domingo, 30 de abril de 2017

Shakespeare and Company: Entrando en la leyenda del Kilómetro Cero de París

Shakespeare and Company es uno de esos nombres legendarios a los que la ciudad de París envuelve en el halo de misterio y romanticismo que parece fluir a tal fin desde las orillas del Sena. Y nada más exacto en este caso, ya que la mítica librería anglófila reside desde hace casi 70 años nada menos que a la sombra de Notre Dame -poéticamente, se entiende, porque técnicamente sería la librería la que diese sombra a la catedral... si fuese más alta- y arrullada por el rumor de las aguas del río -rumor figurado, claro, porque por silenciosa que fuese la ciudad, no sé yo si se oiría mucho-. El caso es que es uno de esos lugares que todo buen bibliófilo tiene que visitar por lo menos una o veinte veces en la vida. Y ya aprovechando el viaje, pasar otro par de horas echando un vistazo en la cercana Gilbert Jeune y sus muchosmil metros cuadrados de estanterías, alrededor de la plaza de Saint Michel.

S&C está, como hemos dicho, en pleno corazón de París. O en su dermis, ya que el corazón sería la Île de la Cité, y la librería está en la orilla contraria. Su fachada se abre al final de una callecita atestada de comercios y bares, desembocando en la orilla del río frente a un simpático jardincito un poco por debajo del nivel de la avenida principal. Tal vez sea precisamente esa disposición la que le aporte una mayor ideoneidad para sus fines bohemios: El jardín, la calma al final de la calle, una gran acera, la perspectiva desde la avenida, las vistas hacia el otro lado del río... Y un vetusto edificio lleno de libros viejos y no tan viejos pero igualmente deseables, como una botella de vino añejo envejecido en barrica de roble francés... o americano.

Porque aunque quien dé nombre a tan ilustre local sea el mayor genio de las letras británicas, fue un norteamericano quien dio vida al actual S&C. Como también norteamericano era uno de los que le aportó, a ojos del público global, mayor lustre y fama a la firma. El primero fue el ex soldado George Whitman que, enamorado de París cuando participó en su liberación, decidió que su vida la iba a pasar con/en esa amante no tan indefensa como se le presentó la primera vez. El segundo también estuvo en esa liberación, pero a su manera.

Ernest Hemingway fue de los que se embriagó de bohemia parisina hasta la saturación en la S&C original, la que abrió en 1919 Sylvia Beach no muy lejos de la rue de la Bûcherie y que fue cerrada por los alemanes poco después de invadir la ciudad. Y sin embargo, cuando llegó a orillas del Sena el autor de Por quién doblan las campanas, parece ser que entre sus prioridades no se encontraba vengar la memoria de aquel local donde se dio cita en el pasado con otros grandes de la lieratura como Joyce, Orwell o Burroughs.

¿Y qué queda de aquella Shakespeare and Company en la de hoy? Pues practicamente todo. El acervo bibliográfico donado por Sylvia Beach, la leyenda, el espíritu, la filosofía... De acuerdo que esta Shakespeare and Company es un negocio bastante bien montado, pero es que la cultura tiene que vivir de algo. Y aquí lo han combinado muy bien. De la filosofía del S&C de Beach cabe destacar la media docena de jóvenes escritores, escogidos de entre una pléyade de candidatos, que viven literalmente (redundantemente) entre sus estantes y ayudan a atender a la marabunta de bibliófilos y turistas que se congregan entorno a esa acera para trasponer su puerta y absorber su atmósfera cargada de olor a madera vieja y herrumbre, tinta, cola, polvo y perfume (no necesariamente francés); compuesta de susurros, música, pisadas, interjecciones de admiración y risitas sofocadas.




Mientras en la calle el público vaga entre los cajones y armarios que completan la oferta de la librería en la misma acera en la que, diariamente, músicos aspirantes a grandes estrellas o simples soñadores sin más ambición que la de compartir su arte, se dan cita día a día. Las aguas del Sena siguen bajando río abajo y desde algún lugar del entramado arquitectónico de la Catedral, el fantasma de Quasimodo desvía a ratos su vista hacia ese rincón del que sólo sus ojos pueden ver fluir hacia el cielo una imperceptible nube de inspiración, formada por igual de notas y letras, de acordes y de palabras. Entretanto, Naide y yo apuramos la botella de vino comprada para la cena y que, convidada por el momento, acabó sin corcho allí mismo, mientras Clara duerme en el carrito y Marina, sentada en un pivote de la acera, disfruta sin entender por qué ese rincón mágico de París. 


...

*Nota a la imagen de ahí arriba del todo, titulada Postureo del bravo.
Creo que estaba posando con una humilde edición de mediados del siglo pasado titulada La Comédie Américaine. La ocasión lo merecia. No había conseguido pasar aún el umbral de la librería, retenido por el son de un estupendo trío musical irlandés (valga la redundancia) y la esperanza de encontrar algún tesoro en los cajones de ofertas que ocupan la acera, cuando ¡bingo! Un 'novísimo' tomo, apenas gastado el azul de la cubierta por un poco de sol y nada más, del 'Following the Equator': las crónicas de Mark Twain alrededor del mundo reeditadas en Nueva York en 1925. Como un niño con zapatos nuevos, salí de la librería más turística de París -y con justicia la más famosa- con mi libro sellado en su primera página con la cara de Shakespeare y rastros de antiguas anotaciones en la contracapa esperando ser reveladas. Ojalá pueda juntar este libro con aquel Tom Sawyer con el que hace 20 años ejercitaba mi dicción, casete de 90 a punto, en sesiones diarias de media hora de lectura en voz alta.

miércoles, 26 de abril de 2017

Capítulo cero del LibVlog

Algún tiempo y bastante barba atrás, alguien decidió meterse de lleno en la aventura bloguera. Éste es el resultado de algunos experimentos. ¿Qué os parece? Aceptamos comentarios al respecto. :D

martes, 25 de abril de 2017

Achaques, desventuras y tribulaciones de un inaceptable idealista


Imagina la historia de un joven aventurero desentrañando los misterios del África negra junto a uno de los más renombrados exploradores de su época. La evolución de un altruista personaje, enfrentádose a fuerzas infinitamente superiores por los derechos de los oprimidos, remontando primero el río Congo y más tarde el Amazonas hasta los rincones más remotos de la selva peruana, pasando por su humillada Irlanda, luchando por resolver sus propios conflictos personales, relegados siempre a un segundo plano por los problemas del mundo. Sufriendo la postrera traición y abandono de aquellos amigos que descubrían que su trato no les era ni mucho menos beneficioso, si no todo lo contrario en una sociedad aún hoy encorsetada por férreos patrones sociales. Y aquel amor imposible de tan platónico y casi linguístico entre un hombre y una mujer. Y ésa degradación física, fruto de años de exposición a la intemperie más sofocante y otros sofocos que no se cuentan...

Pues esa fue la historia que cogió entre manos nada más y nada menos que todo un premio Nobel de Literatura. Y la fue a publicar precisamente a punto de ser reconocido por la academia Sueca (a mi modo de ver, esta vez también totalmente incontestable). Tal vez ese hecho, o el que me pillara en plena mudanza de vida (no sé qué escribí el otro día que también me pilló por esas épocas), fue lo que me hizo no haber oído hablar nunca de Roger Casement y El Sueño del Celta de Mario Vargas Llosa.

Reconozco que lo compramos para hacer bulto en un crédito acumulado que teníamos en una librería. "¿Vargas Llosa hablando de celtas? A la saca, y punto". Y así, algunos años después, con ese tomo llamando mi atención de vez en cuando desde el estante, me decidí a sacarlo a pasear un día de indefinición entre dos libros (ya se sabe, ante la duda a por el del medio) y no lo volví a dejar en su sitio hasta algunos días después, satisfechamente despachado.

Excelente, como no podía ser menos. Aunque primero vino una pequeña decepción porque hablaba de celtas modernos (es que ni la sinopsis me leí). Después la curiosidad por saber que se trataba de un personaje real que iba tratando con personalidades conocidas de la época, tipo Henry Morton Stanley (el de la famosa búsqueda y saludo al doctor Livingstone, supongo), Joseph Konrad o la mitad de los revolucionarios irlandeses que aparecen en la película de Michael Collins. Y eso que al alter ego de Liam Neeson casi ni se le lee, pero bueno. El tema de la revolución e independencia irlandesa siempre me ha llamado la atención.


Y ahí descubres a otra clase de antihéroe totalmente real. Roger Casement lo tenía todo para ser el tipo de moda en todos los círculos más exclusivos de la sociedad británica. Casement fue el mayor perseguidor del esclavismo en dos continentes cuando Inglaterra, hipocresías de la vida, se pasó completamente de bando y se erigió en protectora internacional de los derechos de negros e indios, El protagonista de la historia se enfrentó nada menos que al poderoso rey Leopoldo de Bélgica, desenmascarando aquella trama tan bendecida hasta entonces por la que, con la excusa de evangelizar negritos y llevar los avances de la ciencia y la cultura hasta el rincón más ignoto del continente, el minúsculo monarca europeo explotó a beneficio personal una de las tierras más ricas de Centro África. Después Casement viajó a Sudamérica, donde tocó directamene los intereses comerciales de Inglaterra a través de una empresa de capital anglosajón y dirección peruana, basada en la explotación de las tribus amazónicas para la extracción del codiciado caucho.
Pero lo que llama la atención no son sus aventuras en locales tan arriesgados, si no otras aventuras menos confesables y otros riesgos derivados de aquellas, mucho menos tópicos, digamos, o heróicos que si hubiese pasado dos semanas convaleciente por unas fiebres tifoideas o recuperándose del tiro traicionero de algún malvado enemigo. Por ejemplo. No sólo el clima ingrato y extremo de las junglas tropicales pasa factura a la salud de un hombre cada vez más cascado, en muchos sentidos. Y es que si como ya le pasó a Oscar Wilde, algunas tendencias inaceptables podían ser motivo de rigurosa prisión, para quien era además acusado de traidor por uno de los sistemas legales más implacables y rencorosos del mundo, constituía el peor de los agravantes.

Roger Casement, que durante décadas dio lustre al afán abolicionista británico, se dejó llevar por la savia esmeralda que corría por sus venas y abrazó apasionada e incondicionalmente la causa separatista irlandesa. Golpe en lo más profundo de los orgullosos ingleses. Puñalada trapera al vengativo ego británico. Renunció a sus prebendas como alto funcionario de la corona, enfrentándose firmemente a ella como vía de escape a sus propios tormentos, hasta el punto de participar activamente en la conspiración... Pero por aquí llego ya sin querer hacer, como se suele decir últimamente spoiler, o el más castizo no destriparle la trama a nadieque ya nos ha pasado últimamente en referencia a éste y otro libro recién leído donde la figura del desdichado celta que quería hablar gaélico se cruza por segunda vez en mi camino.

lunes, 24 de abril de 2017

La losa de Jacob o cómo voy a recomendar un libro para no leerlo


Un día me contaron que una amiga nuestra, de éstas de salir religiosamente todas las tardes a correr cuando no está con la bicicleta abriendo nuevas rutas, acostumbra a recorrer la pista de cooper (qué modernos somos) del parque que frecuenta en sentido contrario a la marcha establecida. Todo para ver y ser vista por los mozos que como ella tonifican y ejercitan regularmente la musculatura del tren inferior. 


¿Que por qué cuento esta anécdota? Bien sencillo: Para ilustrar la que creo que va a ser la gota que colme mi paciencia con el primer libro que, oficialmente, voy a abandonar en chococientos años. Bueno, que no lo abandono porque no es mío, que es prestado. Y tampoco le iba a desear a nadie su lectura. Le estoy dando hasta mañana para no darlo por perdido, pero... 


Sí, la fuente de la anécdota: Digamos que estás huyendo de un enemigo muy numeroso. Vas por territorio hostil, vamos. ¿Te meterías de cabeza por la principal vía de comunicación de ese territorio? Vale, tal vez para intentar pasar desapercibido, sí. El problema es si viajas en el sentido contrario al 99 por ciento de los usuarios de esa vía. Bueno, pues para los lumbreras que planearon esa fuga durante meses parece que es algo lógico. Como mandar a otros dos enviados con una misión fundamental, pero que cuando a las primeras de cambio se pierde uno de los dos, pues que no ha pasado nada, oiga. Que ya aparecerá. Por no hablar de esos caminantes que de un día para otro, como quien dice, han viajado (a pie, no se piensen) unos 200 y pico kilómetros, puertos de montaña y vados varios de los de aquella época mediante, mientras en paralelo, otros van arrastrándose a razón de 50 kilómetros por semana (tal vez un poco más, ésta reconozco que la he exagerado).


Y ya cuando llegan los inqusidores (ya sabes, tipo Nobody expects the spanish inquisition!) quejándose porque no les hayan hecho meterse dos jornadas de viaje en balde y resulta que el motivo de la convocatoria, por lo que se deduce del dédalo de acciones entrecruzadas, ha pasado la noche anterior, o me he perdido algo o la cosa no está muy diáfana.

En fin, que como decía el otro, parece que los editores apostaron por un título con tirón, una portada vistosa y una sinopsis mejor tramada que la propia novela, así como un poco de interacción con las nuevas tecnologías (me dá una pereza enorme pasar la cámara del móvil por las imágenes que se ofrecen para ver qué misterio se revela en internet). Y el resto, pues para las horas vagas en el parque resolviendo jeroglíficos de Ocón de Oro, porque lo que son los crucigramas... Que los haga Jacob. 

Actualizado en enero de 2023:

Cómo serán las cosas... Acabo de enterarme de que este ¿libro? tuvo su adaptación cinematográfica participando como candidata a ¡13! nominaciones en los Goya de 2019... Sí, sí, con candidatura incluida para la propia autora como mejor directora novel.

¿A que tú ni te habías enterado de que este bodrio pudo haber llegado a alguna pantalla?
Pues eso... Cositas del cine español también.

domingo, 23 de abril de 2017

La #TontunadaLiteraria del Día del Libro

Shakespeare versus Cervantes. Modelo Street Fighter frente a la Biblioteca Nacional de Madrid del duelo entre los dos gigantes de la literatura universal que compartieron época.

Y no. No es una obsesión con los ingleses. Sólo una 'frikillada' surgida de la madrugada y una dudosa lluvia de ideas para homenajear de una forma ¿original? a los dos monstruos de la literatura presentes en la imagen. ¡Salud a todos los lectores, autores, editores y demás personas cuyas vidas viven alrededor de los libros! 

sábado, 22 de abril de 2017

La escapada cultureta del finde: Calles angostas por pasillos atestados

Que llega un minipuente festivo, con suerte acompañado de buen tiempo y piensas "pues vamos a dar un paseíllo por la región, que está bonita en primavera". Así que desde el Estante Combado proponemos una ruta completamente cultureta muy acorde a estos días conmemorativos. Pero claro, dirás que con todas las ferias del libro que tendremos que recorrer este finde (nosotros por nuestra parte tenemos en mente dos o tres aqui cerquita de casa), a lo mejor la escapada se queda para otra semana. ¡Sin problema! Urueña es como una feria del libro todo el año.


¿Y qué es Urueña, se preguntará algún lector, principalmente de fuera de Castila y León? Pues no es nada más menos que un pueblecito perdido (es un decir) en medio de los montes Torozos de la provincia de Valladolid. De apenas 200 habitantes, su recinto amurallado original, casi tan incorrupto como la famosa mano de Santa Teresa y con derecho a castillo encantado (o lleno de fantasmas, por lo menos) alberga mucho más que unas cuantas casitas de piedra y adobe, aperos de labranza, rebaños o un teleclub. Para ser exactos, según los datos oficiales, media docena de bares/mesones/restaurantes, un hotel, dos casas rurales cinco museos y 12 -corrección en 2019: 9 y bajando- librerías. ¡Ahí queda eso!



El plano de la villa. Pincha aquí para conocerla mejor.


Foto: Guias Viajar.
Urueña fue el objetivo de un ambicioso proyecto de la Diputación de Valladolid (y no sé qué otras administraciones públicas)  por crear en España la primera Villa del Libro siguiendo el ejemplo de otras localidades europeas. El fin era revitalizar la actividad no agrícola en una localización que fuese suficientemente atractiva turística y culturalmente. Y Urueña reunía algunos puntos a su favor, como el hecho de conservar en muy buen estado un conjunto urbano medieval original con un trasfondo histórico más que llamativo, encontrarse cerca de la capital (pero a suficiente distancia como para no considerarse del alfoz) y dentro de una comarca con bastantes reclamos naturales y patrimoniales. A su alrededor se encuentran nada menos que Tordesillas, sede del Tratado por el que el Papa dio oídos a los lloros lusitanos obligando a España a repartir su descubrimiento transatlántico, hecho del que otro día hablaremos; Villalar, donde tal día como mañana Día del Libro, dicho sea de paso, se conmemora la derrota final de los Comuneros de Castilla a manos de las tropas del rey Carlos I y futuro V de Alemania; o enlazando con el referido monarca, Villagarcía de Campos, pueblecito donde se crió su hijo bastardo Jeromín, más tarde conocido como Don Juan de Austria, el héroe de Lepanto, y que es inicio de una interesante ruta por otros puntos de tan histórica y renombrada toponimia de la comarca como Wamba, la Santa Espina o San Cebrián de Mazote. También está por aquí cerca Medina de Rioseco que, aparte de ser una villa preciosa y muy querida para los que somos de por aquí, con sus soportales, su Dársena del Canal de Castilla y su barco turístico, su gastronomía... pues también fue una de las primeras derrotas del ejército español contra las tropas francesas en la Guerra de Independencia. Por si a alguien le tira más por el asunto napoleónico.


Foto panorámica que un humilde servidor siempre que va intenta repetir, ya sea desde la Puerta de la Villa,
ya desde la del final  de la calle Catahuevos, para mostrar el visual que se domina desde Urueña.

Pero volviendo a Urueña, como decimos hace justo diez años se concretaba este proyecto que por lo visto, al contrario que tantos otros que nacieron en esta tierra al son de los clarines del desarrollo rural ricamente subvencionado y financiado hasta que la teta oficial se secó y la flor se marchitó, el de la Villa del Libro ha llegado a cumplir la década. Y por lo visto con muy buena salud, a tenor del ambiente que se respira por sus calles los fines de semana (punto fuerte de su actividad) e incluso algunos días de diario en los que, a pesar de no estar ni al 25% de actividad comercial, algunos turistas despistados nos dejamos caer ocasionalmente.

¿Y qué es lo que vamos buscando? 

Qué pregunta, ¿no? Mejor será preguntar qué es lo que encontramos. Pues muy fácil: de todo un poco. En Urueña hay librerías para todos los gustos excepto para los que busquen un aquihaydetodo tipo Fnac. O casi, que de todo hay, pero con su pátina de viejuno, rural o manual. Hay librerías con mucho contenido usado y de viejo, otras especializadas, un taller de encuadernación y un especialista en caligrafía y artes papeleras, por llamarlo de alguna manera, un espacio dedicado a los cuentos... En fin, que hasta vinos te venden incluso fuera de la librería especializada en el asunto, fruto de los cultivos de la zona.

Urueña es para perderse y dejarse llevar, como en cualquier feria o mercadillo del libro, pero ésta con carácter fijo todo el año (insisto, mejor ir entre sábado y domingo o festivos, para asegurar las puertas abiertas). Dejarse llevar por sus angostas calles sin buscar nada concreto y sorprenderse con los hallazgos entre estante y estante, detrás de aquel lomo gastado o dentro de aquella caja en un rincón del viejo caserón de turno de corredores atestados. Y que nadie me reclame de los precios, porque como siempre ocurre en estos casos, los habrá mejores y peores, pero ahí ya depende del valor que cada uno crea merecedor por la experiencia.

Vista del Castillo y sus actuales 'inquilinos'..
Ya para finalizar, una última recomendación: Quedáos a comer, que la oferta es rica y variada, con gastronomía muy de la tierra y a precios justos. Os dará tiempo de ver más, entrar en muchos sitios, pasear y disfrutar las vistas. Eso sí, en fechas como la del 23 de abril, mejor reservar mesa por si acaso. Y para los que vayáis con niños, hasta donde yo sé, los únicos columpios, por llamarlos de alguna manera, son los que se encuentran en el corro de Santo Domingo, al pie del castillo. Y no deberían ser ni siquiera válidos para la chiquillada porque son para mayores. Pero bueno, que el sitio se presta muy bien para descansar un rato en el césped, jugar y contar historias de castillos encantados, aprovechando que las murallas del que nos ocupa albergan desde hace siglos el cementerio municipal. Como digo, fantasmas no le faltarán para aderezar la historia.



miércoles, 19 de abril de 2017

Analizando al 'contrincante' anglosajón

De los pueblos que guisan mal, el inglés es el más preocupado por la comida. Todos los grandes periódicos y aún las revistas de arte y literatura insertan regularmente una sección culinaria escrita con el mejor y más gracioso estilo. En Londres aparecen todos los días libros deliciosos sobre el tema. No hay nadie que sea capaz de contar mejor cómo se estofa un pollo que un inglés. Tampoco hay nadie que lo estofe peor.

Con las bravas de La Mejillonera no se mete nadie. NA-DI-E!
Dicho lo cual, Augusto Assía parece que está zanjando definitivamente la agria polémica sobre las patatas bravas que ha encrespado, aún más si cabe que la tradicional hostilidad a ambos lados de la verja de Gibraltar, los ya de por sí delicados lazos entre las coronas de España y el Reino Unido. ¡Y eso que Assía lo escribió setenta y tantos años antes de que una polémica votación, como la peor de las borracheras, dejara en buena parte de los ciudadanos de la Commonwealth un resacón llamado Brexit! Aparte el hecho, dicho sea de paso, que el periodista que inició este infeliz altercado tuitero-gastronómico quería ser sarcástico con la actitud anti europea de buena parte de sus paisanos


¿Pero quíén es Assía y por qué lo traemos a colación en estas páginas? Muy sencillo. Por ese nombre responde el avispado gallego que fuera corresponsal de La Vanguardia a la sombra de Westminster durante los duros años de la posguerra civil española y el no menos complicado período bélico mundial. Después de la guerra también, pero eso ya no viene al caso. Assía, en cuyo DNI debería aparecer el no menos rimbombante nombre de Felipe Fernández-Armesto, expone a ojos del lector ibero las islas británicas y sus habitantes casi como si uno de ellos se describiese a sí mismo y a su sociedad, con fuertes dosis de sorna y fino humor -dirán algunos- muy de su tierra gallega.

En el libro Los ingleses en su isla, que recopila sus artículos publicados hasta 1943 con la intención de que los lectores diarios de La Vanguardia entendiesen mejor el carácter de un pueblo que había conseguido frenar él solito desde su aislamiento insular el imparable empuje alemán, el periodista ya adelanta la dificultad de describir Inglaterra por ser "el país más escurridizo y difícil de pintar con que puede enfrentarse escritor alguno". Y añade, como muestra, que "sólo con escribir Inglaterra ya se precipita uno en tres o cuatro contradicciones" ya que de cada 20 veces, la palabra Inglaterra debía ser sustituída quince por Gran Bretaña.

A lo largo de sus páginas, Assía va desgranando todas esas contradicciones en las que incurre un país que, para comenzar, ostenta la monarquía constitucional más antigua de Europa sin que, no obstante, exista un texto constitucional concreto y sí una serie de usos y costumbres tan cambiantes como el uso (valga la redundancia) que se haga de los mismos. "Es el más liberal de los pueblos y el más conservador. Aquel que obedece más docilmente las leyes y se levanta más ferozmente contra los que pretenden vulnerarlas. El más cerrado a influencias exteriores y simultáneamente el más grande y disperso imperio unido nunca bajo una sola bandera". Una cerrazón y una contradicción, ésas a las que se refiere el autor que analiza inmediatamente como "eslabón de su unidad (de los ingleses), haciéndola comodín para el juego de la convivencia, la transacción y la armonía". ¿a alguien le suena ésa actitud? Pues eso.

Las formas de Gobierno, la afición por la naturaleza y los animales, las conversaciones sin contenido, la vida en el campo, el gusto por atesorar arte y cultura (llega a referirse a la mayor colección de piezas de Sargadelos nunca vista por él, descubierta en un castillo en el que fue convidado a pasar un week-end), la enrevesada liturgia social de las clases altas, las frustraciones de las menos privilegiadas... Por cierto, que de éstas me quedo con otro párrafo imperdible:

Cada individuo de la clase media inglesa tiene metida una espina en el cuerpo se la va a sacar una vez en su vida, organizando un viaje a Italia o a España, con maletas de cuero y un billete circular en primera, unos pantalones knickerbocker, una gorra de visera y una máquina de fotografiar. En el Sur todas las gentes le toman por millonario o pariente de los Reyes de Inglaterra. Los camareros lo llaman Sir; los trenes retrasan su salida esperándole y los empleados de turismo guardan para él los más rendidos gestos. Por sentirse una vez tratado como un aristócrata inglés, John Bull gasta una parte importante de sus ahorros en un viaje que le degrada y molesta, a través de países que maldito lo que le interesan, contemplando monumentos que le aburren, y después, recordándolo, conserva toda su vida un grato sentimiento hacia aquellas gentes del Sur a las que, en el fondo, desprecia olímpicamente, porque le trataron como a un puro y auténtico aristócrata. Así, por lo menos, lo cree él.

Ponle chanclas y calcetines, destina parte de ese gasto que hace a beber alcohol en cantidades absurdas y colorea su pellejo hasta tonos de rojo cereza, y bien podía estar hablando del guiri inglés que con el buen tiempo comienza a poblar nuestra geografía de nuevo, ajeno a brexits y similares. 

Encuadernado en tela azul, 'Los ingleses y su isla'. Al pie
con cubierta de papel, los recopilatorios originales de la época
bélica. Y al lado la reedición actual de los mismos.
El caso es que a esta fantástica colección de artículos que forman un cuerpo indivisible para entender al inglés, su isla y sus cosas, le siguen otros dos tomos titulados muy gráficamente Cuando yunque, yunque Cuando martillo, martillo, con los que, como digo, se entiende la flema británica bajo las bombas. Una serie de documentos que si, como se insinuaba en el post anterior de este blog, alguien quiere emprender un nuevo enfrentamiento (o secundar el que vienen provocando algunos personajes desde las islas o el Peñón), ya sea verbal, tipográfico, dibujado o lo que sea, le van a venir muy bien para saber por dónde sí o no ponerle el cascabel a este escurridizo gato. Posiblemente el personal de La Codorniz tuviese en cuenta las observaciones de aquel que, aún no siendo muy simpático al carácter inglés, siempre fue un gran admirador de ese pueblo hasta el punto de ser de los pocos españoles que al inicio de las hostilidades mundiales, tuvo claro (y así lo hizo saber siempre en sus textos) que Inglaterra no sucumbiría a los alemanes. 

Para quien quiera saber más al respecto, recientemente han sido reeditados y compilados en un solo tomo los artículos del periodo de la guerra. Infelizmente, el tomo previo sólo se encuentra, hasta nuevo aviso, a disposición en librerías de viejo y similares. ¡Viva El Estante Combado que tiene los tres originales!


PD. Y todavia me llega um juego pierdetiempo de éstos del Facebook y me dice que tras un exaustivo análisis de mi foto de perfil, mi rostro es muy inglés! Que debería viajar inmediatamente para allá para conocer a mis ancestros. No sé yo si es el momento más propicio...

martes, 18 de abril de 2017

¡Más papel, es la guerra!

Portada del excelente estudio/recopilación editado por Edaf en el 99.
La gravedad de los acontecimientos que vienen protagonizando en progresión geométrica nuestros vecinos al oeste del Mar del Norte. Su insensata actitud egopatriotista nunca abandonada a pesar de todos los intentos por insertarlos en la sociedad comunitaria. Su insistencia en diferenciarse del resto con gestos tan poco cabales como conducir por el lado equivocado de la calzada o mancillar la dudosa reputación de las chanclas eclipsando su efecto refrescante sobre el pie con el uso de calcetines -muchas veces de color!-. Todo eso, insisto, nos hace desenpolvar una efemérides tan notable como el próximo sexagésimo primer aniversario de la declaración de guerra (culminada brillantemente con una fugaz victoria, como siempre poco recordada en este país que nos acoge) lanzada por lo más granado del humorismo español contra la Pérfida Albión. A ver si así, desde el 10 de Downing Street o desde el Palacio de Buckinham se dan por enterados. Principalmente la reina, que sigue siendo la misma que, a los pocos años de iniciar su reinado, afrontó no sin su habitual dosis de flema real, el primer gran conflicto internacional de su interminable imperio a cargo de los plumillas y dibujantes de La Codorniz.


Fueron meses de descargas artilleras en formato papel contra los farallones blancos de Dover. Cascotes de letras abollando bombines por doquier y ráfagas de carcajadas insuflando ánimos a las lectoras huestes hispanas. La repercusión internacional, como era de esperar, fue más o menos la misma que cuando el Almirante Vernon se volvió por donde vino de Cartagena de Indias con su maltrecha escuadra y el rabo entre las piernas. Un lujo verbigracia que posiblemente su contrincante no podría permitirse, ya que ni piernas (en plural) tenía para meterse el rabo.

Los ingleses dominan hace siglos eso de usar la prensa
para avivar la rivalidad internacional.
En realidad fue una suerte de guerra fría mientras el papel no fuese usado para cebar calderas. Un tipo de hostilidad a priori indefensa que los ingleses llevan usando desde que descubrieron la efectividad del papel impreso como arma satírico-arrojadiza. Napoleón, por ejemplo, ya fue víctima de estos alfilerazos en letra y trazo de la prensa inglesa, que le amargaban los desayunos mucho antes de la derrota de Waterloo. Y qué decir del susodicho Vernon, que antes de zarpar de Inglaterra rumbo a América, se hizo acuñar su propio chiste sin imaginar siquiera el valor humorístico más que numismático que su moneda tendría en el futuro.

"El orgullo de España hmillado por el almirante Vernon", mientras un tal Don Blass, más entero que el héroe de
Cartagena, hinca la rodilla (no sabemos si la del muñón o la otra) ante el promotor de tan histriónica medalla. 

Los de La Codorniz se adelantaron a los comandos de turistas guiris que, algún tiempo después, emularían a las heroicas Ratas del Desierto de Sir Percy Hobart cuando se infiltraban en las líneas del Afrika Korps. El hilarante estado mayor de la Plaza del Callao (sede del semanario) lo tenía todo tan pensado que hasta desplegó sobre el terreno un especialista en pequeños sabotajes. Y claro, puntualmente enviaba sus crónicas/informes sobre la actividad quintacolumnista desarrollada en la capital de la Pérfida Albión. Como muestra, un botón:

...Mientras camino por la calle voy arrastrando los pies contra el suelo. De esta forma contribuyo a que la acera se desgaste más deprisa. (...) Saco un papel arrugado del bolsillo, y lo lanzo procurando que caiga fuera (de la papelera). pasan unos extranjeros y al ver el papel en el suelo hacen un leve comentario sobre la suciedad de las calles londinenses. (...) Aunque sé perfectamente dónde está mi hotel, me dirijo a un guardia y le pregunto en inglés por su dirección. El guardia, para contestarme, tiene que desatender por un momemto sus obligaciones de mantener el orden con el consiguiente perjuicio a la nación inglesa…


El pedante director de La Codorniz, Álvaro de la Iglesia,
explica el plan de ataque para que la tonadillera no se
pierda en las nieblas londinenses.
Todo un despliegue en el que llegaron a tener empeñado el apoyo nada más y nada menos que de Sarita Montiel, a la que nombraron agente especial y espía bajo el nombre en código de X-1. Ahí es nada… Aunque es bien cierto que La Codorniz no era una cualquiera en la sociedad hilarante de esa época, habiendo dado cobijo e incluso impulso a nombres como Chumy Chumez, Gila, Miguel Mihura, Jardiel Poncela, Gómez de la Serna y Wenceslao Fernández Flórez, o mi muy admirado Antonio Mingote, por citar algunas de las ilustres firmas que por sus páginas pasaron, aunque no precisamente en esta belicosa época que nos ocupa.

Pero lejos de nuestra intención hacer sonar de nuevo los clarines de la guerra, porque para eso ya están otros allá por el Mar de la China afilando los misiles. Lo nuestro es más una labor formativa, informativa, de contenido, para quien necesite pólvora en su particular guerra al inglés. O al británico, según se mire. Y para eso, nada mejor que leer al genial Augusto Assía, del que a continuación les damos más detalle por ser, con su sorna gallega y años de corresponsalía a orillas del Támesis, uno de los mejor credenciados analistas del ser anglosajón.

Con el recopilatorio especial de La Codorniz y su guerra a Inglaterra en una mano, y los compendios de escritos de Assía en la otra, estamos preparados para cualquier intercambio de tiros (figurados, se entiende), tuits y lo que sea con la otra orilla del Canal de la Mancha, ya sea para defender la honra de las patatas bravas, la memoria de Blas de Lezo, la siesta o la Spanish Way of Life.  

martes, 11 de abril de 2017

Bloqueo lector


Hacía tiempo que no pasaba por uno de estos. De repente acumulo libros comenzados, monto uno encima de otro, dejo el anterior p'aluego, y otro, y otro. Entre la marabunta alguno se salva de la quema pero me deja como una cucharada de sopa cuando estás acatarrado, que ni chicha ni limoná... Y al final no acabo casi ninguno. No es por falta de interés, pero a veces simplemente pasa. Seguro que algún pocero de la mente tiene respuesta para este asunto. Ya encarrilaré de nuevo el tren lector con alguna cosa que caiga entre mis manos de nuevo. O no, Yo qué sé. Pero que no dejo de leer, que conste, que para eso en internet siempre hay un montón de cosas interesantes que echarse a la vista. O una avalancha de asuntos noticiosos que parece que conspiran contra ese afán devorador de páginas ficticias o ensayísticas que me esperan en su lugar habitual (dícese velando la cabecera de la cama o a la siniestra del excusado, sí. O bien haciendo peso cada vez que salgo de casa).

Sin contar los Episodios Nacionales, que dejé colgados en plena campaña junto al Empecinado, el primero de la fila está a la espera desde junio, más o menos. Ni me preocupó porque fue sólo uno. O Fundador se quedó un momento a un lado mientras le sobrepasaban a decenas por una y otra banda otros títulos ni mejores ni peores. Ahora espera su vez, aún cargado de paciencia, porque ni estar a mi lado está, que me separa de él un océano hasta que alguna visita caritativa quiera incrementar poco el peso de su equipaje con tan humilde polizón. Y ahí sí, le prometo máxima atención, hasta porque me sirve para 'matar saudades' de la literatura e historia brasileña,

Y ahora llegó 2017 con la sanísima intención de cumplir algunos de los propósitos lectores que al final el año pasado se me quedaron en el tintero y fue mal. ¡Ay, ay, ay ese Ulises de Joyce, que no! En cuanto me sentí preparado de nuevo, lo puse en su lugar, abrí la primera página casi con los albores del año... ¡Y ahí fue Troya! Lo que se me atraganta el estilo -por llamarlo de alguna manera- desordenado de ese fulano. Pero he dicho que me lo leo, y me lo leo. Punto. Como las memorias de T.E. Lawrence... Sí, el de Arabia: Lawrence de Arabia y sus Siete Pilares de la Sabiduría. Pues es que a pesar de estar muy interesante la descripción de sus peripecias a camello y otras experiencias personales de lo más interesantes para su época (si se me permite expresarlo así de pasada y sin mayores profundidades por el momento), simplemente lo he ido interrumpiendo y ya le han marcado tres adelantamientos por la derecha, como a buen inglés. El último de esos tres es lo que parece un thriller histórico-semita-tardomedieval con bastante buena cara, ambientado en la judería de alguna pequeña ciudad provinciana del norte de España (casi Palencia, pero no). Pormetí que me leía El Crucigrama de Jacob para devolvérselo a mi tío Nacho lo antes posible, pero es que a pesar de lo interesante de la trama, no termino de engranarle la marcha. Ya verás como me dé por caer ahora encima de Cien Años de Soledad o alguno de los tesorillos que hemos hallado recientemente en saldos por ahí...

domingo, 2 de abril de 2017

Bob Dylan y el ridículo consumado en Estocolmo

La entrega del premio acabó siendo donde y como el señor premiado quiso. Vamos, que sólo hubiese sido mas humillante para la comisión entregadora si el ilustre reconocido les hubiese recibido de calzoncillos y batín en el rellano de su casa. Y todavía está por confirmar si los miembros de la Academia Sueca pagaron entrada para el concierto de Bob Dylan o por lo menos les fraquearon el paso sin mayor inconveniente hasta el camerino del artista, junto con algún que otro fan vip.

Soy totalmente a favor de reconocer el valor literario de las letras musicales. No en vano, la estructura poética habitual (verso, prosa, rima y métrica) se enriquece en este caso con la composición melódica, combinando ambos elementos en armonía para dar como fruto auténticos himnos que han marcado la historia de la segunda mitad del siglo pasado. Porque te puede gustar más o menos Bob Dylan, pero que su arte va más allá de su tono anasalado y su voz cansina, eso sin duda. En mi caso, desde el mismo día en que leí su nombre en la lista de favoritos para el Nobel, me puse a reescuchar sus músicas y me reafirmé en mi posición: de Dylan las canciones que más me gustan son precisamente las que no canta él y que a lo largo del tiempo fui descubriendo que eran suyas. Así que sí: la (buena) música es poesía, es literatura. Y punto.

Pero de ahí a que este personaje, no sabemos con qué justificativas revolucionarias, protestantes o lo que sea, lleve meses humillando a quien le quiere reconocer su trayectoria, pues tampoco es de recibo. Tal vez no le gustase contar entre sus antecesores con Gunter Grass, Modiano o ese tal de Trans... Transtor... Transformer... Transistor... Bueno, como se diga. O tal vez sea una muestra de su indignación por otros dudosos merecimientos como los premios de la Paz concedidos a entidades o personajes como la UE, la ONU, Al Gore, Obama y Carter, Yaser Arafat... No me meto en la incontestabilidad de los reconocimientos en el campo de las Ciencias, la Medicina o la Economia, que al menos suelen ser menos polémicos y yo tampoco soy muy ducho ni estoy muy documentado sobre esas materias. Creo que si existe algún tipo de desacuerdo o incómodo con la recepcion de este galardón y los 900.000 dólares que lo acompañan, lo más elegante sería acudir y manifestarlo abiertamente, o rechazarlo educadamente, o montar un pollo llamativo y abiertamente reivindicativo como el de Marlon Brando con los Oscars. Visto lo visto, me muero de ganas por leer el inexcusable discurso de agradecimiento que Dylan haya escrito. Porque ni ese punto del protocolo sabemos si se lo ha pasado por el forro o no, o si lo quiere dejar también en la intimidad porque estará escrito en catalán.

Pero bueno, que al menos podremos sacar una lectura positiva de todo esto y es que, tal vez con este sonado ridículo, la tan denostada academia sueca se lo piense mejor en años venideros a la hora de conceder sus premios con más visión publicitaria que meritoria.

...

Y de bonus tracks, algunas músicas de Dylan agradecidamente interpretadas por los demás.