viernes, 27 de mayo de 2016

El Mein Kampf vuelve a ser Best Seller

El otro día quejándome de los anglicismos y la sustitución innecesaria de la lengua española cuando podemos explicarnos en ella, y de ocho palabras en este título meto dos en alemán y otras tantas en inglés... Bueno, no precisan justificación, y punto.

Pues eso, que una de las obras cumbre del ideario político del siglo XX, un documento fundamental para entender algunos de los sucesos más importantes de la centuria pasada, la biblia del nacionalsocialismo, el récord absolutísimo de ventas en Alemania entre los años 30 y 40, ha vuelto de forma fulgurante setenta años después. Y todavía hay quien se hace el sorprendido porque la lucha de Adolfo irrumpió en 2016 arrasando los registros de venta de libros. Dicen que la primera edición desapareció de las baldas (físicas y virtuales) horas después de salir a la venta. Actualmente ya han vendido 10 veces más de lo previsto en esa primera impresión... Pero que no se hacían una mínima idea de que esto fuera a pasar, dicen los del Instituto de Historia Contemporánea de Munich, órgano que asumió la ilustrativa tarea de recuperar en papel (legal, comentado y justificado) el libro que durante siete décadas fue más prohibido en Alemania que los Versos Satánicos de Salman Rushdie en Irán. En cuanto pasaron los setenta años que por ley permitían al Gobierno bávaro retener los derechos del texto de Hitler antes de pasar a ser domínio público (aquí recuerdo un poco de lo que es éso), estaba claro que iba a pasar. Y al que le pille por sorpresa es que es un poco primo.

Por mi parte, si algún día me da por ahí, ya me buscaré una edición sin necesidad de comentarios sobre quién y cómo fue su autor y sus circunstancias, porque creo que tengo lo suficientemente desarrollado el intelecto como para poder leer una obra de ese tipo (o el Libro Rojo de Mao, o la correspondencia íntima del emperador don Pedro I) sin que se me active automáticamente el resorte del brazo derecho, el puño izquierdo o el... En fin. Y para quien no lo vea claro, ahí le dejo unos dibujos para que se entretenga.




miércoles, 25 de mayo de 2016

In Spanish, por favor

Qué rápido pasa el tiempo. Van a cumplirse ya dos años de la muerte de Ariano Suassuna, un escritor y dramaturgo brasileño del que puede que muchos de vosotros no hayáis oído hablar, por lo que os lo voy a presentar antes de entrar en materia. Ariano fue un ferviente defensor de la cultura popular, un tipo de su tierra con un fino humor y un rápido y afilado ingenio al que, tal vez por ser tan
Un clásico de Ariano que en mi
caso se sustituye por un 'chachi'.
castizo, que diríamos nosotros, posiblemente no se le haya reconocido fuera de sus fronteras todo lo que se merecía.

Podría enumerar aquí algunas de sus obras más famosas o sus méritos en la creación del movimiento armorial de recuperación y difusión de los trazos de la cultura popular del nordeste brasileño, pero entiendo que os iba a dar un poco lo mismo si de todas formas no lo conocéis. Y si de verdad os interesa y os ha picado la curiosidad, seguro que ya estáis buscando más información. Quería hablar más de su labia que de su pluma, porque todo el mundo que ha tenido el placer de disfrutar de una de sus charlas (y no son pocos, porque el hombre se prodigaba donde se requiriese su presencia) destaca lo mismo: ese hombre era un genio cargado de humor y mala leche a partes iguales. Aunque si de verdad le querías ver sacar la rabia (siempre inteligentemente contenida), no tenías más que mentarle la pérdida de terreno de su lengua materna frente a las modas e imposiciones linguísticas de fuera.

La RAE contra el mundo.
Y toda esta introducción, aunque no lo creáis, viene a cuento de la brillante campaña que se ha sacado de la manga, junto con la Academia de Publicidad, la Real Academia Española de la Lengua, nuestra más heróica institución, defensora a brazo partido del verdadero tesoro nacional. Bueno, a cuento de eso y que de aquí a un rato voy a mantener una enriquecedora charla con algunos alumnos de español en la escuela de idiomas de la que soy padre y marido de alumnas, además de colaborador y, buscando un tema que fuese de interés de la concurrencia (la cosa versa sobre bibliofilia y blogs, ya ves tú qué casualidad) y que pudiese enlazar fácilmente con ellos, las cosas vinieron rodadas: RAE y Suassuna. Y es que, con el trasfondo de la proliferación de anglicismos en la publicidad, la semana pasada convocaron en la sede académica una interesantísima jornada para debatir sobre este fenómeno, y cuyas conclusiones os invito a conocer un poco más de cerca aquí.

Me muevo en un mundo, el de la comunicación, la promoción, la 'venta' de productos y servicios, donde cada vez más se está imponiendo un tipo de vocabulario técnico nuevo, donde los 'ings' y los 'ess' están ocupando cada vez más espacio. Sin ir más lejos, hace un rato estaba escribiendo sobre workshops, youtubers y cookies y no puedo evitar un escalofrío de rechazo de vez en cuando. Y lo peor es que, en este sector está siendo cada vez peor visto quien no dice brainstorming para referirse a lo que ya en su día tradujimos convenientemente como tormenta de ideas; no eres nadie si no buscas un upgrade en vez de una mejorada en la oferta, y no te digo nada del que va a presentar un informe en vez de un briefing, a ése se lo comen crudo con patatas. Hemos cedido el prestigio de nuestra lengua a cambio de parecer más sofisticados. Dando la vuelta al neologismo recién llegado, estamos desenpoderando (o discapacitando, vamos) al español. Y para mostrarnos lo ridículo de nuestro comportamiento muchas veces, idearon la siguiente campaña:


Igual que los moros revolucionaron el mundo de la agricultura medieval y por eso el nombre de muchos aperos y elementos relacionados con el almacenado de agua se ha quedado en su versión arabizada, o los romanos, que llevaron el arte del Derecho a su punto más alto y aún hoy en día no hay proceso o sentencia en la que no caigan uno o dos latinajos como poco, el inglés es la lengua por excelencia del márqueting. Ellos han sido, principalmente desde el otro lado del charco, los que han impuesto sus términos, sus armas, en esta versión 2.0 de imperialismo, igual que antiguamente no había en toda Europa quien oyese las palabras tercio, arcabucero o pica, y no se hiciese una ideia de la que se avecinaba por ahí.

Pero igual que una irreductible aldea de galos, nuestros académicos se resisten a que todo cambie. No niegan la evolución social y económica del lenguaje, pero defienden a capa y espada las viejas palabras con raiz latina, griega, fenicia, moruna, judia que echaron raices en Iberia y aún hoy se mantienen en condiciones de soportar la definición de una novedosa forma de vender o comunicar, que para eso es lo suyo. Así que por favor, te propongo marcarte un target facilito para esta semana: deja de customizar la lengua en sus diversas aplicaciones transmedia más trendy y engájate con tus raíces. Si se puede, mejor in spanish, por favor.
¡Y que nadie me cambie mi chachi por muy pasado que esté!

jueves, 19 de mayo de 2016

A paso de elefante desde Goa hasta Viena

El Viaje del Elefante, José Saramago, El Estante Combado

(Aviso, el texto que viene a continuación no va a ser fácil, pero al final creo que compensa el esfuerzo).

Reconozco que para ser un cuento de algo menos de 300 páginas, me costó acabarlo. Que la historia es entretenida, eso no se duda, pero para leer a Saramago se necesita un poco de paciencia. A fin de cuentas, de cierta forma me recuerda un poco a mi abuelo por la manera de envolvernos en su conversación, en la que iba intercalando de la forma más natural el propio fondo de lo que te iba contando con explicaciones en paralelo que, aunque no estuviesen directamente relacionadas con la historia, el contexto las iba trayendo de la mano. Claro, no es lo mismo escuchar que leer cuando el hilo de la conversación viene y va y tu atención depende de ti mismo y de la situación. Si por algún motivo tienes que desviarla momentáneamente, retomar es difícil. Pero volviendo al asunto del libro y su autor, El Viaje del Elefante y José Saramago, venía ya de lejos mi intención de envolverme con ellos. 

Inconscientemente, mi nexo con Saramago se remonta exactamente a la época en que decidí venirme a vivir a Brasil. Él, portugués casado con una española y residente en Canarias, moría por las fechas en que yo, español de Palencia residente en Melilla, decidía venirme a vivir a Brasil con mi futura esposa pernambucana. Y lo que son las cosas, ahora que pienso en lo que escribo, es triste pensar el prejuicio que puede generar esa frase anterior, ya que el subconsciente lo primero que nos llevaría a muchos a imaginar es a un españolito amante de la fiesta siendo ‘cazado’ por una mulatona en una tórrida playa tropical animada al son de la lambada… Como pensar en una española casada con un cubano y no imaginar a Marujita Díaz trayéndose un Dinio bajo el brazo a su vuelta de la perla del Caribe. Pues no, ni es mulatona, ni la saqué de su país para facilitarle los papeles en el presunto primer mundo, ni me quedé aquí fundiendo mi fortuna en obras de dudosa caridad y fiestas en la arena. Aunque sí, cuando supimos de la muerte de Saramago, estábamos en la playa y Naide, como entusiasta lectora del viejo portugués, sintió profundamente su tránsito. Algún tiempo después, cuando aún nuestra condición familiar nos permitía decidir, de un momento para otro, indagar la programación de las distintas salas de cine de nuestra ciudad y salir diez minutos después a pasar un rato disfrutando del séptimo arte, nos regalamos con una programación bien cultureta: En el conocido como Cinema da Fundação (reducto de intelectuales y resabidillos pernambucanos) emitían la cinta José y Pilar, documental producido por los hermanos Almodóvar (lo que ya de entrada podría alejarme de cualquier butaca como un repelente de mosquito nos protege del temido aedes aegipty) en el que se cuenta un momento de la vida de esa pareja (me sigo preguntando quién es más protagonista, si el premio Nobel lusitano o su revolucionaria feminista y siempre dispuesta a la bronca esposa española) que, sin saberlo (o tal vez sí), iba a relatar parte del postrero momento vital y productivo de Saramago. Entre presentaciones internacionales y homenajes que algunos ya daban por casi póstumos, Saramago está acabando su próxima novela sobre el hipotético viaje emprendido por un elefante y su cuidador, traídos a la corte portuguesa de don Juan III como muestra viva de las riquezas del imperio luso alrededor del mundo, y que acabaron en Viena previo paso por las llanuras castellanas donde serán entregados como regalo de cumpleaños a orillas del Pisuerga al archiduque Maximilano de Austria, que se encontraba por aquel entonces en Valladolid representando a su cuñado Felipe II y a punto de volver para casa a asumir su condición de heredero del imperio. La historia, en sí, cuenta las peripecias del paquidermo y las reflexiones de su cornaca (cuidador) a lo largo de la ruta en la que, con la mayor simplicidad, Saramago nos cuenta, literalmente, cómo chocan y se entrelazan la forma de pensar y de actuar del portugués, del austriaco y del indio, del monarca, del funcionario público, del criador de animales, del soldado y del religioso. Y digo que nos lo cuenta literalmente, por la raíz común del verbo contar y del sustantivo cuento. Porque la primera vez que ves la cara de adusto profesor de Literatura Portuguesa, no imaginas que ese acartonado viejo de rictus hierático que merecidamente podría ilustrar bustos y estatuas junto a los grandes héroes de las letras mundiales sin que el artista tuviese que esforzarse mucho imaginando la expresión que debería
José Saramago pasándoselo bien.
Un cachondo éste Saramago.
Cómo se lo pasa con la bolita, oiga.
dar a su escultura para que hiciese justicia a la gravedad de la obra, atesora en el fondo de sus inexpresivos ojos y su incorrecta gramática un excelente humor cerebral. En eso sí que no me recuerda al señor Manín, mi abuelo, al que el buen humor se le escapaba, si me permiten la perífrasis hiperbólico-metafórica, tanto por las arrugas de su embigotada cara como por la brillante calva cuando la boina la dejaba al aire. Pero sí, los dos sabían contar historias, y meterles, como quien no quiere la cosa, un toque divertidamente interesante sin perder la gravedad del asunto, alternando el estilo directo con el indirecto y la anécdota con el dato veraz, hasta tejer un relato cautivador en el que mil ramas podían llevarte de la más paradójica de las conclusiones a la teoría más evidente. 

¿Y con  todo lo anterior qué es lo que he querido decir? Pues eso mismo: Que igual que nunca es tarde para empezar a escribir, aunque para saber envolver y cautivar con tus historias no necesitas ser el más famoso de los autores, tampoco hace falta ser un genio para que te permitan jugar con las normas establecidas (ya sean gramaticales o legales), aunque al final a los ricos y famosos, aun siéndolo, siempre les acaban cayendo regalos y concesiones que a los demás, por no serlo, habitualmente nos toca apoquinar. Puede que ahí resida precisamente la genialidad, en encontrar un diferencial y saber sacarle partido. Todo sea por mantener el orden natural que sea y que nos hace disfrutar de cosas como la lectura de Saramago, por muy antipático que nos resulte su estilo conversado, casi vertido, podría definirlo, por no caer en el escatológico y un poco despectivo de calificarlo como vomitado, y descubrir que ese portugués que al contrario que el clásico turista, decidió recrearse en lo más árido de las islas Canarias con lo más arisco del carácter femenino (o esa es la imagen que ella insiste en dar dejando para la intimidad de su alcoba los cariños secretos de la pareja), es una persona divertida con mucha genialidad escondida tras sus gruesas cejas. Y que a lo mejor me tachan ahora de inmodesto por creerme el descubridor de todo eso cuando la persona ya ha ganado hasta el Nobel de literatura y todo, pero bueno, hasta Américo Vespucio se llevó los honores de dar nombre a dos continentes y pico cuando todo el mundo sabe que, vikingos y migraciones esquimales prehistóricas aparte, quien descubrió América fue Cristóbal Colón, ya sea como marino genovés, contrabandista balear, príncipe republicano independentista catalán, hidalgo gallego con afición a las letras o lo que sea. Valga mi intento de homenaje al estilo y argumentación (aunque mejor puntuado y mayusculado) del contador lusitano, con el que he querido traer hasta aquí al lector, al mismo paso con el que el viejo Salomón (o Solimán) fue recorriendo el mundo desde el imperio portugués hasta el austrohúngaro, una de las últimas obras de José Saramago en vida. Que las póstumas ya tendrán tiempo de ir llegando.

miércoles, 11 de mayo de 2016

Historia de nuestro estante


Va a hacer seis meses ya desde que comenzamos a desvelar los secretos (que tampoco lo son tanto) de nuestra humilde biblioteca. Que de cierta manera es casi como desvelar los secretos de nuestra alcoba, más por ubicación geográfica que por otro motivo más mórbido o interesante, la verdad sea dicha. Y por eso hoy quería hablar un poco de esa biblioteca, que no es la de Alejandría en cantidad o riqueza de volúmenes, pero de la que estamos bien orgullosos Naide y yo. Y eso que la comenzamos hace no mucho tiempo, casi desde cero.

Cuando llegué a Brasil hace apenas seis años, me vine con un pequeño muestrario de los libros que fui acumulando a lo largo del tiempo, tanto en Palencia, donde reposa el grueso del ejército, como en Melilla, que a pesar del relativamente poco tiempo pasado allí, ya fue suficiente para acumular unos cuantos kilos de papel y toneladas de sabiduría encuadernados. Vivíamos en un apertamento (nótese el juego de palabras entre apertado -apretado en portugués- y apartamento) donde juntamos aquellos a algunos de los libros que Naide salvó de su pasado más desapegado. Porque a pesar de todo lo que nos podamos parecer en muchas cosas, en otras o mantenemos cada uno su posición o acabamos contagiándonos el uno al otro.

Hasta comenzar nuestra vida juntos, alguna vez había pensado -con horror, lo reconozco- en la posibilidad de desacerme algún día de los libros que con tanto cariño he ido acumulando en la vida. O peor aún: perderlos de forma masiva en alguna hecatombe incendiaria, tectónica o lo que fuese. A Naide, en cambio, no se le caían los anillos por pasar a otras manos su colección de obras de Saramago, sus clásicos de la literatura brasileña, sus poetas, sus ensayistas... con la óptima intención de financiar su siguiente expedición por el mundo. Obviamente, no hay mejor mochilero que el que viaja con poco lastre. Y si ese lastre sirve para pagar futuros viajes, mejor que mejor.

Así que a nadie le extrañe que en nuestros estantes predominen los escritos en la lengua de Cervantes junto a la de Pessoa, por encima de la de Hemingway o la de Dumas. Aunque eso tampoco prueba nada, porque muchos de los libros en español son de ella, así como outros muchos en portugués son míos.

Los exlibris de Naide y mío, y la 'bula de consolación' para cuando
algún libro se extravíe sin querer. 
El caso es que fuimos asentándonos y creando família, lo que implica ir ocupando más espacio y al mismo tiempo ir cediéndolo. Y la biblioteca se quedó en ese compactado de libros que poco a poco va desbordándose y combando las baldas que los sustentan, como una metáfora de la vida a dos. Cada ejemplar tiene estampado el exlibris de su dueño. Alguno los dos, como muestra de que al final acabamos marcando territorio, propiedad (adiós, al menos por ahora, a aquella costumbre de tener y pasar, tener y pasar), acumulando cada uno lo suyo que, al mismo tiempo, es de los dos. Cada uno de esos libros cuenta dos historias, como decía el otro día (aquí): la historia que la imprenta escribió en sus páginas y la que el tiempo, las personas y las circunstancias imprimieron entre sus tapas, con sus glosas, sus firmas, sus dedicatorias, sus subrayados, sus desgastes, rasgados y doblados... Y esas dos historias, de alguna manera, hacen parte de la nuestra.

viernes, 6 de mayo de 2016

Ochenta años del rey del tebeo

Mortadelo y Filemón están a punto de cumplir los 60 y están tan calvos como el primer día. Y no será por la incerteza de lo que pueda pasar con sus pensiones cuando la TIA los prejubile por incapacidad en el servicio. Igual que su creador, que con la azotea igualmente brillante, llegó a los 80 tacos tan lozano como le gusta representarse en los esporádicos cameos a lo Hitchcock que protagoniza en sus tebeos. Porque Francisco Ibáñez, ahí donde lo veis, es un tipo vanidoso. Ya que no consiguió retener por mucho tiempo las melenas, se tomó la licencia de normalizar y universalizar las calvas a través de sus personajes. Antes quiso dar una de Dorian Gray pero le salió el tiro por la culata. Al menos aparentemente porque no consiguió que su retrato envejeciese por él, permaneciendo anclado en los 40 mientras su reflejo en el espejo lo duplicaba. Si bien para fortuna de la legión de sus fans, la cabeza del dibujante barcelonés aún está amueblada con la frescura de los 20 años, el ingenio de los 30, y la mala leche acumulada a lo largo de los otros 50.

Pues resulta que Ibáñez, que cumplió la redondísima edad el pasado mes de marzo, es el protagonista del Salon del Cómic que abrió ayer sus puertas en Barcelona. Vamos, que fue a ser profeta en su tierra, merecidamente reconocido y homenajeado. ¡Viva él, que fue, es y será por mucho tiempo el rey de las historietas! O de los tebeos, como decíamos antes de que la palabra inglesa (que yo creo que fue importada por los Spiderman o Lobezno de la Marvel) acabara mezclando el género caricaturístico con el género más 'serio', por llamarlo de alguna manera, de los históricos héroes patrios como el Capitán Trueno, Roberto Alcázar o Jabato, y los siempre presentes superhéroes de DC, como Superman.

Quién me iba a decir a mí, cuando hace casi tres décadas mataba el tiempo en el kiosco de Justo releyendo por enésima vez las portadas de los Mortadelos mientras mi padre o mis hermanos compraban el periódico, que algún día sería tan orgullosamente alopécico como los protagonistas de las historietas de Ibáñez. Principalmente cuando decido hacer borrón y cuenta nueva en la cabellera con la maquinilla de esquilar. Paradójicamente, en aquellos días algo ya me decía que mi futuro estético iba a ser más parecido al de un profesor Bacterio, por ejemplo, que al de Zipi y Zape, que por proximidad etaria podrían ser una referencia también en otra cosa que no fuesen las picias. Ahora que lo pienso, siempre fui más de Ibáñez que de Escobar, aunque echando la vista atrás mi vida haya pasado de los enredos al estilo hermanos Zapatilla a las paradojas existenciales de los agentes de la T.I.A. Y mientras no me llegue la hora de quedarme como Rompetechos, espero poder seguir siendo un chapuzas mejor resuelto que mis admirados Pepe Gotera y Otilio.

 Aquí arriba, a partir del minuto 3', ejemplo de friki fan de
Francisco Ibáñez y de Seteven Spielberg al mismo tiempo.

Pues me subo al tren de los homenajes y referencias y aprovecho para emitir una firme declaración de intenciones. Ya que como buen chiguito revoltoso, en mis tiempos fui incapaz de salvar entero ninguno de los tebeos que atesoré y manoseé hasta el desgaste final, prometo hacer lo posible para que aquella colección de Mortadelos desenterrada casi intacta en casa de mi cuñado -que incluye también algunos Superlópez y otros grandes álbumes de la época- y que tan generosamente cedió a sus sobrinas, llegue lo más íntegra que pueda a manos de sus destinatarias cuando tengan la edad adecuada para apreciar tan fino patrimonio.

Y brindo mi último voto de salud y felicidad al maestro que durante décadas no sólo nos ha divertido con sus historietas, si no que también nos ha instruido en asuntos que hoy son historia, plasmando en sus cuadriños, como dicen por aquí, con el mayor derroche de ironía e ingenio la más rabiosa actualidad del momento. ¡Viva Ibáñez!

lunes, 2 de mayo de 2016

El 2 de Mayo y los Episodios Nacionales

Durante varios meses del año pasado me dediqué a profundizar en la historia más o menos reciente de España de la mano del ilustre don Benito Pérez Galdós, que con esa gracia canaria tan suya se tomó muy a pecho el papel de cronista del siglo XIX, dejándonos una de las obras fundamentales de la literatura y de la historia de España. 


A veces me intento poner en su lugar, pienso en cómo afrontaría yo la labor de ponerme a contar a las generaciones futuras cómo fue el siglo XX. Que dices "la cosa tiene enjundia", con su era post 98, su República, su Guerra Civil, la dictadura y antes la dictablanda, la Transición, la Democracia con sus más recientes fiascos presidiarios, las idas y venidas de los movimientos secesionistas... Y me falta suelo del vértigo que me entra. Imagina contar todo esto sin que unos y otros te tachen de partidario, inexacto, manipulador, revisionista, o lindezas por el estilo. Y si ya te propones innnovar y para que entre mejor dices pues voy a hacerlo novelado, contado en primera persona por alquien que de manera ficticia pero casi creíble haya podido estar en todos los principales escenarios de esa época, no faltartá quien piense que eres un superficial que te tomas muy a la ligera hechos fundamentales, heridas aún sin restañar... Yo lo llamo la hipersensibilidad del siglo XXI.


Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós, Bailén, Gerona, Trafalgar, Madrid, Cádiz, Zaragoza, Napoleón, Editorial Urbión,
Los Episodios Nacionales, ese monumento literario que sirve para algo
más que para decorar y combar varios metros cuadrados de estantes y librerías.


Bueno,pues todo eso supo hacerlo magistralmente don Benito en ese monumento literario que sirve para algo más que para decorar y combar, junto a alguna enciclopedia olvidada, varios metros cuadrados de estantes y librerías. Porque la obra es en sí monumental por su tamaño y tratamiento, fundamental por su contenido, pero entretenida y leve en su ejecución. Que empiezas a leer Trafalgar como quien está leyendo cualquier novela de aventuras juveniles y acabas empapándote de estrategia naval. Sigues por la Corte de Carlos IV y es un ejemplo moderno de la novela picaresca del siglo de Oro. Y así vas enganchando un episodio nacional a otro, evolucionas al lado de su protagonista, el joven Gabrielillo nacido en los arrabales de Cádiz que después ya es un mozo Gabriel, asistente y joven confidente de las tramas de la Corte; Gabriel de Araceli, apasionado y destemido, procurado y ajusticiado por la autoridad Real bonapartista; el teniente de Araceli, veterano de Bailén, Zaragoza, asistente del Empecinado... Y cuando te quieres dar cuenta, te estás empapando de hechos, personajes y situaciones que escribieron la historia de un país. Estás aprendiendo Historia. 


Y no es una obra leve, no. Como digo, en dos o tres meses leí, creo, menos de una quinta parte de la obra total. Y si me desenganché -con el esfuerzo de un viciado- fue con la promesa de volver a caer en un futuro, ya que esa lectura me estaba consumiendo de otras que tenían que ser y no podía postergar por más tiempo. Ahora 'estoy limpio', pero sigo mirando para el icono del Kindle (suena menos romántico que decir "sigo mirando para la filera de tomos que esperan, alineados en mi librería, que algún día vuelva a acariciar sus páginas") como el exfumador que acompaña con la vista la trayectoria de algún viandante por la calle que ejecuta maquinalmente el movimiento parabólico de la mano desde una posición relajada junto a la pierna hasta la altura de la cara, donde los labios se aprietan para mejor aprovechar en la inspiración el contenido tóxico filtrado por un pedazo de espuma desde la incandescencia envuelta en papel de fumar.

Pero me estoy desviando del asunto. Y es que, aprovechando la fecha de hoy, quería recordar una reflexión que hacía, hace justo un año, al leer el episodio nacional referido a la fecha que conmemoramos, cuando el pueblo de Madrid se levantó espontáneamente, movido por un sentimiento colectivo de injusticia. Cuando se coordinó sin más estrategias, sin programación, sin aviso previo, y actuó como una ola gigante, imparable durante 12 horas, dando lugar a una marea posterior que acabó derribando, con la insistencia de las corrientes marinas, la bien organizada maquinaria bélica napoleónica.


"Táctica y estrategia de nada sirven sin una tropa entusiasmada. (...) El más poderoso genio de la guerra es la conciencia nacional, y la disciplina que da más cohesión el patriotismo. (...) Aquel júbilo, aquella confianza, aquella fe ciega en la superioridad de las heterogéneas y discordes fuerzas populares, aquel esperar siempre, aquel no creer en la derrota, aquel no importa con que curaban el descalabro, fueron causa de la definitiva victoria en tan larga guerra, y bien puede decirse que la estrategia y la fuerza y la táctica, que son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca nada contra el entusiasmo, que es divino". Consideraciones de Benito Pérez Galdós, sobre el 2 de Mayo y la posterior guerra al francés en los Episodios Nacionales.



Y como última reflexión sobre cosas que Pérez Galdós contó antaño y que tienen su reflejo aún en nuestro días, ahí dejo esa otra píldora sobre algo que me llamó bastante la atención:


La primera vez que visité el Museo del Prado, mi madre me hizo guiñar un ojo y formar un canuto con los dedos para, colocados delante del otro ojo abierto, mirar a través y fijarme en la cara de Carlos IV sin distracciones como la peluca o el uniforme. El objetivo era constatar la similitud de los rasgos con los de su descendiente Juan Carlos I. Ahora leyendo a Pérez Galdós no me queda duda de ese parecido, según la descripción que hace del tátara-tátara-tatarabuelo del 'rey campechano': "era un señor (...) de rostro pequeño y encendido, y sin rasgo alguno en su semblante que mostrase las diferencias fisonómicas establecidas por la Naturaleza entre un Rey de pura sangre y un buen almacenista de ultramarinos". Pues eso, campechanía borbón al poder.


Haz zoom en la imagen y sigue las instrucciones
del párrafo anterior, a ver si funciona.