sábado, 19 de enero de 2019

Reflexiones durante una parada en el camino


Sabía que su problema en realidad era no haberse atrevido a emular a sus maestros. Durante años leyó esas historias que le inspiraban mil y una fantasías. Soñaba con plasmarlas sobre el papel como otros hicieran antes que él… pero era entonces cuando caía en el vértigo de no estar a la altura. Y así fue durante años hasta que el impulso de toda aquella fantasía contenida entre los muros de su mente lo lanzó a crear sus propias aventuras.

Le constaba que en el futuro su actuación sería analizada por cientos, miles de expertos que, sin embargo, nunca llegarían a la conclusión correcta. Crearían una definición con su nombre para comportamientos parecidos al suyo, sin saber nunca que los verdaderos motivos eran el miedo a empuñar una pluma: arma mil veces más poderosa que una vieja espada ancestral como la que llevaba al cinto. Que lo hiciera otro que sí supiese cómo hacerlo. Él le daría la materia prima. No le importaba que le tomasen por loco. Sería un loco famoso a falta de poder ser un escritor famoso.

Hecha esta reflexión y otras cosas, el caballero se irguió y se abrochó el calzón, no sin antes comprobar que toda fuente de olor quedaba atrás. Se atusó el bigote, ciñó como pudo la bacía sobre su cabello cada vez más ralo, compuso su postura más gallarda y convocó a su escudero para seguir ruta. De camino a la siguiente venta quedaban aún varias leguas en las que, quién sabe, aún podrían encontrar material para posibles crónicas.
Don Quijote, por mi paisano Antonio Capel.


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