Creo que corría el año 96 o 97. El Ayuntamiento de Palencia había montado una carpa de medianas dimensiones en el parque del Salón para amenizar un poco el frío de esos carnavales. ¡Y nada menos que Los Inhumanos iban a tocar ahí adentro! Me parecía poco espacio para tanta banda. Por eso me fui unas cuantas horas antes a acechar la taquilla -por llamarlo de alguna manera- y comprar mi entrada antes del concierto, no me fuera a quedar en la calle.
¡Qué raro! A media hora de empezar el concierto solo éramos cuatro -literalmente- en la fila. Los mismos que seguíamos ahí una hora después. Por fin a las once asomó alguien por la solapa de la carpa para preguntarnos si aún queríamos entrar. ¡Claro! Para eso íbamos a pagar la entrada!
Así que entramos. Había una barra de bar a la derecha y al fondo el escenario. Mínimo para lo que yo recordaba haber visto en la tele de las multitudinarias presentaciones de mi admirada banda valenciana. Pedí lo más barato que tuvieran para beber (un cachi de cerveza, supongo) y me puse junto al resto en primera fila. En ese momento levantaron los laterales y abrieron los pies de la carpa, y una marea humana irrumpió dentro -sospecho que más por guarecerse del frío que por verdadero interés musical- mientras ¡por fin! Los Inhumanos saltaban al escenario.
¡El delirio!
En premio a nuestra fidelidad, nos invitaron a los cuatro de la primera fila a subir al escenario. ¿Que no? Ahí me tiré todo el concierto (mis compañeros desistieron al tercer o cuarto tema) merced a un acuerdo alcanzado con el batería: yo le pasaba lumbre para lo que fuese que fumase entre canción y canción y él me dejaba darle un lingotazo de vez en cuando a la botella de wisky camuflada al lado del bombo.
Sería Alfonso Aguado el que, antes del primer y último bis, agradeció al público palentino por brindarle esa oportunidad tan importante en su carrera, ese divisor de aguas, ese concierto que en el mejor de los casos debería representar el resurgimiento de la banda, su relanzamiento, “porque después de aquella noche les quedaba claro que no se podía caer más bajo”.
Ese momento tan inolvidable valió cada una de las 400 pesetas -más 150 del cachi, creo- que me costó juntar para estar esa noche compartiendo escenario, mechero y wisky con la banda más gamberra de mi infancia (a distancia de La Orquesta Mondragón y Los Toreros Muertos).
Ese concierto en Palencia fue la antesala de este triste doble cedé recopilatorio. |
Y ahora sí, la referencia literaria
Epílogo:
Vale, quien conozca las letras de Inhumanos sabrá que ni tienen la lírica de un Bécquer -la mala leche sí, seguro- ni la locuacidad de un Larra. No, no son unos románticos. Todo lo contrario. Lo suyo es la juerga por la juerga y este libro refleja precisamente eso mismo: un rato largo riendo, flipando en colores con las que se podían liar antes, durante y después de un concierto -incluso sin concierto de por medio-, sin autocensuras -algo muy de agradecer en estos tiempos de meapilismo institucionalizado- ni miramientos.
Hemos venido a hacer unas risas y a fé que el pater superioris Alfonso Aguado ha conseguido su objetivo.
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