domingo, 19 de marzo de 2023

El paseante de libros

Salió de casa con la sana intención de leer un poco. A su lado, dos niñas de once y ocho años respectivamente, pertrechadas de patinete y patines. Él con la única arma de un libro y la certeza de que, si llegaba, podía darse con un canto en los dientes si volvía con el marcapáginas una o dos hojas más allá de su posición actual. 

Tomó posición en el banco, abrió por el lugar marcado y...

-¡Papá, papá, mira lo que hago!

-Niña, bájate de ahí, anda. 

Bueno, antes de empezar, silencio al móvil. A ver qué pone... ¡Ay! me olvidé de llamar a Fulanito... Bueno, le mando un guachap y listo. A ver qué dicen aquí... vaya chiste de mierda, jajajaja.... Bueno, un postureo para marcar presencia, que no se diga. Le mando la foto a Mamá, que vea que estamos bien los tres. Las niñas al fondo desenfocadas y en primer plano...

-¡Niña, que te he dicho que no hagas el tonto, que te vas a hacer daño!... ¡Hasta luego, hombre! ¡Me alegro de verte!

Caramba, cuánto tiempo sin ver a éste. Lo menos 20 años... 20 años o más. ¡Cómo pasa el tiempo! Parezco mi padre. Bueno, tampoco es tan raro, visto así. Ahora el padre soy yo, ¿no?

Total, que abrió el libro por la página marcada y se acordó de una anotación que quería haber hecho por la mañana en su ratillo de lectura matutina. Rebuscó por aquí y por allá hasta encontrar el bolígrafo que indefectiblemente siempre le acompaña sea cual sea el abrigo o sobretodo que lleve puesto (una esferográfica por cada prenda y a veces hasta dos), remontó algunas páginas hacia atrás y, después de releer el párrafo deseado hasta revivir la inspiración pretérita, glosó la correspondiente frase, dobló la esquina superior del papel como hito indicador y recuperó la posición del marcapáginas.

¡Todo listo para continuar! 

-Dime hija... ¿que tienes hambre? Bueno, pues en un rato nos vamos, que no he traído nada. También podías haberlo pensado antes de salir y ya salíamos con unos bocadillos.

Tú también pareces nuevo. Podías haberlo pensado tú mismo... Bueno, en un rato cambiamos de sede y ahí, unas patatas para ellas, una caña para mí, y listo.

"...Apenas unas semanas después de que unos terroristas metieran
dos balas en la cabeza a un joven vasco arrodillado en un camino
forestal y acabaran con su vida, preparaba una maleta ligera para
marcharme a una nueva oferta de trabajo en Ecuador. Allí se
encontraba ya mi querido amigo y compañero Ricardo Arques..."

Caray qué fuerte. Lo que tuvo que pasar Fidel para, estando en la cresta de la ola, dejarlo todo e irse allá donde cristo perdió el mechero... A ver si encuentro alguna de sus fotos de aquellos tiempos de portada diaria a nivel nacional con el tema vasco en primera línea... 
Fidel Raso (en pie), fotoperiodista vasco que se chupó lo peor de la guerra y
la contraguerra a ETA trabajando para Diario 16 (un periódico que se curraba
a fondo las investigaciones) y que acabó más quemado que la pipa de un
indio. Y ahora lo cuenta en su libro 'Crónica de 30 años en primera línea'.

Se puso a rebuscar por Google y, con miedo de entrar en un bucle de esos que te acaban llevando a leer la actualidad sobre Ucrania o las declaraciones rabiosas de Helmut Marko sobre el parecido de su coche con el de Aston Martin, se obligó a apagar la pantallita del móvil para retomar el hilo antes de que llegase su mujer y... 

Llegó.

Como llegó la hora de dejar ese banco de ensimismamiento y dar más atención al resto. Comprobó que el marcapáginas había avanzado las dos posiciones  predecidas -¿o será predichas?-, hizo la llamada convenida para reunir de nuevo a su rebaño, se guardó el bolígrafo en su sitio y dejó que el mundo le impregnara de nuevo con sus cosas y sus vidas. Al menos el libro también había visto la luz del día y había sentido la humedad del ambiente entre sus cubiertas para desempolvarse del enclaustramiento doméstico. Como si de una obligación paterno-filial se tratase, había llevado a desentumecer al chiguito antes de volver a someterlo, en otro rato, al traqueteo de páginas pasando en inmersión progresiva hacia vidas y aventuras ajenas, al amparo de la madrugada en su 'sancta sanctorum', donde nadie iba a arrancarlo del abrazo seco pero siempre reconfortante del papel impreso, plegado, cortado, cosido y encuadernado.