miércoles, 14 de noviembre de 2018

Ya no hay tebeos en los kioscos

El cine nos da la razón. También en literatura de viñetas los años pasados fueron mejores.

Cuando entré en el kiosco tuve la misma sensación que cuando despiertas de una pesadilla y descubres que no todo lo que estabas viendo era fruto de la imaginación. Que el mal sueño responde a los miedos de la realidad. Y no sabes entonces qué te asusta más, si la sucesión de impresiones generadas por el subconsciente o su inspiración real.

Me recuerdo con mis tres hermanos mayores, cogidos de la mano en perfecto
orden descendente, mirando a los dos lados antes de atravesar la calle por el
paso de peatones frente a Caja Salamanca y caminar por la acera sin romper
la formación hasta el kiosco de Justo, al pie del convento de las Agustinas.
Después se mudaron unos metros más allá, al local donde elevaron el
oficio de kiosquero a sus más altas cotas. Foto: José Luis Sánchez Barea
Miré a mi alrededor. Aquel podría ser (salvando las distancias) el kiosco nuevo de Justo y Fernando. Aquel de cuando ambos socios decidieron alquilar un local como Dios manda al principio de la Calle Mayor para sustituir la caseta de aluminio que regentaban pegada al muro de las Agustinas. El kiosco nuevo lo tenía todo, con sus tebeos dignamente desplegados a lo largo de una inmensa pared y no apiñados tras un minúsculo escaparate; con sus dos mostradores, uno para exhibir toda la gama de chucherías y golosinas existentes en el mercado y otro (el más concurrido) donde se despachaba el aún glorioso papel reciclado de la prensa local, nacional e incluso internacional, junto con interminables colecciones de fascículos, libros y cromos. Hasta pan llegaron a vender, por eso de ofrecer un completo al que salía a por el pan y el periódico.

Pero volvamos a aquella pared que se extendía a la izquierda de la puerta de entrada. Allí donde me solazaba releyendo, una y otra vez, las portadas de los Mortadelos, los Zipi y Zape, los Anacletos, Súper López y Carpantas que nos atraían, cual canto de sirena, con sus cómicas ilustraciones de chiste rápido que hacían de introducción a la historia principal contenida dentro del álbum. Teníamos también compendios de varios autores, álbumes como el mismísimo TBO o el Pulgarcito (siempre buscando llevarnos el gato al agua) en cuyas páginas se alternaban tiras e historietas breves, de una o dos páginas. Ahí conocí, quién me lo iba a decir, a la pandilla de Mónica que resulta que es a las últimas dos o tres generaciones de brasileños lo que los alumnos de don Minervo a los que fuimos a EGB. Y el más moderno Súper Humor, que traía a los más grandes de la extinta colección Olé.

Todos estos, digo, me llamaban más la atención que las portadas menos comunicativas de los cómics de Marvel o DC. O de nuestros héroes patrios como el Capitán Trueno o Jabato, o los destemidos personajes del Hazañas Bélicas. Tal vez no hubiese mucha variedad para el público más grande, quitando El Jueves o El Víbora, no tan a nuestro alcance y menos para entender muchas veces sus chistes de portada. Pero claro, quién soy yo para intentar recordar si había algún álbum de Corto Maltese o de Blueberry, más elitistas que los sí presentes Asterix o Tintín.

Donde Justo también había cómics inspirados en productos televisivos, los que estuviesen de moda o en antena en aquel momento, aunque en su mayoría serían aquellos tebeos los inspiradores de la tele (como demostraron años después Mortadelo o Anacleto, y ahora Súper López, y volvemos a nuestra eterna añoranza de los años 80). Otros, inocentes y bienintencionados productos de multinacionales del ocio como los Don Mickey también se vendían bastante bien, pero nada que ver con el éxito de las historietas de Ibáñez y Escobar.

Pero los tiempos han cambiado. Olé, Bruguera y su Gato Negro (que acabó sus siete vidas siendo de todos los colores sin que se supiese si encontrarlo entre las viñetas del Pulgarcito, finalmente daba premio o no) han pasado a la historia. Y el kiosco donde entro ahora y que me recuerda un poco a aquél que sólo vive ya en mi memoria y en el cartel que aún preside el local vacío desde hace años, ni por asomo tiene aquella pared mágica que nos atraía como a moscas. Pregunto aquí por algo del género para un público de entre 6 y 15 años, y me remiten a revistas de canales de televisión y películas de moda, imitaciones para preadolescentes de publicaciones adultas y poco más. No hay un tebeo como tal que no tenga por detrás un producto audiovisual, digital o interactivo con el que combinarse. ¡Ya no hay tebeos en los kioscos!


Epílogo

Menos mal que se me disipa un poco el terror de la pesadilla cuando veo a Marina agarrada a su creciente colección de gibis (nombre popular de los tebeos en Brasil), lectora ávida de literatura en viñetas. Vivo esperando ansioso la llegada del próximo visitante venido de aquellas tierras que nos honre con su presencia, portando eso sí el correspondiente cargamento de historietas despachado por mi suegra para sus nietas, profundamente gradecido porque Brasil aún no ha perdido esa inocencia de la literatura de kiosco infanto-juvenil.

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martes, 13 de noviembre de 2018

Veamos cuántos libros de esta lista has leído

Listas, ¡qué coñazo! Pero cómo nos gustan. La que viene a continuación cayó originalmente en mis manos hace unos días desde una página en portugués, supuestamente realizada por el servicio de Cultura de la BBC en 2003. Para variar, autores españoles o en lengua castellana, uno, como mucho. Y ni siquiera era Cervantes. No era de recibo que algunos autores como Jane Austen tuviesen cuatro registros, Terry Pratcher cinco y que la saga de Harry Potter estuviese representada por tres ejemplares. Así que me he tomado la licencia de mejorar la lista, y mucho, con títulos históricos en español, italiano, francés, ruso y también inglés, claro.

Vamos ahora con el reto. En la original decía que poca gente llegaba a los diez libros leídos del total. También, con cada bodrio que recogían... Así que yo creo que ahora va a ser un poco más fácil alcanzar esa meta. ¿Jugamos?



1. El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien
2. Orgullo y prejuicio, Jane Austen
3. La materia oscura, Philip Pullman
4. La Guía del Autoestopista Galáctico, Douglas Adams.
5. Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes
6. Matar a un ruiseñor, Harper Lee
7. Winnie the Pooh, A.A. Milne
8. 1984, George Orwell
9. El león, la bruja y el armario, C.S. Lewis
10. La Regenta, Leopoldo Alas Clarín
11. Trampa-22, Joseph Heller
12. Cumbres borrascosas, Emily Brontë
13. El canto de los pájaros, Sebastian Faulks
14. Rebecca, Daphne du Maurier
15. El Guardián entre el centeno, J.D. Salinger
16. El viento en los sauces, Kenneth Grahame
17. La venganza de don Mendo, Pedro Muñoz Seca
18. Mujercitas, Louisa May Alcott
19. La Mandolina del capitán Corelli, Louis de Bernieres
20. Guerra y Paz, Leon Tolstoi
21. Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell
22. Harry Potter y la piedra filosofal, JK Rowling
23. Viaje al centro de la Tierra. Julio Verne
24. El Lazarillo de Tormes, anónimo
25. Las inquietudes de Shanti Andía, Pío Baroja
26. ¿Hay alguien ahí afuera?, Marian Keyes
27. El Evangelio según Jesucristo, José Saramago
28. Una oración por Owen Meany, John Irving
29. Las uvas de la ira, John Steinbeck
30. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll
31. El segundo sexo, Simone de Beauvoir
32. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez
33. Los pilares de la tierra, Ken Follett
34. David Copperfield, Charles Dickens
35. Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl
36. La Isla del Tesoro, Robert Louis Stevenson
37. La fiesta del chivo, Mario Vargas Llosa
38. El Nombre de la Rosa, Umberto Eco
39. Dune, Frank Herbert
40. La Naranja Mecánica, Anthony Burgess
41. Ana de las Tejas Verdes, L.M. Montgomery
42. La conjura de los necios, John Kennedy Toole
43. El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald
44. El Conde de Montecristo, Alexandre Dumas
45. Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh
46. Rebelión en la Granja, George Orwell
47. Un cuento de navidad, Charles Dickens
48. Sin novedad en el Frente,  Erich Maria Remarque
49. Don Juan Tenorio, José de Zorrilla
50. Los buscadores de conchas, Rosamunde Pilcher
51. El jardín secreto, Frances Hodgson Burnett
52. De ratones y hombres, John Steinbeck
53. It, Stephen King
54. Anna Karenina, Leon Tolstoy
55. Voces de Chernobyl, Svetlana Aleksiévich
56. Los Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós (no tienes por qué haberlos leído todos)
57. Fahrenheit 451, Ray Bradbury
58. La Divina Comedia, Dante Alighieri
59. Manolito Gafotas, Elvira Lindo
60. Crimen y castigo, Fyodor Dostoyevsky
61. El lobo estepario, Hermann Hesse
62. Memorias de una geisha, Arthur Golden
63. Moby Dick, R.L. Stevenson
64. El pájaro espino, Colleen McCollough
65. Luces de Bohemia, R.M. Valle Inclán
66. Los Cinco y el tesoro de la isla, Enyd Blyton
67. El Mago, John Fowles
68. Los buenos augurios, Terry Pratchett y Neil Gaiman
69. El Libro de la Selva, Rudyard Kipling
70. El señor de las moscas, William Golding
71. El Perfume, Patrick Süskind
72. Los filántropos en harapos, Robert Tressell
73. Tom Sawyer, Mark Twain
74. El Hereje, Miguel Delibes
75. El diario de Bridget Jones, Helen Fielding
76. El crimen del padre Amaro, Eça de Queiroz
77. San Manuel Bueno, Mártir, Miguel de Unamuno
78. Ulises, James Joyce
79. la Colmena, C.J. Cela
80. Doble acto, Jacqueline Wilson
81. Luz de Agosto, William Faulkner
82. La Metamorfosis, Franz Kafka
83. Agujeros, Louis Sachar
84. La Ciudad de la Alegría, Dominique Lapierre
85. El dios de las pequeñas cosas, Arundhati Roy
86. Yo soy Malala, Malala Yousafzai
87. Un Mundo Feliz, Aldous Huxley
88. El Viejo y el mar, Ernest Hemingway
89. Platero y yo, Juan Ramón Jiménez
90. En el camino, Jack Kerouac
91. El Padrino, Mario Puzo
92. El clan del oso cavernario, Jean M. Auel
93. El color de la magia, Terry Pratchett
94. El Alquimista, Paulo Coelho
95. La Casa de los Espíritus, Isabel Allende
96. Los Pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán
97. El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez
98. Comer, amar, rezar; Elizabet Gilbert
99. El capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte
100. Los Versos Satánicos, Salman Rushdie

¿Qué tal, bien? Cuéntanos qué tal se te ha dado y qué libro o autor has echado de menos en la lista.

Y ya si eso, compártelo con tus amigos. ;)



domingo, 11 de noviembre de 2018

Ante el primer centenario de la Gran Guerra y otras contiendas


Comencé a escribir esto allá por el año pasado, lo retomé en enero y lo culmino ahora porque era la fecha prevista. Después de acabar en febrero de 2017 una excelente novela biográfica sobre Napoleón, continué con la entretenida policial-guerracivilista  Falcó, de Pérez Reverte. Ya hablé lo suficiente al respecto en textos pasados, así que sigo adelante con mi relato. Inmediatamente después me metí entre pecho y espalda las excelentes crónicas de Valle-Inclán, testimonio de su convocatoria oficial para dar a conocer al neutral público hispano los desastres de la Gran Guerra, en una edición enturbiada sólo por el pesado y casi totalmente prescindible ensayo introductorio al que también ya me referí aquí en su momento. Y a partir de ahí me vi inmerso en una espiral bélica en la que seguí y en cierto modo siempre sigo, cual infante atrincherado en el Somme o en los Pirineos, enfrascado sin visos de salir próximamente. Todo firmas brillantes como Rudyard Kipling, George Orwell, Augusto Assia, Manuel Chaves Nogales y Juan Eslava Galán. Todos (menos Eslava) contando su testimonio de lo que fueron en aquellos terribles días que marcaron la historia del siglo XX antes de llegar a su cénit. También pasaron por aquí más recientemente Eduardo Mendoza con su ficción sobre el Madrid previo a la GuerraCivil y Mark Harris y su recopilación de las historias vividas por los gigantes de Hollywood al servicio de la maquinaria de propaganda e información bélica; y ya cruzando el ecuador del siglo armado, Pérez Reverte de nuevo, rememorando aquel capítulo de los puentes bosnios que acompañé en su día por la tele y cuya lectura también me inspìró el proyecto de fin de carrera; Manu Leguineche, esta vez pasando de refilón junto a algunos de los polvorines que más tarde acabarían calentando –a conciencia- la segunda mitad del siglo XX; y Oriana Fallaci con una imprescindible recopìlación de entrevistas a algunos de los titiriteros que han manejado las cuerdas de muchas de las mayores matanzas castrenses entre los pasados años 50, 60 y 70.

Por eso quería escribir esto antes de llegar las 11 horas del día 11 de noviembre, cuando pensaba que todas las campanas del mundo irían a repicar como lo hicieron cien años atrás por el fin de la guerra más cruenta y estúpida (de entre lo estúpidas y cruentas que son ya de por sí las guerras) de cuantas habíamos emprendido los seres humanos hasta que la superamos 20 años después. Finalmente no me ventilé más libros sobre la Primera Guerra Mundial hasta esta fecha. No hubo entre mis manos más crónicas como las que escribieron Kipling y Valle Inclán, aliadófilos confesos y referentes de la literatura inglesa y española respectivamente cuando los cañonazos recorrían los continente de norte a sur, cada uno escribiendo con su estilo particular aunque ambos sospechosamente simétricos en sus percepciones y la denuncia de los desmanes del salvaje enemigo de la humanidad (trabajo brillante de las asesorías de comunicación aliadas, por lo que parece).  

Me temo que soy un poco monotemático, qué le voy a hacer. Me gustan las Hazañas Bélicas más que a un tonto una tiza. Pero es que soy un gran admirador de la mayor creación del hombre, que es su capacidad de destrucción. Por eso conmemoraciones como la de hoy sí debemos recordarla y hacerla saber, porque nos recuerda lo incongruente de nuestra naturaleza y nuestra capacidad de superación cuando los rigores del guión así lo exigen. Porque seguiremos tropezando una y otra vez en los mismos errores por insistir en no verlos como redundancias de un comportamiento estúpido. Seguiremos yendo como borregos a los mataderos del Somme, de Verdún, de Stalingrado, de Dien Bien Phu, de Ruanda... Por favorecer ciegamente a aquellos líderes que ya han demostrado hasta la saciedad sus ansias de poder, independientemente del interés general. Literalmente caiga quien caiga.

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