martes, 7 de mayo de 2019

Y así se hizo un lector/locutor con la ayuda de Tom Sawyer y un casete de 60


Sin comerlo ni beberlo, el domingo apareció, por fin, uno de mis libros más queridos. Hará como dos años y pico, en una papelería cerca de casa descubrí una estrecha estantería donde acumulan, casi escondidos detrás de la puerta, algunos ejemplares en perfecto estado (incluso sin sacar algunos del celofán) de viejas colecciones juveniles de mi época. Entre ellos me topé con la misma edición de Las Aventuras de Tom Sawyer que mi tío Nacho me regaló hace casi 30 años por mi cumpleaños junto a una cinta virgen de 60 y una tarea para ese verano: grabarme leyendo cada mañana por lo menos media hora y luego escucharlo.

Ni qué decir tiene que cumplí mi compromiso por lo menos hasta que me fui de campamento. A la vuelta iba a costarme un poco retomar la rutina de la grabadora, aunque la de la lectura se mantuvo por el resto del verano, lo que tardé en ventilarme uno de los mejores libros que he leído en mi vida. La cinta acabó siendo pasto de los éxitos de los 40 principales que me grababa junto a alguna canción que otra de los primeros cedés que poníamos en nuestro flamante radiocasete. Y por aquí acabaría esta anécdota si no fuese porque realmente dejó una huella imborrable en mí. Ese esforzarme en leer en alto y escuchar después dio su fruto. Y ahora que he vuelto a ponerme delante de un micrófono agradezco aquellas primeras sesiones de locución improvisada.

Aquel libro siempre estuvo en la cada vez más poblada estantería de mi cuarto. O eso creo. Luego cuando me fui de casa le perdí la pista, aunque sospechaba que no podría andar muy lejos. Pero no aparecía. Hasta que un clon suyo se me presentó como por ensalmo en una fortuita visita a la papelería de la que hablaba antes. Andamos Naide y yo empeñados en la creación y criación de dos espíritus bibliófilos y volver a cruzarme con la cara de pillo del huérfano más espabilado a este lado del Mississipi, según la interpretación del ilustrador Josep María Rius (Joma), aquello fue como un flechazo. De entrada ya estaba sacando la cartera. Y mira que no estábamos como para mucho dispendio. Luego lo pensé mejor: "no, el mío tiene que andar por ahí". Lo que pasa es que cuando tu familia ha mantenido el mismo domicilio toda la vida -nuestro campamento base o centro de operaciones-, los estratos se acumulan hasta que un terremoto en forma de "esto me lo llevo al trastero/cochera y luego cada uno que busque lo que eche de menos" o de "total, si hace años que no lo usabas" revoluciona los cimientos de tu memoria. 


Tom celebrando el reencuentro con su lector de hace 30 años.
Y de repente el domingo en casa de mis padres, en el clásico vistazo a mi librería "a ver qué me llevo hoy" aprovechando la celebración del Día de la Madre junto a la nuestra, ahí vuelve a estar Tom en la librería sobre mi antigua cama. ¡Ahora sí! MI Tom Sawyer vuelve a estar conmigo. Con nosotros.

Ya sé que los tiempos cambian, y que los métodos que antaño eran lo más hoy son tenidos poco menos que como prácticas inquisitoriales. Pero lo voy a intentar con nuestras niñas. Porque tengo recuerdos imborrables de este libro y de cómo nos presentamos. Diría que me acuerdo de él cada vez que enciendo el pilotito rojo del estudio de Acup Radio, pero mentiría. Aunque sí reconozco que mucho de lo que hoy soy, digo y hago, se lo debo a él. Y a la simple tarea -ni impuesta, ni obligada- que me insinuó mi tío con aquel paquete envuelto en papel de regalo que recibí cierto 24 de junio con un libro y un casete virgen de 60 dentro.