S&C está, como hemos dicho, en pleno corazón de París. O en su dermis, ya que el corazón sería la Île de la Cité, y la librería está en la orilla contraria. Su fachada se abre al final de una callecita atestada de comercios y bares, desembocando en la orilla del río frente a un simpático jardincito un poco por debajo del nivel de la avenida principal. Tal vez sea precisamente esa disposición la que le aporte una mayor ideoneidad para sus fines bohemios: El jardín, la calma al final de la calle, una gran acera, la perspectiva desde la avenida, las vistas hacia el otro lado del río... Y un vetusto edificio lleno de libros viejos y no tan viejos pero igualmente deseables, como una botella de vino añejo envejecido en barrica de roble francés... o americano.
Porque aunque quien dé nombre a tan ilustre local sea el mayor genio de las letras británicas, fue un norteamericano quien dio vida al actual S&C. Como también norteamericano era uno de los que le aportó, a ojos del público global, mayor lustre y fama a la firma. El primero fue el ex soldado George Whitman que, enamorado de París cuando participó en su liberación, decidió que su vida la iba a pasar con/en esa amante no tan indefensa como se le presentó la primera vez. El segundo también estuvo en esa liberación, pero a su manera.
Ernest Hemingway fue de los que se embriagó de bohemia parisina hasta la saturación en la S&C original, la que abrió en 1919 Sylvia Beach no muy lejos de la rue de la Bûcherie y que fue cerrada por los alemanes poco después de invadir la ciudad. Y sin embargo, cuando llegó a orillas del Sena el autor de Por quién doblan las campanas, parece ser que entre sus prioridades no se encontraba vengar la memoria de aquel local donde se dio cita en el pasado con otros grandes de la lieratura como Joyce, Orwell o Burroughs.
¿Y qué queda de aquella Shakespeare and Company en la de hoy? Pues practicamente todo. El acervo bibliográfico donado por Sylvia Beach, la leyenda, el espíritu, la filosofía... De acuerdo que esta Shakespeare and Company es un negocio bastante bien montado, pero es que la cultura tiene que vivir de algo. Y aquí lo han combinado muy bien. De la filosofía del S&C de Beach cabe destacar la media docena de jóvenes escritores, escogidos de entre una pléyade de candidatos, que viven literalmente (redundantemente) entre sus estantes y ayudan a atender a la marabunta de bibliófilos y turistas que se congregan entorno a esa acera para trasponer su puerta y absorber su atmósfera cargada de olor a madera vieja y herrumbre, tinta, cola, polvo y perfume (no necesariamente francés); compuesta de susurros, música, pisadas, interjecciones de admiración y risitas sofocadas.
Mientras en la calle el público vaga entre los cajones y armarios que completan la oferta de la librería en la misma acera en la que, diariamente, músicos aspirantes a grandes estrellas o simples soñadores sin más ambición que la de compartir su arte, se dan cita día a día. Las aguas del Sena siguen bajando río abajo y desde algún lugar del entramado arquitectónico de la Catedral, el fantasma de Quasimodo desvía a ratos su vista hacia ese rincón del que sólo sus ojos pueden ver fluir hacia el cielo una imperceptible nube de inspiración, formada por igual de notas y letras, de acordes y de palabras. Entretanto, Naide y yo apuramos la botella de vino comprada para la cena y que, convidada por el momento, acabó sin corcho allí mismo, mientras Clara duerme en el carrito y Marina, sentada en un pivote de la acera, disfruta sin entender por qué ese rincón mágico de París.
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Creo que estaba posando con una humilde edición de mediados del siglo pasado titulada La Comédie Américaine. La ocasión lo merecia. No había conseguido pasar aún el umbral de la librería, retenido por el son de un estupendo trío musical irlandés (valga la redundancia) y la esperanza de encontrar algún tesoro en los cajones de ofertas que ocupan la acera, cuando ¡bingo! Un 'novísimo' tomo, apenas gastado el azul de la cubierta por un poco de sol y nada más, del 'Following the Equator': las crónicas de Mark Twain alrededor del mundo reeditadas en Nueva York en 1925. Como un niño con zapatos nuevos, salí de la librería más turística de París -y con justicia la más famosa- con mi libro sellado en su primera página con la cara de Shakespeare y rastros de antiguas anotaciones en la contracapa esperando ser reveladas. Ojalá pueda juntar este libro con aquel Tom Sawyer con el que hace 20 años ejercitaba mi dicción, casete de 90 a punto, en sesiones diarias de media hora de lectura en voz alta.