domingo, 25 de marzo de 2018

Game over. ¿Y ahora qué?



Ready Player One: Llegó mi turno. Como cuando dejabas la moneda de cinco duros en el marco del cristal de la máquina, o sobre el borde del futbolín. En realidad mi amigo Morpheus lo había dejado libre hacía algún tiempo. Pero por si acaso, mi moneda estaba ahí esperando su momento. Éste debe ser de los pocos casos en que una moneda abandonada es sagrada. Nadie se la lleva. No hay despiste que la haga desaparecer de su lugar hasta que llegue el turno de su propietario y la introduzca en la ranura correspondiente. Era la Ley de los Recreativos.

En realidad yo nunca fui muy 'gamer', como los llaman ahora. Mis monedas de cinco duros eran demasiado escasas como para desperdiaciarlas en menos de cinco minutos de partida que, quitando el Tetris y el Bomber Man, era lo que me duraban a mí las tres vidas de rigor. Así que yo era básicamente de la manada de los que miraban y animaban recostado en el lateral del videojuego o asomando por encima del hombro de los jugadores. De los de pipas y tabaco, que decíamos en las tardes de mus de sábado o domingo. 

Y cuando llegó el ocaso de las salas de máquinas, Piscis (el Olimpo), Pin-Ball, Tipo A... pues más de lo mismo. Ahí estaba yo en Nets, la primera sala de ordenadores en red de Palencia, como quien asiste una peli de guerra. Tras el hombro de Luis, Isasi, Calle o Laso, o de Toño, Fofe, Gus, Ricky, Canario... y toda la tropa del Círculo de Rol, buscando francotiradores apostados y terroristas en huida, o adivinando la estrategia que usaría para frenar el ataque de la marabunta zorg que se avecinaba. Ya hacía lo mismo en casa cuando Fernando, fotocopia de la Micro Manía a mano, se metía en la piel de Indiana Jones, Dave Miller o Guybrush Threepwood. Aunque también jugaba, claro. No iba a estar siempre de mirón o PNJ. Lo mío era más intimista, en mi cuarto, aquellas madrugadas de no levantarme ni para ir al váter y sólo separar la vista de la pantalla para encender otro cigarro. Mis hitos: reformular la segunda Guerra Mundial de varias maneras posibles, intentar no convertirme (o sí) en un replicante pellejudo o conquistar el cuadrante más lejano de la Vía Lactea, ya fuese con terrans, protos o zerg (lo mismo me dá este cuerpo que aquel).

Y como en aquellos casos, de nuevo ahora, después de horas pegado a la acción hasta completar la última misión, me he vuelto a quedar como con cara de bobo después de leer las palabras finales, ya sean Game Over, The End, Fin... U Oasis.


¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Todo empezó allá por Año Nuevo, cuando se me ocurrió lanzar una encuesta a ver cuál había sido la mejor lectura del año de los seguidores del blog y así inspirarme para futuras elecciones. Entre las respuestas, dos casi simultáneas de David y Óscar Morfeus recomendándome el mismo libro. Uno del que no había oído hablar hasta entonces, que no era ni mucho menos una novedad y al que ni siquiera relacioné, en primera instancia, con el próximo estreno cinematográfico de Steven Spielberg. Óscar incluso ya me vino a ofrecer la pastillita correspondiente mientras David me urgía a tomármela antes de que llegara a las pantallas. Así que hice caso de la prescripción y acepté el préstamo. Dejé sobre la barra del Korova un moloko recién servido, abandoné temporalmente la observación de las colonias de musgo a orillas del río Schuylkill y me puse a leer. Y a buscar huevos de pascua. Y a sentirme a medias entre el lector de aquella serie juvenil de librojuegos, Elige tu propia aventura, el jugador metido hasta el corvejón en el juego y el observador externo de una aventura gráfica, intentando adivinar el siguiente giro de la trama.




Nostálgicos de los 70-80 (porque somos los más nostálgicos), agarráos porque este libro es para vosotros. Principalmente para los que habéis nacido con un don para coordinar el manejo del joystick con la combinación adecuada de botones. Ya no llego a tiempo de recomendároslo (o sí) antes de ver la peli. Los que somos más cinéfilos también agradecemos las constantes referencias. Y como no quiero espoilear a nadie, sólo añado dos o tres cosillas más: 

¡Que vivan los fans de Juegos de Guerra!

¡Que viva Dungeons & Dragons!

¡Que vivan las clases de latín!

Ernest Cline, ¿dónde te dejaste a He-Man y al Equipo A? ¿El Auryn te parecía un amuleto demasiado poderoso para los usuarios de Oasis?

PD1: Y cuando me creía el tipo más inteligente del mundo al haber descubierto yo solito la conexión entre RPO y La Naranja Mecánica, me encuentro con que el 6655321, el número de preso de Alex en la staja 84F y -casi- el de empleado de IOI de Nolan Sorrento, ya ha sido usado hasta para marcar a Plankton en la cárcel de Fondo de Bikini. ¿Era demasiado evidente?

PD2: Soy más bien posesivo. No acostumbro pedir libros prestados (aunque si tengo que prestarlos no los niego aunque sepa que hay muchas posibilidades de no volver a verlos). Pero en este caso acepté el préstamo y me arrepiento desde el primer día por un desgraciado y aún irresoluble accidente acuático. Lo siento, Merche-amiga-de-Óscar. Que sepas que no ha quedado muy mal, pese a todo.