a una parte del total. ¿No les parece?


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