domingo, 9 de abril de 2023

Gutemberg y Guillotin tenían más en común que una simple G o la herramienta para cortar correctamente el papel encuadernable

Le doy tres siglos -o menos- a la nueva Revolución Fr... de donde sea.

Gutenberg fue el precursor de internet. Fue el primer gran globalizador del conocimiento universal -con permiso de los esforzados copistas monasteriales y los buhoneros memorizadores de cantares y epopeyas tan figuradas como reales- y, como expresaba un día de estos Pérez Reverte, el que puso sin querer en manos de los revolucionarios del XVIII la soga y las razones para acabar descabezando literalmente al antiguo régimen. 

Por eso a lo mejor no es tan descorazonadora una situación actual en la que, con más información que nunca al alcance de tanta gente como nadie pudo imaginar antes, nos dedicamos a malgastar nuestros ratos entre vídeos de gatitos y polémicas de a minuto de interés en barra de bar y foro digital. Los desinformadores siempre están ahí, ojo avizor, para hacerse con las ventajas del invento antes que nadie. Aunque la experiencia nos dice que a la larga, la cosa prospera en beneficio general. Porque la imprenta comenzó sirviendo tanto para difundir lo que querían los que no querían generalizar el conocimiento, como para el entretenimiento más vulgar. Imaginaos que hasta entonces, la sabiduría diseminable estaba en manos de cuatro cardenales y sus satélites ensotanados, todo ello revestido de milagrería y miedo al infierno.  Aunque no todos ellos ejercían de correa de transmisión de lo que mandaba el Vaticano, que parte de las ciencias sociales también tenían su discutidor intramuros eclesiales. Y lo otro, las ciencias más naturales o científicas, o no eran muy polémicas o si lo eran, no tenían un público muy general y todo podía acabar discretamente ensordecido en algún aclamado auto de fe. 

Eso hablando de la cultura occidental, claro, porque si nos vamos a otros polos religioso-filosófico-culturales, la cosa no era muy distinta. Aunque de todas maneras tampoco merecen más atención en este caso porque no dejan de ser bloques con un interés menor por la globalización y la divulgación de sus ideas, excepto aquel que las promulgaba a golpe de cimitarra y abordaje. Que para qué te voy a proponer más o menos de buenas lo del conviértete y cree en lo mío, si a lo mejor no queda nadie a quien proponérselo después de esclavizar a los supervivientes).

El caso es que aquella revolución intelectoindustrial que fue poner una galerada tras otra de tipos de plomo a dos columnas, convenientemente entintada antes de prensar con ella un pliego de papel, no tuvo su verdadero reflejo sociopolítico hasta tres siglos después. Mientras tanto, así a grosso modo, algunos libelos se colaban en las librerías del vulgo entre biblias, misales, novelas, poemarios, relatos de viajes y verdaderos tratados científicos.

Por eso, digo, que quién sabe si tres siglos después -o menos, que hoy los tiempos no corren, ¡vuelan!- de que Internet pusiera en nuestras manos la enciclopedia global (para tontos, para listos, para cuñados y para todes) lo que quede de la humanidad de aquel mañana no le sacará todo su potencial a esta herramienta para llevar a cabo una nueva revolución post-gatetes y corran libres algunas cabezas que hoy seguimos sin entender -pero poco más- cómo se mantienen sobre sus infaustos hombros.


PD. Y sí, Guillotin tambén dio nombre a una de las herramientas necesarias para encuadernar... tres siglos después de que Gutemberg perfeccionase el arte de divulgar la letra impresa masivamente.

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