domingo, 23 de diciembre de 2018

¿42? Stephen Hawking pisotea a título póstumo la respuesta "al sentido de la vida, el universo y todo lo demás"... Dios incluido


Mal he empezado a leer el libro y ya siento una necesidad irrefrenable de escribir. Tanto que no he dejado un centímetro de espacio libre en el marcapáginas con las primeras anotaciones porque consideré que con los márgenes de la página no me iba a llegar. ¿Qué o quién lo ha motivado? Pues nada menos que la obra póstuma de uno de los ilustres difuntos de este año que ya boquea.


Al parecer, antes de morir (14/03/2018) Stephen Hawking quiso quitarle protagonismo a Pensamiento Profundo y dejarnos una respuesta más elaborada para el sentido de la vida, el universo y todo lo demás. Más exactamente, un compendio de breves respuestas para grandes preguntas. Y empezó el libro apostando fuerte, cuestionándose la existencia de Dios. A lo selección natural darwinista diciendo: “si no soportas este primer capítulo vete dejándolo ya por aquí mismo”.

Luego el nivel de las preguntas aparentemente va perdiendo enjundia: Cómo comenzó todo, si existe inteligencia en el universo (aparte de la nuestra, claro), si se puede prever el futuro, qué hay en un agujero negro, si se puede viajar en el tiempo, si sobreviviremos en la tierra y ya puestos, si deberíamos colonizar el espacio, si la inteligencia artificial nos llegará a superar y cómo haremos para amoldar el futuro.

Hawking justifica su obra afirmando que “las personas quieren respuestas para las grandes preguntas […] no esperan respuestas fáciles, así que están preparadas para quebrarse un poco la cabeza”. Y aquí radica el éxito de su obra, en que al mismo tiempo que responde con una base científica a esas cuestiones que nos plantea en el índice del libro, incita al lector a responderse a sí mismo. “Newton nos dio respuestas. Hawking nos dio preguntas”, avisa su amigo Kip S. Thorne en el prólogo.

Porque uno podría leer las breves respuestas asimilándolas como dogma, negándolas como herejía o analizándolas críticamente. Al menos a mí me han servido para reflexionar en estos dos días que llevo intentando coger carrerilla con el libro. Imposible pasar página sin parar un momento a masticar cada idea leída. De hecho, sólo el primer capítulo me tiene preso aún aunque ya ande buscando inteligencia por la galaxia, incluida la nuestra.

Entonces, ¿Dios existe o no existe?

El caso es que ya fui más creyente y menos practicante. No me aflijo con dudas como el san Manuel Bueno de Unamuno y sin embargo su ejemplo, además de las refutaciones de un tipo que vivió buena parte de su vida, como defienden algunos, de milagro, me están haciendo ver las cosas de otra manera muy distinta a como lo hice hasta ahora en todas mis fases, ya fuese como devoto catecúmeno, seminarista con aspiraciones castrenses, rebelde conservador o, actualmente, adulto racionalista.

Aquí dejo mi opinión al respecto sin ninguna base científica pero con el soporte filosófico que da la lectura de una mente brillante. Espero que otros muchos legos de las ciencias exactas encuentren estas respuestas tan motivadoras para seguir evolucionando en sus dudas.

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Dios, Stephen Hawking y yo


Stephen Hawking dice que no tiene nada contra dios. “No quiero pasar la impresión de que mi trabajo es sobre probar o refutar su existencia. Mi trabajo es encontrar una estructura racional para comprender el universo que nos rodea”, pero rebate a los que ven milagros a la vuelta de cada esquina: “Puedes decir que las leyes [de la Naturaleza] son obra divina, pero eso es más una definición de dios que una prueba de su existencia”.

Así que no, para el científico que vivió todo estos años “de milagro” (por méritos parecidos hemos visto candidatos a la santidad subir a los altares y nadie se ha quejado) no tiene ni la más mínima intención de deberle sus años extra a ningún milagrero moderno. Ni la existencia del espacio a creencias sobrenaturales. Al menos no mientras no haya una respuesta científica definitiva al origen del universo, “única área restante que la religión puede reivindicar para sí misma”, concede.

Y sin embargo ahora me atrevo a contradecirle desde mi humilde racionalismo. Es la naturaleza humana la que se explica por la religiosidad más que el origen del universo. Por una simple y arcaica razón: la fe mueve montañas. Y para más inri, da vida a nuestra ciencia.

La existencia de Dios como máxima representación de una creencia sobrenatural no radica en la contraposición a las leyes de la Naturaleza, si no en nuestra capacidad de superación buscando soluciones a todas y cada una de las cuestiones que nos plantea el universo. Si el ser humano no hubiese tenido ese afán por entender el funcionamiento de su entorno, su evolución no hubiese sido distinta de la de cualquier otra especie animal. La ignorancia era como un dolor que había que mitigar, una herida que cicatrizar. Mientras no cauterizara la herida, el hombre debía poner un apósito en ella para evitar que sangrara. Pero no se conformó con esta solución que, en el peor de los casos, podría desembocar en una curación defectuosa o una infección. Cosió la herida, puso grapas y, finalmente, borró la cicatriz con un láser.

Pero existe otro hecho: el ser humano es un ser creador. Desde que a su compañero lo cazó un depredador cuando intentaban huir de él encaramándose a un árbol y, en venganza, se lanzó desde lo alto blandiendo una rama arrancada. Al matarlo contra todo pronóstico, reorganizando así la pirámide alimenticia, ese humano descubrió que tenía un poder singular: podía revertir la ley natural con su ingenio, inventar objetos, reorganizar la naturaleza, estimular sus sentidos de forma artificial, crear vida, nuevas especies. Otra de sus primeras creaciones fue también una creencia que a partir de ese momento diese sentido a todo lo que no entendía, y que pudiese ir deshojando a medida que resolviese uno a uno los enigmas a los que daba cobertura. Es decir: A medida que desarrollaba su ciencia, espoleada por su fe en sí mismo, iba sustituyendo a dios por sí mismo.

Otra prueba de la existencia de Dios sería la fe (la misma que da alas a la ciencia) y sus efectos sobre el ánimo y el ego humano. Discutiendo sobre este asunto con mi suegra, ésta vino a decir que sentía pena de las personas que no creen porque pierden un punto de apoyo fundamental. Desde el momento en que alguien tiene ese conforto que le ayuda a levantarse y seguir adelante, se puede decir que sí, hay algo (o alguien) intangible a su lado.

Todo esto no dejan de ser opiniones personales inspiradas por un científico que no cree, que escribe preguntas y respuestas que desembocan en más preguntas a las que debemos dar respuesta para seguir avanzando.


miércoles, 14 de noviembre de 2018

Ya no hay tebeos en los kioscos

El cine nos da la razón. También en literatura de viñetas los años pasados fueron mejores.

Cuando entré en el kiosco tuve la misma sensación que cuando despiertas de una pesadilla y descubres que no todo lo que estabas viendo era fruto de la imaginación. Que el mal sueño responde a los miedos de la realidad. Y no sabes entonces qué te asusta más, si la sucesión de impresiones generadas por el subconsciente o su inspiración real.

Me recuerdo con mis tres hermanos mayores, cogidos de la mano en perfecto
orden descendente, mirando a los dos lados antes de atravesar la calle por el
paso de peatones frente a Caja Salamanca y caminar por la acera sin romper
la formación hasta el kiosco de Justo, al pie del convento de las Agustinas.
Después se mudaron unos metros más allá, al local donde elevaron el
oficio de kiosquero a sus más altas cotas. Foto: José Luis Sánchez Barea
Miré a mi alrededor. Aquel podría ser (salvando las distancias) el kiosco nuevo de Justo y Fernando. Aquel de cuando ambos socios decidieron alquilar un local como Dios manda al principio de la Calle Mayor para sustituir la caseta de aluminio que regentaban pegada al muro de las Agustinas. El kiosco nuevo lo tenía todo, con sus tebeos dignamente desplegados a lo largo de una inmensa pared y no apiñados tras un minúsculo escaparate; con sus dos mostradores, uno para exhibir toda la gama de chucherías y golosinas existentes en el mercado y otro (el más concurrido) donde se despachaba el aún glorioso papel reciclado de la prensa local, nacional e incluso internacional, junto con interminables colecciones de fascículos, libros y cromos. Hasta pan llegaron a vender, por eso de ofrecer un completo al que salía a por el pan y el periódico.

Pero volvamos a aquella pared que se extendía a la izquierda de la puerta de entrada. Allí donde me solazaba releyendo, una y otra vez, las portadas de los Mortadelos, los Zipi y Zape, los Anacletos, Súper López y Carpantas que nos atraían, cual canto de sirena, con sus cómicas ilustraciones de chiste rápido que hacían de introducción a la historia principal contenida dentro del álbum. Teníamos también compendios de varios autores, álbumes como el mismísimo TBO o el Pulgarcito (siempre buscando llevarnos el gato al agua) en cuyas páginas se alternaban tiras e historietas breves, de una o dos páginas. Ahí conocí, quién me lo iba a decir, a la pandilla de Mónica que resulta que es a las últimas dos o tres generaciones de brasileños lo que los alumnos de don Minervo a los que fuimos a EGB. Y el más moderno Súper Humor, que traía a los más grandes de la extinta colección Olé.

Todos estos, digo, me llamaban más la atención que las portadas menos comunicativas de los cómics de Marvel o DC. O de nuestros héroes patrios como el Capitán Trueno o Jabato, o los destemidos personajes del Hazañas Bélicas. Tal vez no hubiese mucha variedad para el público más grande, quitando El Jueves o El Víbora, no tan a nuestro alcance y menos para entender muchas veces sus chistes de portada. Pero claro, quién soy yo para intentar recordar si había algún álbum de Corto Maltese o de Blueberry, más elitistas que los sí presentes Asterix o Tintín.

Donde Justo también había cómics inspirados en productos televisivos, los que estuviesen de moda o en antena en aquel momento, aunque en su mayoría serían aquellos tebeos los inspiradores de la tele (como demostraron años después Mortadelo o Anacleto, y ahora Súper López, y volvemos a nuestra eterna añoranza de los años 80). Otros, inocentes y bienintencionados productos de multinacionales del ocio como los Don Mickey también se vendían bastante bien, pero nada que ver con el éxito de las historietas de Ibáñez y Escobar.

Pero los tiempos han cambiado. Olé, Bruguera y su Gato Negro (que acabó sus siete vidas siendo de todos los colores sin que se supiese si encontrarlo entre las viñetas del Pulgarcito, finalmente daba premio o no) han pasado a la historia. Y el kiosco donde entro ahora y que me recuerda un poco a aquél que sólo vive ya en mi memoria y en el cartel que aún preside el local vacío desde hace años, ni por asomo tiene aquella pared mágica que nos atraía como a moscas. Pregunto aquí por algo del género para un público de entre 6 y 15 años, y me remiten a revistas de canales de televisión y películas de moda, imitaciones para preadolescentes de publicaciones adultas y poco más. No hay un tebeo como tal que no tenga por detrás un producto audiovisual, digital o interactivo con el que combinarse. ¡Ya no hay tebeos en los kioscos!


Epílogo

Menos mal que se me disipa un poco el terror de la pesadilla cuando veo a Marina agarrada a su creciente colección de gibis (nombre popular de los tebeos en Brasil), lectora ávida de literatura en viñetas. Vivo esperando ansioso la llegada del próximo visitante venido de aquellas tierras que nos honre con su presencia, portando eso sí el correspondiente cargamento de historietas despachado por mi suegra para sus nietas, profundamente gradecido porque Brasil aún no ha perdido esa inocencia de la literatura de kiosco infanto-juvenil.

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martes, 13 de noviembre de 2018

Veamos cuántos libros de esta lista has leído

Listas, ¡qué coñazo! Pero cómo nos gustan. La que viene a continuación cayó originalmente en mis manos hace unos días desde una página en portugués, supuestamente realizada por el servicio de Cultura de la BBC en 2003. Para variar, autores españoles o en lengua castellana, uno, como mucho. Y ni siquiera era Cervantes. No era de recibo que algunos autores como Jane Austen tuviesen cuatro registros, Terry Pratcher cinco y que la saga de Harry Potter estuviese representada por tres ejemplares. Así que me he tomado la licencia de mejorar la lista, y mucho, con títulos históricos en español, italiano, francés, ruso y también inglés, claro.

Vamos ahora con el reto. En la original decía que poca gente llegaba a los diez libros leídos del total. También, con cada bodrio que recogían... Así que yo creo que ahora va a ser un poco más fácil alcanzar esa meta. ¿Jugamos?



1. El Señor de los Anillos, J.R.R. Tolkien
2. Orgullo y prejuicio, Jane Austen
3. La materia oscura, Philip Pullman
4. La Guía del Autoestopista Galáctico, Douglas Adams.
5. Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes
6. Matar a un ruiseñor, Harper Lee
7. Winnie the Pooh, A.A. Milne
8. 1984, George Orwell
9. El león, la bruja y el armario, C.S. Lewis
10. La Regenta, Leopoldo Alas Clarín
11. Trampa-22, Joseph Heller
12. Cumbres borrascosas, Emily Brontë
13. El canto de los pájaros, Sebastian Faulks
14. Rebecca, Daphne du Maurier
15. El Guardián entre el centeno, J.D. Salinger
16. El viento en los sauces, Kenneth Grahame
17. La venganza de don Mendo, Pedro Muñoz Seca
18. Mujercitas, Louisa May Alcott
19. La Mandolina del capitán Corelli, Louis de Bernieres
20. Guerra y Paz, Leon Tolstoi
21. Lo que el viento se llevó, Margaret Mitchell
22. Harry Potter y la piedra filosofal, JK Rowling
23. Viaje al centro de la Tierra. Julio Verne
24. El Lazarillo de Tormes, anónimo
25. Las inquietudes de Shanti Andía, Pío Baroja
26. ¿Hay alguien ahí afuera?, Marian Keyes
27. El Evangelio según Jesucristo, José Saramago
28. Una oración por Owen Meany, John Irving
29. Las uvas de la ira, John Steinbeck
30. Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll
31. El segundo sexo, Simone de Beauvoir
32. Cien años de soledad, Gabriel García Márquez
33. Los pilares de la tierra, Ken Follett
34. David Copperfield, Charles Dickens
35. Charlie y la fábrica de chocolate, Roald Dahl
36. La Isla del Tesoro, Robert Louis Stevenson
37. La fiesta del chivo, Mario Vargas Llosa
38. El Nombre de la Rosa, Umberto Eco
39. Dune, Frank Herbert
40. La Naranja Mecánica, Anthony Burgess
41. Ana de las Tejas Verdes, L.M. Montgomery
42. La conjura de los necios, John Kennedy Toole
43. El gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald
44. El Conde de Montecristo, Alexandre Dumas
45. Retorno a Brideshead, Evelyn Waugh
46. Rebelión en la Granja, George Orwell
47. Un cuento de navidad, Charles Dickens
48. Sin novedad en el Frente,  Erich Maria Remarque
49. Don Juan Tenorio, José de Zorrilla
50. Los buscadores de conchas, Rosamunde Pilcher
51. El jardín secreto, Frances Hodgson Burnett
52. De ratones y hombres, John Steinbeck
53. It, Stephen King
54. Anna Karenina, Leon Tolstoy
55. Voces de Chernobyl, Svetlana Aleksiévich
56. Los Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós (no tienes por qué haberlos leído todos)
57. Fahrenheit 451, Ray Bradbury
58. La Divina Comedia, Dante Alighieri
59. Manolito Gafotas, Elvira Lindo
60. Crimen y castigo, Fyodor Dostoyevsky
61. El lobo estepario, Hermann Hesse
62. Memorias de una geisha, Arthur Golden
63. Moby Dick, R.L. Stevenson
64. El pájaro espino, Colleen McCollough
65. Luces de Bohemia, R.M. Valle Inclán
66. Los Cinco y el tesoro de la isla, Enyd Blyton
67. El Mago, John Fowles
68. Los buenos augurios, Terry Pratchett y Neil Gaiman
69. El Libro de la Selva, Rudyard Kipling
70. El señor de las moscas, William Golding
71. El Perfume, Patrick Süskind
72. Los filántropos en harapos, Robert Tressell
73. Tom Sawyer, Mark Twain
74. El Hereje, Miguel Delibes
75. El diario de Bridget Jones, Helen Fielding
76. El crimen del padre Amaro, Eça de Queiroz
77. San Manuel Bueno, Mártir, Miguel de Unamuno
78. Ulises, James Joyce
79. la Colmena, C.J. Cela
80. Doble acto, Jacqueline Wilson
81. Luz de Agosto, William Faulkner
82. La Metamorfosis, Franz Kafka
83. Agujeros, Louis Sachar
84. La Ciudad de la Alegría, Dominique Lapierre
85. El dios de las pequeñas cosas, Arundhati Roy
86. Yo soy Malala, Malala Yousafzai
87. Un Mundo Feliz, Aldous Huxley
88. El Viejo y el mar, Ernest Hemingway
89. Platero y yo, Juan Ramón Jiménez
90. En el camino, Jack Kerouac
91. El Padrino, Mario Puzo
92. El clan del oso cavernario, Jean M. Auel
93. El color de la magia, Terry Pratchett
94. El Alquimista, Paulo Coelho
95. La Casa de los Espíritus, Isabel Allende
96. Los Pazos de Ulloa, Emilia Pardo Bazán
97. El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez
98. Comer, amar, rezar; Elizabet Gilbert
99. El capitán Alatriste, Arturo Pérez Reverte
100. Los Versos Satánicos, Salman Rushdie

¿Qué tal, bien? Cuéntanos qué tal se te ha dado y qué libro o autor has echado de menos en la lista.

Y ya si eso, compártelo con tus amigos. ;)



domingo, 11 de noviembre de 2018

Ante el primer centenario de la Gran Guerra y otras contiendas


Comencé a escribir esto allá por el año pasado, lo retomé en enero y lo culmino ahora porque era la fecha prevista. Después de acabar en febrero de 2017 una excelente novela biográfica sobre Napoleón, continué con la entretenida policial-guerracivilista  Falcó, de Pérez Reverte. Ya hablé lo suficiente al respecto en textos pasados, así que sigo adelante con mi relato. Inmediatamente después me metí entre pecho y espalda las excelentes crónicas de Valle-Inclán, testimonio de su convocatoria oficial para dar a conocer al neutral público hispano los desastres de la Gran Guerra, en una edición enturbiada sólo por el pesado y casi totalmente prescindible ensayo introductorio al que también ya me referí aquí en su momento. Y a partir de ahí me vi inmerso en una espiral bélica en la que seguí y en cierto modo siempre sigo, cual infante atrincherado en el Somme o en los Pirineos, enfrascado sin visos de salir próximamente. Todo firmas brillantes como Rudyard Kipling, George Orwell, Augusto Assia, Manuel Chaves Nogales y Juan Eslava Galán. Todos (menos Eslava) contando su testimonio de lo que fueron en aquellos terribles días que marcaron la historia del siglo XX antes de llegar a su cénit. También pasaron por aquí más recientemente Eduardo Mendoza con su ficción sobre el Madrid previo a la GuerraCivil y Mark Harris y su recopilación de las historias vividas por los gigantes de Hollywood al servicio de la maquinaria de propaganda e información bélica; y ya cruzando el ecuador del siglo armado, Pérez Reverte de nuevo, rememorando aquel capítulo de los puentes bosnios que acompañé en su día por la tele y cuya lectura también me inspìró el proyecto de fin de carrera; Manu Leguineche, esta vez pasando de refilón junto a algunos de los polvorines que más tarde acabarían calentando –a conciencia- la segunda mitad del siglo XX; y Oriana Fallaci con una imprescindible recopìlación de entrevistas a algunos de los titiriteros que han manejado las cuerdas de muchas de las mayores matanzas castrenses entre los pasados años 50, 60 y 70.

Por eso quería escribir esto antes de llegar las 11 horas del día 11 de noviembre, cuando pensaba que todas las campanas del mundo irían a repicar como lo hicieron cien años atrás por el fin de la guerra más cruenta y estúpida (de entre lo estúpidas y cruentas que son ya de por sí las guerras) de cuantas habíamos emprendido los seres humanos hasta que la superamos 20 años después. Finalmente no me ventilé más libros sobre la Primera Guerra Mundial hasta esta fecha. No hubo entre mis manos más crónicas como las que escribieron Kipling y Valle Inclán, aliadófilos confesos y referentes de la literatura inglesa y española respectivamente cuando los cañonazos recorrían los continente de norte a sur, cada uno escribiendo con su estilo particular aunque ambos sospechosamente simétricos en sus percepciones y la denuncia de los desmanes del salvaje enemigo de la humanidad (trabajo brillante de las asesorías de comunicación aliadas, por lo que parece).  

Me temo que soy un poco monotemático, qué le voy a hacer. Me gustan las Hazañas Bélicas más que a un tonto una tiza. Pero es que soy un gran admirador de la mayor creación del hombre, que es su capacidad de destrucción. Por eso conmemoraciones como la de hoy sí debemos recordarla y hacerla saber, porque nos recuerda lo incongruente de nuestra naturaleza y nuestra capacidad de superación cuando los rigores del guión así lo exigen. Porque seguiremos tropezando una y otra vez en los mismos errores por insistir en no verlos como redundancias de un comportamiento estúpido. Seguiremos yendo como borregos a los mataderos del Somme, de Verdún, de Stalingrado, de Dien Bien Phu, de Ruanda... Por favorecer ciegamente a aquellos líderes que ya han demostrado hasta la saciedad sus ansias de poder, independientemente del interés general. Literalmente caiga quien caiga.

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martes, 30 de octubre de 2018

Brasil: el país de los votantes 'armados' o cómo a lo mejor el mundo no está tan perdido


Pues sí. A pesar de todo estoy orgulloso de los brasileños. No de todos en general porque generalizar no es bueno, pero sí de esa cantidad de personas que respondió a uno de los virales más imbéciles que haya podido ver en las redes sociales, demostrando con su reacción su humor inteligente, su ingenio rápido y su predisposición a devolver el bien por mal.

Con el viral me refiero a esa banda de estúpidos votantes descerebrados que en el primer turno de las elecciones presidenciales registraron su voto (el sistema es de urnas electrónicas: tras un biombo está la maquinita donde se aprietan las teclas correspondientes al número del candidato y se confirma la elección con otra tecla de color verde) marcando el botón con el cañón de una pistola. El desbarre, claro, tenía que ser inmortalizado, retratado, filmado, para compartir ese momento de gloria con los coleguillas: "Que quede claro que voto a un candidato que otra cosa no, pero que le flipa un huevo que todos vayamos por la calle a lo John Wayne impartiendo justicia". Una simbología muy llamativa, aunque incurra como poco en dos o tres delitos con su bravuconada, por no hablar de los tiros a lo mariachi desbocado que acabaría dando aquella noche -imagino- para celebrar la victoria parcial de su líder.



¿Una amenaza velada o implícita? ¿Una declaración de intenciones contra sus presuntos rivales? Quién sabe. Lo que está claro es que no fue uno ni fueron dos los mamarrachos que repitieron ese gesto. Y que casualmente todos ellos votaban al tipo ése que agarró el trípode de una tele durante un mitin y se puso a hacer como que ametrallaba a los seguidores de su principal contrincante político, para deleite y regocijo de su público. Porque al menos este tipo no deja lugar a interpretaciones. Su grito de viva la muerte (de los otros) será perfectamente inteligible y sin dobles sentidos. Pero vamos, que no voy a compararlo con dos figuras de su campo como eran Millán Astray y Unamuno. ¡No hay color!

Y aquí voy al meollo del asunto: La respuesta de aquellos que se sintieron amenazados, no necesariamente en su integridad, sino en su inteligencia por tales disparates. Comenzó a circular la proputesta de devolver el gesto. ¿Cómo? Acudiendo a las urnas con un libro bajo el brazo. Cada uno que se sienta amenazado como quiera. En plena semana internacional del desarme, allá fueron algunos de mis amigos empuñando sus armas para una nueva batalla electoral. Como Jorge, que esgrimía nada menos que la Constitución, o Laura y Patricia, Quijote en mano. Otros como Larissa y Eduardo, con un ejemplar éste último del clásico del cómic Maus. O Caio, que fue a votar con 1984 en la mano, enfrentando la jornada en familia junto a su hermana Mel y sus padres André y Rossana, cada uno pertrechado convenientemente. João, a lo padrazo, con la obra de uno de los luchadores más activos contra la dictadura anterior: el obispo Dom Helder Câmara. Rafa, siempre pacífico, esgrimiendo la biografía de Ghandi. Joana y la obra de Paulo Freire, filósofo y pedagogo que ensayó sobre la Educación como práctica de la libertad. Sergio y la obra que recuerda que 1924 fue el año que creó a Hitler. Claudia y el ejemplo de Malala. Mariana encomendándose a todos los dioses de la Mitología. Nathalia y los Morangos Mofados. Renata leyendo cómo la democracia llega a su finLa madre de Braulio, con los dos poemarios de su hijo en cada mano... Hasta Marina quiso sumarse al movimiento, aunque estuviésemos a cientos de kilómetros de la mesa electoral más próxima, con las aventuras de Manolito Gafotas en la mano.

 

Interesantes 'adaptaciones literarias' del artista neoyorquino Robert The, muy apropiadas para este contenido.


Mi admiración es por ellos y por los otros miles de ciudadanos, anónimos y famosos, que dieron respuesta a los tipos del arma en la mano armándose con libros.

Es más: Me llama la atención cómo la literatura ha tenido su protagonismo en esta campaña, ya fuese para bien o -como siempre más probable- para mal. Por ejemplo con el famoso kit gay que tanto insistió aquel candidato que sus oponentes estaban imponiendo ya en algunas escuelas, hasta que el juez le tuvo que impedir que siguiera con la cantinela en la que esgrimía un libro de educación sexual (de origen francés y libre distribución para quien quiera comprarlo en Brasil) mientras su hijo y heredero político divulgava equivocadamente otro distinto en las redes sociales. O aquel otro que supuestamente había escrito el candidato rival 20 años atrás defendiendo el incesto entre padres e hijos, según acusaban los del frente contrario, noticia que corrió como la pólvora hasta que alguien se paró a comprobar si era cierta y... ya saben, las famosas paparruchas o fake news.

PD: Sirva como ejemplo del nivel medio del votante más bocazas de ese candidato: Un anti comparte sus ideas en las redes sociales. Inmediatamente le cae encima un aluvión de críticas y descalificaciones, muchas de ellas proferidas por miembros de su propia familia. Una de las más exaltadas no rebaja su paroxismo cuando llama "banda de ignorantes" al conjunto de contrarios a su opción electoral, aunque inmediatamente se contradice sin querer al afirmar que "no dá para leer lo que escriben y piensan".

Para mí, así se retrata quien no quiere leer lo que los demás escriben y piensan.

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viernes, 26 de octubre de 2018

El Mundo/Munda ya se puede ir a la mierde...

...O no. Todavía tenemos una esperanza. 


Gracias a Dios -o a la Trinidad, o a la Trimurti... No, que son todo tíos también- el proyecto no alcanzó ni una tercera parte del presupuesto previsto para salir a la luz. Pero sabemos que esta gente no se conforma. Que esperará agazapada -agazapado/agazapade- en la oscuridad -en lo oscuro... ¡en tó lo negro!- a que llegue su hora y entonces ¡zasca! Nos la meten -nos lo clavan/se le meten... bueno, eso- doblade por la espalda.

Se aprovecharon del más inocente. Un golpe que pensaban que sería maestro. Coger un encantador cuento con el que nos hemos emocionado desde la tierna infancia hasta la senectud, darle un giro de 359 grados y hale, a ser trending topic por todo el mundo guay. Peeeero no. El espíritu de Saint Exupery veló por la pureza de su creación, armó los cañones de su P-38 con sentido común e hizo que el maquiavélico plan se quedara en agua de borrajas. El Principito no iba a convertirse en Pricipesa por mucho que se empeñaran las miembras de vete tú a saber qué grupúsculo de resentidas con el mundo y la literatura.

Resulta que a su joven alteza espacial le cambian el sexo -¡halaaaa, ha dicho esa palabra que tiene equis!- y hasta el color del pelo y le reinterpretan el nombre porque claro, eso de princesita suena feo, puede dar lugar a comentarios malvados. ¡No te digo nada cuando le toca el turno de reasignación a su amigo el zorro! ¡La descojonación sideral, oiga! Y es que resulta que al malvado (esto me lo he inventado yo permitiéndome la licencia literaria de exagerar los caracteres) heteropatriarcal perpetuador de estereotipos llamado Antoine de Saint Exupery no se le ocurre otra cosa que crear un cuento con el que manipular a millones de jóvenes ciudadanos. Un cuento en el que apenas hay dos o tres personajes femeninos: ¡una serpiente malvada y una rosa estúpida!

La cosa no se queda por ahí. Como alguien interpretó que podría resultar muy violento para las generaciones venideras descubrir que una boa, por mucho que se quede con forma de sombrero, es capaz de zamparse un elefante enterito (violencia zoológica gráfica, explícita y gratuita), decidió cambiar esa parte por la imagen de un volcán, que en el peor de los casos es capaz de borrar del mapa una ciudad enterita como la romana Pompeya, con todos sus habitantes humanos, imperialistas y heteropatriarcales.

¿Otras escenas míticas adaptadas por estas clarividentes genias? Pues la del corderito -otro macho a la lista- que en un arranque de prisa el autor acaba dibujando dentro de un cajón. ¡Horreur! Por mucho que le añada agujeritos para que respire, ¿qué alma maligna es capaz de encerrar a un animalito -animalita/animalite- en una caja? Mejor lo cambiamos por una ternera y le damos una casa de verdad, con puerta y techo a dos aguas.

La iniciativa inclusiva y la neolengua


Cuando lo lei esta semana por primera vez no podía creérmelo, así que investigando un poco más el asunto, llegué a la web de este proyecto. Antes intentaron crear un crowdfunding de esos para ver si se financiaban la edición a base de otros guays progres súper comprometides con le cause inclusive reivindicative, pero afortunadamente no sacaron ni para comprar pipas. Y ahí en su web te deparas con perlas como éstas:

cuanto más se aproximen los perfiles del elenco protagonista  al
suyo propio [del lector, lectora o lectoro], más empatía e inspiración
podrá encontrar en ellos.

Vamos, que el Quijote tiene millones de lectores -lectoras y lectoros- a lo largo y ancho del mundo y de la historia pero que hubiese calado más si hubiese sido menos español, menos quijote que dicen los de allá fuera...

La literatura universal, las obras cumbres de nuestras letras,
de universales no tienen más que el alma. Sus personajes
siempre adoptan las mismas formas y, de esta manera,
continúan contribuyendo a la perpetuación de estereotipos.

Y después de esto se meten en un galimatías espaciotemporal en el que afirman que con su trabajo están adelantándose en el tiempo para que sus hijas puedan leer las grandes obras de la literatura porque claro, hasta ahora no podìan:

 ¿queremos realmente renunciar a
las grandes obras de la literatura? 

Oiga. Allá ustedes. Millones de mujeres en el mundo las han leído hasta ahora, en cada caso me imagino que discriminando si fuese necesario las agujas de las pajas -con perdón- y nadie se ha muerto en el intento. Y luego no quieren que las llamen feminazis, pero es que incurren en las mismas virtudes que los regímenes totalitarios nacidos en la primera mitad del siglo pasado, al querer rehacer los escritos para que sean mejor entendibles en el futuro. Lo mismito, oiga. Para muestra un botón que nos ofrecen ellas mismas: 

Espejos Literarios [nombre de la editorial] es para ti si…
  • Buscas una alternativa a las obras tradicionales, te preocupas por la literatura y el lenguaje inclusivos, pero no quieres renunciar a las obras maestras.
  • Piensas que los libros son más que un entretenimiento, que son herramientas para entender contextos históricos.
  • Si quieres verte reflejada en las grandes obras literarias, u ofrecer a tus hijas e hijos esta opción.
  • Confías en la idea de que los libros, gracias a la globalización y a los recursos del siglo XXI, pueden llegar a ser grandes herramientas para luchar contra la desigualdad en el mundo.
  • Te gustaría conocer las conclusiones sociales que pueden extraerse de aplicar la técnica de los espejos.

He destacado algunas ideas que inmediatamente me direccionan a otro autor que ya habló de eso mismo hace la friolera de casi ochenta años. Fue un destacado luchador contra el fascismo que acabó condenando y retratando todo tipo de absolutismo. A alguien le podrá sonar este extracto de su obra más conocida:

..."Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... existirán únicamente en versiones de nuevalengua, no solo convertidas en algo diferente sino transformadas en algo opuesto a lo que eran antes".

Efectivamente: 1984, de George Orwell. Su protagonista -otro macho, y van...- trabajaba en un departamento gubernamental que se dedicaba a reescribir el pasado (algo tan fácil ahora con los soportes digitales), adaptándolo a una lengua artificial, la neolengua o newspeak, simplificada hasta el extremo para que cualquier súbdito del Partido Único no tuviese que leer cosas que le hiciesen pensar mucho. Globalización, experimentación social, reinterpretación de lo que ya estaba escrito... ¿Y luego quieren que no las llamen feminazis?

Antoine, protege al muchacho que te lo quieren desvirtuar.

viernes, 25 de mayo de 2018

La Biblia del Friki

La Biblia. ¿Qué es hoy en día la Biblia? En clase de religión, en la catequesis, nos enseñaban eso de que era un conjunto de libros y escritos inspirados por Dios y seleccionados por el hombre para formar la columna vertebral de nuestras creencias. Se articulaba en dos grandes compendios: el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, caracterizados por ser el primero una recopilación histórica con no sé cuantos milenios sobre la evolución de la raíz del cristianismo (es decir: el judaísmo), y el segundo la narración (por cuadruplicado) de los hechos de un hombre y sus seguidores que revolucionaron el mundo a partir de 33 años específicos. En total, entre sesenta y tantos y 80 libros (según para qué vertiente del cristianismo se recopilaran) que han marcado y siguen marcando (o deberían marcar) la forma de vivir y actuar de una gran parte de los habitantes del planeta.

¿Qué pasaría si en pleno siglo XXI hiciésemos algo parecido y unos cuantos autoseleccionados juntáramos todos los testimonios (en soporte papel, digital, magnético u holográfico) para, por ejemplo, guiar a la creciente comunidad friki (aunque como dice el otro, hoy en día lo friki es no ser friki) hasta nuevos horizontes de sabiduría de dudosa utilidad?

Pues hala, vaya por delante mi propuesta. ¡Frikis del mundo, apartáos la toalla un poco de la cabeza y prestad atención!



Antiguo Testamento: 

Los orígenes de nuestra locura y obsesión. Podría enumerar un Génesis con todas las novelas que inspiraron a don Alonso Quijano y rematarlo con la obra cumbre de Cervantes, pero íbamos a echarle más tomos al asunto que una enciclopedia Larousse de las grandes. Así que marquemos el inicio de nuestras Sagradas Escrituras en lecturas más recientes y sin embargo igualmente necesarias para cualquier nerd que se precie: ¡La trilogía de El Señor de los Anillos! Porque Tolkien es uno de los Patriarcas, alabadas sean sus iniciales. A él le deben su inspiración otros clásicos dignos de formar parte de este Pentateuco que completarían la guía de juego de Dungeons & Dragons, la serie completa para televisión de los Monty Python y la Vida de Brian, el Golden Axe y las obras de H.P. Lovecraft.

Y me diréis: ¿Y Julio Verne? Está bien, dejaremos sus escritos como una especie de pirámides y templos egipcios llenos de jeroglíficos, y a Arthur Conan Doyle como un zigurat mesopotámico. Siempre han estado ahí y son la base de mucho de lo que hoy somos, pero aunque muchos los siguen leyendo, ya nadie los sigue religiosamente. No son de esta religión aunque también han influido en ella, claro.

Así que volviendo al asunto bíblico, en la línea de Verne pero ya con más vigencia incluso científica, esta Historia Antigua del frikismo no sería lo que es sin clásicos de la ciencia ficción como las obras completas de Isaac Asimov, que a su vez bebe de obras como Metrópolis para entender mejor a robots y androides, los cuales aún seguimos sin saber si sueñan o no con ovejas eléctricas (Blade Runner lo dirá), aunque la trilogía primigenia de la Guerra de las Galaxias sí que nos deja claro que los hay muy bocazas o tremendamente cabezotas, aunque fieles como el mejor amigo. Y hablando de galaxias (así en castellano, como llevan siendo veneradas desde el año 77 y hasta la eternidad), si hay que meter un libro clave en esta selección no puede ser otro que la Guía del Autoestopista Galáctico, mientras que la saga original de Dune sería como algún libro tipo el de los Macabeos, y Stalislav Lem un Jeremías o un Ezequiel en la comparación.

Nuevo Testamento: 

El Evangelio. Aquí llega la novedad: Empezamos a meter otros formatos de divulgación y soporte. Y empezamos por las pelis fundamentales (incluidas las de algún libro ya relatado), como toda la filmografía de George Lucas y Steven Spielberg, las menos comerciales de Kevin Smith y para los frikis culturetas las de Lars Von Trier. De libros, ¡claro que vamos a incluir toda Canción de Hielo y Fuego(hasta los libros que aún tienen que salir) y su versión televisiva, Juego de Tronos, así como otras series tipo Breaking Bad, House of Cards o Lost (lo siento, no soy muy seriéfilo). Y se puede completar el conjunto con un compendio de videojuegos y personajes japoneses cosplayables y hala, esta parte ya está resuelta. No soy experto en la materia, pero mientras me busco un asesor, indico los que para mí no podrían faltar: los Caballeros del Zodiaco (originales), Biomán (reniego de los Power Rangers) y Akira. El resto, principalmente los personajes femeninos de poca tela y mucho corazón, lo dejo a la elección del asesor al que voy a imponer que redacte una Contrabiblia, la Lectura del Maligno, en la que incluya Bola de Dragón y Campeones, por cansinos y porque yo lo digo, hala.

Como Hechos de los Apóstoles podríamos hacer un montaje con todos los cameos de Stan Lee (ah, que me dicen que ya hay mucho de eso en Youtube), tanto en las pelis de Marvel -¿y los tebeos, que me los he olvidado?- como en cualquier otra, en general. También podríamos juntar las biografías (propias y ajenas, permitidas o no) de gente como Steve Jobs, Bill Gates, Mark Zuckerberg. Ya las Cartas de los Apóstoles... Bueno, esa parte podemos resolverla buscando en el millón de páginas de internet de frases y citas famosas, con un apartado especial para las apócrifas de Paulo Coelho. Aunque éstas podrían ser una especie de Libro de los Salmos a lo Nuevo Testamento... No sé.



Apocalipsis: La verdad es que serviría cualquier distopia como las ya comentadas (que aún no las he comentado, que es un artículo que debería haber entrado hace un par de meses y que aún no está del todo preparado, disculpen las molestias). Pero como la Biblia cristiana, me arrogo el derecho de decidir unilateralmente los libros que entran y cómo entran, y los que no estén de acuerdo, que se alineen en el bloque de los protestantes y reformistas. ¡Yo llegué primero! Así que por proximidad, elijo Ready Player One, por tratarse de un libro profético elaborado, al igual que el de San Juan, a base de premoniciones de futuro llenas de referencias al pasado. Si no te lo crees, aquí te cuento un poco de qué va la cosa:



Postdata friki: 

Ya resumiendo, que la cosa se ha extendido más de lo deseado: la próxima vez que visite Praga, además de volver rememorar junto a Naide aquel nuestro comienzo tan sorprendente, pasear de nuevo por el cementerio judio, tomar litros de cerveza a la salud del Golem y de las cucarachas gigantes, me pasaré por la tumba de Karel Čapek a dejar un robot de juguete en ofrenda a uno de los padres de la ciencia o anticiencia, cultura... ¡lo que sea! más injustamente olvidado por la mayoría.

jueves, 17 de mayo de 2018

Vida y milagros del catalán que odiaba a todo el mundo


Un castellano orgulloso hasta el extremo de la locura, potencial saqueador de continentes cuya tierra se refleja en la atrofia cerebral de un rey tarado; uno de esos miserables cortesanos incapaces del menor empuje constructivo a los que lo industrioso les repele y cuyas manos estarían sucias si empuñaran otra cosa que no fuese un arma; de los de pro, de aquellos para los que trabajar es una deshonra frente a la deshonra que es para un catalán no trabajar... Y sin embargo (y aquí completo al bueno de Zubi que sirvió a las órdenes del rara avis general Villarroel, ¿gallego o asturiano? con partida de nacimiento barcelonesa y que acabó su carrera en la derrota de la ciudad condal en 1714), un servidor, castellano al que le gusta la buena lectura y que si tiene que empuñar un libro lleno de patrañas pero en general muy amenamente escrito en la lengua de malnacidos como Cervantes o Quevedo (al que también le dedica la suya), pues lo empuña. Y sin necesidad de usar jabón después.

Podría convertir esta crítica literaria en un alegato anticatalanista y en defensa de la buena imagen del castellano y del español en general, pero no quiero generalizar y prefiero que cada uno se refleje en sus propias palabras. Ahí arriba he plasmado las que el autor de Victus. Barcelona 1714, en boca de su criatura literaria, le dedica a los que nacimos al oeste del río Segre. O de más allá, porque visto el desprecio que le hace al resto de aragoneses, se diría que Zaragoza (excepto por alguna escaramuza puntual), Huesca y Teruel ya no existían por ese entonces. Por lo que dicen hasta los americanos, el libro ahonda en esa tendencia a la falta que parece tan en boga estos días a los pies de Montjuic.

Pincha en la imagen si te pica la curiosidad.

Pero no. Vamos a lo literario, que es lo que interesa. Aunque antes, déjame contarte cómo cae esta pieza en mis manos. Pues muy fácil: Supe de ella a través de un amigo brasileño, lector voraz y crítico juicioso, declarado fan de la causa catalana. El asunto suscitó un interesante debate histórico-político y una curiosidad real por saber lo que se dice de uno sin que te lo cuenten los demás. Ahí quedó la cosa hasta que, por una de esas grandes casualidades de la vida, paseando por el centro de la castellanísima y segovianísima villa de Sepúlveda, me llamó la atención una portada con caracteres gigantográficos sobre una mesa junto a la fachada de cierta almoneda, entre un montón de libros expuestos bajo el reclamo 1x2€, 3x5€ (no siempre los de Barcelona y alrededores van a ser los únicos que saben hacer buenos negocios) y una muestra de confianza del dueño del establecimiento que conminaba a dejar el importe exacto de la compra sobre la misma mesa o bajo la puerta de la tienda, sin necesidad de pasar al interior.

Las niñas eligieron un impecable ejemplar del Manual de los Jóvenes Castores y no recuerdo qué otro libro, mientras que una elegante cuarta edición de la primera obra de Albert Sánchez Piñol escrita en castellano vino a parar a mis manos. Elegante no, lo siguiente: Al ejemplar encuadernado en tapa dura y finísimamente impreso con su título destacando en rojo sobre el croquis del asedio final de Barcelona le acompañan dos separatas con la reproducción del mapa completo que ilustra la portada y una relación resumida del elenco real e inventado de la obra. Un alarde editorial que tal vez tenga que ver también con el hecho de ser publicado originalmente en castellano (idioma que, a poco, se entiende en más rincones del mundo que el catalán) y posteriormente traducido de ésta al resto de las lenguas que lo hayan demandado, incluída la de Maragall.

El antipático protagonista.


¿Y quién es el bueno de Martí Zuviría al que mencionaba más arriba? Pues no es nada menos que un personaje al parecer real, gris y medio anónimo pero real, que sirvió de ayudante del general Villarroel y cuyas lagunas biográficas rellena el autor de la novela con una mezcla genética del buscón don Pablos, de Quevedo, y de los jóvenes Gabrielillo de Araceli y Andrés Marjiuán de los Episodios Nacionales de Galdós, en una acción que parece querer dar réplica al Madrid del 2 de mayo narrado por Pérez Reverte en Un día de cólera.

Antes de llegar al fatídico 11 de septiembre (que para el imaginario catalán ya era fatídico mucho antes de que todos conociésemos al tristemente famoso Mohamed Atta), el bueno de Zuvi nos cuenta por qué de brillante ingeniero militar aprendiz de Vauban, ¡el más grande! va saltando de lealtad en lealtad hasta llegar a su Barcelona asediada, salpicando su evolución vital con chorretones de una moralidad más que dudosa, una rabia irracionalmente repartida y una histriónica narración en primera persona que pretende llegarnos más real al saber que es el antipático Zuviría, casi centenario, el que le dicta en persona a una maltratada secretaria que no omite ni una interjeción del relato.

Sí, al antipático de Zuvi al final no hay quien lo aguante, pero por lo menos, tanto los amantes de la arquitectura histórico militar como los legos en la materia apreciamos lo bien traído que está el asunto en la novela. También nos presenta a algunos de los personajes de su época y, ahí sí, su padre Sánchez Piñol aparenta que no se casa con nadie al repartir estopa a todo lo que se menea, reivindicando para empezar la figura del Villarroel artífice de la defensa de Barcelona y al que se obvió desde la cúpula catalana para elevar a los altares una figura más institucional y acorde a las exigencias del guión nacionalista como es el muy floreado abogado Rafael Casanova.

Estopa para todos.


El autor también tiene reproches para los catalanes. Al más puro estilo antisistema, carga casi todas las culpas en las administraciones civiles y religiosas (pilares sobre los que se asientan esas Cortes que promovieron los fueros medievales a los que tanto se aferraban contra el nuevo centralismo de la Corona), coronando de laureles a un pueblo que al principio lucha por su libertad (a lo Braveheart pero más heróico, claro está) aunque al final confiesa que todo no pasaba de un si me llevan por aquí, por aquí que voy, por aquello del qué dirán, más que nada. Pero mientras que les quiten lo bailao. Ante todo, que quede claro, por ejemplo, que los miqueletes no eran simples bandoleros y asesinos, que eran luchadores de la libertad y que por eso destripaban tanto invasor que pillaban como catalán en la retaguardia, por si resultaba ser un traidor a la patria. Ya esos desalmados matarifes de los ejércitos borbónicos ansiosos por asesinar catalanes así, a lo loco...

Y eso que resulta que todo el mundo quería ser catalán, que cualquier ciudadano del mundo que llegaba a Barcelona inmediatamente catalanizaba hasta su nombre para poder formar parte de esa ejemplar sociedad superior en lo moral, lo legal y lo comercial a cuanto se conocía en los alrededores. No se entiende después que todo el mundo abandonara a ese pueblo bajo las garras de franceses y castellanos cuando estaba claro a todos los niveles que, repartido el antiguo imperio español y reorganizado el mundo entre sus nuevos dueños, aquella lucha de 1714 era mucho más que una simple revuelta interna. O eso pretendían hacer ver.

En fin, que sólo me falta recomendar la lectura, porque es recomendable, sí señor, acompañada de un libro de historia riguroso, por si se quiere contrastar ficción y realidad. Aunque tal vez de poco sirva, porque como siempre habrá quien alegue que la historia la escribren los que ganan, poco faltará para que Zuvi, Anfán y el enano Nan tengan sus propias calles por cortesía de la alcaldesa Colau en detrimento de algún presunto facha como ese tal Villarroel, por ejemplo.

jueves, 5 de abril de 2018

El tatuaje

Es un secreto a voces que estoy con ganas de hacerme otro tatuaje. En la actualidad tengo tres: un par de pingüinos que me hice en Buenos Aires hace once años, un trisquel en Melilla en 2009 y una bandera compuesta hispanobrasileña cuando Marina aún gateaba, en Recife.Y os preguntaréis que a vosotros qué. Que si éste no es lugar para confesiones como ésta. Pues el caso es que sí. El motivo lo tengo y tiene mucho que ver con este blog. En realidad tengo dos ideas: una más factible y otra un poco más quimérica pero que si llegase, sería la madre del Cordero. Y sí, Iván, si estás leyendo esto, que sepas que el dibujo va a ser tuyo como ya te dije un día. Pero esperemos a tener presupuesto, un plan definido y pellejo donde colocarlo.
Una idea...

Vamos por la segunda. Una auténtica macarrada: La idea es hacer un dibujo de esos súper realistas, un pedazo enorme de piel arrancado con los bordes de la herida hechos jirones, y en la parte descubierta de la yaga abierta apareciendo los lomos de una biblioteca completa.

Así, tal cual: Se levanta -rasga- el telón y aparecen estantes llenos de El Conde de Montecristo, La Odisea, El Señor de los Anillos, Los Miserables, Crimen y Castigo, El Príncipe Destronado, Cuando yunque, yunque/Cuando martillo, martillo, San Manuel Bueno, mártir, 1984, Luces de Bohemia, Los Episodios Nacionales, El Quijote, El Nombre de la Rosa, 100 años de Soledad, Tom Sawyer, Jeromín, Las Memorias Póstumas de Brás Cubas, Vida y Destino, La Ciudad de la Alegría, El Libro de la Selva, Rimas y Leyendas, La Sombra del Águila, La Historia Interminable, Vientos del Pueblo, El Lazarillo de Tormes, Estación Carandirú, Las Crónicas de Hielo y Fuego... Por citar los que se me han venido a la cabeza en estos ùltimos 10 minutos.

Y por venir a la cabeza, ¿cuál sería el local indicado para acometer tal empresa? Pues sí, en el más macarra y adecuado de los casos, pensé que el tatuaje arrancase por debajo de la oreja izquierda, por ejemplo, y fuese subiendo por detrás, ocupando luego toda la nuca casi de sien a sien. Pero bueno, que tal vez aún no esté preparado para esa mutación visual tan radical, por lo que se me ocurren otras opciones. Me encanta devorar libros y, hoy por hoy, el pedazo de pellejo más despejado y extenso que tengo para usarlo a modo de lienzo es la panza. Pero como no me gusta la simetría, tal vez mejor arrancar por el costado, seguir por la espalda y el pecho por la banda izquerda.

En fin. Ahí queda esa idea. De la otra tal vez hable otro día aunque no tenga mucho que ver con la bibliofilia y sí con la arqueología. ¿Cómo lo véis? ¿Sugerencias?
A eso le llamo yo tener una cabeza bien amueblada...

domingo, 25 de marzo de 2018

Game over. ¿Y ahora qué?



Ready Player One: Llegó mi turno. Como cuando dejabas la moneda de cinco duros en el marco del cristal de la máquina, o sobre el borde del futbolín. En realidad mi amigo Morpheus lo había dejado libre hacía algún tiempo. Pero por si acaso, mi moneda estaba ahí esperando su momento. Éste debe ser de los pocos casos en que una moneda abandonada es sagrada. Nadie se la lleva. No hay despiste que la haga desaparecer de su lugar hasta que llegue el turno de su propietario y la introduzca en la ranura correspondiente. Era la Ley de los Recreativos.

En realidad yo nunca fui muy 'gamer', como los llaman ahora. Mis monedas de cinco duros eran demasiado escasas como para desperdiaciarlas en menos de cinco minutos de partida que, quitando el Tetris y el Bomber Man, era lo que me duraban a mí las tres vidas de rigor. Así que yo era básicamente de la manada de los que miraban y animaban recostado en el lateral del videojuego o asomando por encima del hombro de los jugadores. De los de pipas y tabaco, que decíamos en las tardes de mus de sábado o domingo. 

Y cuando llegó el ocaso de las salas de máquinas, Piscis (el Olimpo), Pin-Ball, Tipo A... pues más de lo mismo. Ahí estaba yo en Nets, la primera sala de ordenadores en red de Palencia, como quien asiste una peli de guerra. Tras el hombro de Luis, Isasi, Calle o Laso, o de Toño, Fofe, Gus, Ricky, Canario... y toda la tropa del Círculo de Rol, buscando francotiradores apostados y terroristas en huida, o adivinando la estrategia que usaría para frenar el ataque de la marabunta zorg que se avecinaba. Ya hacía lo mismo en casa cuando Fernando, fotocopia de la Micro Manía a mano, se metía en la piel de Indiana Jones, Dave Miller o Guybrush Threepwood. Aunque también jugaba, claro. No iba a estar siempre de mirón o PNJ. Lo mío era más intimista, en mi cuarto, aquellas madrugadas de no levantarme ni para ir al váter y sólo separar la vista de la pantalla para encender otro cigarro. Mis hitos: reformular la segunda Guerra Mundial de varias maneras posibles, intentar no convertirme (o sí) en un replicante pellejudo o conquistar el cuadrante más lejano de la Vía Lactea, ya fuese con terrans, protos o zerg (lo mismo me dá este cuerpo que aquel).

Y como en aquellos casos, de nuevo ahora, después de horas pegado a la acción hasta completar la última misión, me he vuelto a quedar como con cara de bobo después de leer las palabras finales, ya sean Game Over, The End, Fin... U Oasis.


¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Todo empezó allá por Año Nuevo, cuando se me ocurrió lanzar una encuesta a ver cuál había sido la mejor lectura del año de los seguidores del blog y así inspirarme para futuras elecciones. Entre las respuestas, dos casi simultáneas de David y Óscar Morfeus recomendándome el mismo libro. Uno del que no había oído hablar hasta entonces, que no era ni mucho menos una novedad y al que ni siquiera relacioné, en primera instancia, con el próximo estreno cinematográfico de Steven Spielberg. Óscar incluso ya me vino a ofrecer la pastillita correspondiente mientras David me urgía a tomármela antes de que llegara a las pantallas. Así que hice caso de la prescripción y acepté el préstamo. Dejé sobre la barra del Korova un moloko recién servido, abandoné temporalmente la observación de las colonias de musgo a orillas del río Schuylkill y me puse a leer. Y a buscar huevos de pascua. Y a sentirme a medias entre el lector de aquella serie juvenil de librojuegos, Elige tu propia aventura, el jugador metido hasta el corvejón en el juego y el observador externo de una aventura gráfica, intentando adivinar el siguiente giro de la trama.




Nostálgicos de los 70-80 (porque somos los más nostálgicos), agarráos porque este libro es para vosotros. Principalmente para los que habéis nacido con un don para coordinar el manejo del joystick con la combinación adecuada de botones. Ya no llego a tiempo de recomendároslo (o sí) antes de ver la peli. Los que somos más cinéfilos también agradecemos las constantes referencias. Y como no quiero espoilear a nadie, sólo añado dos o tres cosillas más: 

¡Que vivan los fans de Juegos de Guerra!

¡Que viva Dungeons & Dragons!

¡Que vivan las clases de latín!

Ernest Cline, ¿dónde te dejaste a He-Man y al Equipo A? ¿El Auryn te parecía un amuleto demasiado poderoso para los usuarios de Oasis?

PD1: Y cuando me creía el tipo más inteligente del mundo al haber descubierto yo solito la conexión entre RPO y La Naranja Mecánica, me encuentro con que el 6655321, el número de preso de Alex en la staja 84F y -casi- el de empleado de IOI de Nolan Sorrento, ya ha sido usado hasta para marcar a Plankton en la cárcel de Fondo de Bikini. ¿Era demasiado evidente?

PD2: Soy más bien posesivo. No acostumbro pedir libros prestados (aunque si tengo que prestarlos no los niego aunque sepa que hay muchas posibilidades de no volver a verlos). Pero en este caso acepté el préstamo y me arrepiento desde el primer día por un desgraciado y aún irresoluble accidente acuático. Lo siento, Merche-amiga-de-Óscar. Que sepas que no ha quedado muy mal, pese a todo.