jueves, 25 de febrero de 2016

¿Quieres unir un pueblo? Métete con él sin ser del pueblo. Así de fácil. Lo que hasta hace unos años yo pensaba que sólo ocurría en España, resulta algo más común de lo que parece mundo afuera. Porque uno puede poner  a parir hasta lo más sacrosanto de su tierra, ciscarse en lo más profundo de sus raíces o jurar odio eterno a lo más vistoso de su copa, que cuando alguien de fuera critica lo más mínimo la rugosidad de su corteza, ahí, amigo mío, se le ha caído el pelo al interfecto. Eso lo debe saber bien a estas alturas de la película el irlandés que declaró la guerra a Brasil. O al contrario, que a fin de cuentas, cuando comienzan las hostilidades a este nivel se acaba perdiendo el foco de quién tiró la primera piedra.

La versión reducida del asunto es así: El dublinés Paul Stenson, propietario de una cafetería en lo que parece uno de esos barrios residenciales -lo he visto en Google Earth- de los extrarradios de Dublín, metido a ‘social mídia’ graciosillo (vamos, que se gestiona sus redes sociales él solito y a su manera), publicó el otro día la conversación de una supuesta entrevista de trabajo que mantuvo con un aspirante brasileño a ayudante de cocina. El chaval, imagino que nervioso entre otras cosas por el precario dominio de la lengua local pero envalentonado por su juventud (todo eso son suposiciones que yo me invento), acabó soltando la sinhueso, aunque fuese de aquella manera. Y como dicen en Brasil, acabó dando merda, confundiendo kitchen con chicken o lo que  es lo mismo: cocina con pollo. A partir de ahí, imaginen la conversación: “Que si yo quiero mucho ser ayudante de pollo, que si tu pollo es grande o pequeño, que si a mí me encantan los pollos”…

Y el fulano, que tiene su propio libro de estilo de marketing, no dudó en llevarlo a las práctica en las redes sociales, ilustrando la conversación con una histriónica foto propia que no tiene nada que ver con la situación, aparte de la comicidad. Hasta ahí, otro éxito mediático más del amigo Paul. Pero como con la Iglesia hemos topado, amigo Sancho, el cómico coffee-man irlandés no sabía en qué tinglado se estaba metiendo, haciendo leña de un brasileño en las redes sociales. Se le había caído –un poco más- el pelo sin saberlo.


Otra de las 'graciosas' campañas mediáticas del
White Moose Café que en este caso a los veganos
no hizo ni puñetera gracia.
Alguien a este otro lado del Atlántico se encontró la foto, de entre los muchos que habían marcado ‘like’ y habían compartido la graciosa situación, y pronto, ahí fue Troya. Primero que si había menospreciado a un brasileño. De ahí la cosa fue creciendo hasta palabras más fuertes como racismo (que en Brasil es delito, y grave), xenofobia… Y como digo, la guerra tomó forma. El fulano de repente vio crecer las métricas de alcance y visitas de su página y, todo codicioso, metió más leña al fuego. Como algunos visitantes virtuales habían pasado desde Brasil a dejar su opinión acerca del local (una estrellita en las votaciones), el hombre, envalentonado por el éxito de su cafetería en las redes sociales, retó a sus nuevos enemigos a conseguir otras 10.000 estrellitas solitarias hasta el fin de semana (luego puso que en una hora, visto que la meta había sido pulverizada). El infeliz no sabe que el brasileño es uno de los pueblos más socialmente activos del mundo. Dicho y hecho, si antes su valoración contaba con unas 5.000 votaciones cinco estrellas, hoy su crédito en Facebook está por los suelos, con más de 20.000 puntuaciones mínimas. (Actualizando: acaba de postar diciendo que da otra oportunidad a sus enemigos, de llegar a los 30.000 en 24 horas).

Parece que por primera vez a Paul le escoció su ‘popularidad’, porque intentó movilizar a sus paisanos y parroquianos ofreciendo cerverza gratis, empanadas, entradas para el concierto de Beyoncé (que conste que esas ya las sorteaba antes de empezar las hostilidades) a cambio de votos cinco estrellas. Pero nada. Habrá que esperar a St. Paddy para ver si la movilización general pasa de las barras a los smartphones. Lo dudo. Mientras tanto, su respuesta sigue siendo echar más leña al fuego, visto que sus rivales entran al trapo. 

En fin, que para ir resumiendo este curioso suceso, que no tiene nada que ver con este blog pero que me pareció un interesante hecho social para reflexionar, añado apenas dos cosas: 

    1. A ese tipo le gusta incendiar. Y el fuego social está demostrado que le dá réditos (publicidad gratis). Infelizmente a veces no se calcula el alcance de las propias decisiones y el conflicto parece que está saltando de las redes sociales a la vida real. 

    2. Las personas ya no tienen el humor que se tenía antes, tal vez más inocente, pero inofensivo. Cuántas veces no le habrá declarado algún español la guerra a Inglaterra (el de La Codorniz, sin duda, el más sonado), o el más recordado estos días del pueblo de Huéscar a Dinamarca, pero sin pasar de la broma (aunque en el caso del pueblo granadino la cosa hubiese nacido en serio). 

En fin. Como resumen final recomendaría a los brasileños que se partan el pecho patrio por otros asuntos más importantes que defender a un chaval, el que supuestamente fue ofendido con la gracia del barman irlandés, que ni lo ha pedido ni lo necesita. Él es un chaval que se ha echado el mundo por montera y se ha atrevido a buscarse las castañas al otro lado del mundo, psobiblemente aprendiendo sobre la marcha una lengua que no es la suya. Y eso es una cosa de la que puede estar orgulloso allá donde vive, porque pocos en las islas británicas pueden alardear de saber hablar algo más (y en muchos casos medio mal) que la lengua de James Joyce. El resto es fuego de paja.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Regalar un libro, o cómo echar piropos a tus amistades

Cuando era pequeño se marcó a fuego en mi subconsciente la máxima "nunca hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti". Una frase que inmediatamente supe aplicar a la inversa. Es decir: Haz a los demás lo que te gustaría que te hiciesen a ti. Bueno, la verdad es que es una de las pocas máximas que es más fácil de cumplir en sentido negativo que positivo. O no. Eso puede dar otro debate después, pero no ahora. El caso es que efectivamente, cuando pensaba en hacer una maldad a alguien, excepto cuando era en legítima venganza (eran tiempos más irreflexivos), con el tiempo fui descubriendo que lo más provechoso para mí mismo sería quedarme con las ganas... o buscar alternativas. Y así intentaba nunca infringir a los demás ofensas que no me gustaría recibir, con lo que mi sentimiento del honor y otros valores por el estilo se vinieron arriba.

Pero no es éste lugar para debates morales, si no bibliográficos y literarios. Así que voy al grano. Un día de estos estaba meditando acerca de un humilde pero maravilloso regalo que recibí de una librería. Cuando compro libros o los encargo por internet, me encanta preguntar si tienen marcapáginas de la librería. Normalmente me mandan algunos promocionales de lanzamientos, blogs, editoriales... Y un día de estos me llegó uno con esa frase tan sugerente y viral (y puede que hasta horterilla), que la hice mía y la sumé a otra idea que ya venía madurando algún tiempo antes y que me parece algo más interesante: Regalar un libro es un elogio en sí mismo. Sólo un analfabeto se lo tomaría como un insulto con mala leche. 

Ni qué decir tiene que a mí me encanta recibir libros. Familiares y amigos secretos lo tienen fácil conmigo. Y yo con ellos, porque en reciprocidad, puedo disfrutar horas intentando descubrir un libro que combine hasta con quien no tengo muy claro que guste de la lecturaAsí que la próxima vez que no sepáis qué regalar a alguien y queráis quedar tan bien como la persona regalada, ahí os queda ese reto de destreza y adivinación de personalidad. 

lunes, 22 de febrero de 2016

¿Por qué un periódico digital no puede sustituir al de papel?


El periódico británico The Independent anunciaba la semana pasada su próxima transición definitiva del papel al digital. Uno más en todo el mundo o, como se enorgullecían destacando en titulares, el primero de Inglaterra, para tristeza de una legión de fieles seguidores que, inmediatamente, se manifestaba respecto a esta noticia como tradicionalmente se ha venido haciendo durante siglos: Con una carta al director

No me cansaré de decir que la pérdida, sentimentalmente, es muy grande. Enorme. Y que los beneficios para la empresa también. Para la profesión, tengo contrastadas opiniones sobre beneficios y perjuicios. Máxime por la forma de llevar a cabo esa transción por parte de las empresas y que generalmente han ido en detrimento de la calidad (que no de la cantidad) de la información. 


Porque transiciones traumáticas en el periodismo ya hubo otras, como cuando la informática simplificó al máximo el proceso de impresión, antes casi una obra de arte que empleaba a decenas de funcionarios en cada tirada y que hoy en día se resuelve con un esfuerzo minimizado, tal vez más de la cuenta. Y si no, que le pregunten a la figura del corrector, que se perdió inconvenientemente por ese camino. Afortunadamente buena parte de aquellos esforzados trabajadores de la rotativa pasaron del trabajo manual al informático. Como mis amigos Lauren y Sátur, instituciones vivas del periodismo palentino y, como ellos mismos reconocen entre bromas pero no sin un toque de realidad, verdaderos artífices del periódico donde generosamente aún dejan espacios para ser rellenados por redactores y fotógrafos.

A la derecha, Lauren Merino, creando la edición diaria del Palentino, dejando los pertinentes huecos para que después fotógrafos y redactores los rellenen convenientemente.
Pero volviendo a la pregunta del título, ¿por qué el digital nunca podrá sustituir al papel? Uno de los lectores del Independent, apicultor del condado de Dorset, lo deja claro con una pregunta concisa:



¿Cómo voy a encender un fuego
o juntar dos colonias de abejas
con una aplicación móvil?

Pues eso. Así de claro lo deja también un fabricante de pape higiénico con este vídeo:



Cada uno que saque sus propias conclusisones y, si quiere,
que abra el debate.

sábado, 20 de febrero de 2016

Arrivederci, Eco

“Los libros no están hechos para ser creídos, sino para ser sometidos a examen. Cuando estudiamos un libro no debemos preguntarnos lo que dice, si no lo que  significa”. El Nombre de la Rosa

Soy admirador de Umberto Eco desde muy pequeño. No, no es que fuese tan precoz como para poder leer y entender entonces su obra, intelectualmente tan densa y tan meticulosamente tejida que aún hoy me supone un sobreesfuerzo comprensivo no perder el hilo de la filigrana de su relato. La cosa es algo más terrenal. Recuerdo perfectamente que El Nombre de la Rosa me marcó la infancia. Sean Connery, el mejor 007 metido a Sherlock Holmes tonsurado y medieval, y su joven aprendiz Adso de Melk/Slater, forman parte de mi imaginario infantil más profundo. Sin embargo, tardé algunos años en afrontar el libro. Me pareparé a fondo y ahí estaba, por fin, asomándome al insondable laberinto arquitectónico y literario al que sólo Eco y M.C. Escher sabrían dar forma.

Después llegarían El Pénudulo de Foucault -y su versión para tontos escrita por Dan Brown- y la promesa aún pendiente de echarle mano y enterrarme por algún tiempo en El Cementerio de Praga. Ya me considero intelectualmente preparado para seguir adelante con la lectura de su obra. Es más: todavía este año espero poder brindarle este homenaje.

Gracias por tu legado, Umberto.

jueves, 18 de febrero de 2016

En busca de los libreros de viejo porteños

Mi Buenos Aires querido, allá por septiembre de 2007. 
Normalmente quien escribe para el público asume una posición de superioridad moral. Si pretendes que te lean, tienes que tener la convicción de que lo que estás escribiendo es interesante para los demás, que necesitan leerlo. Así por ejemplo, un especialista en viajes debe generar envidia en su lector, demostrar que esa experiencia que está describiendo es tan maravillosa que el que está al otro lado del texto será un pardillo mientras no lo haya disfrutado. Quien escribe opinión, automáticamente está adoctrinando. Manifiesta su posición esperando que alguien concuerde con ella o que entonces genere polémica, una discusión. En ese caso, como se suele decir, tiene la ventaja de haber golpeado primero. Un crítico literario está indicando el camino, su camino, para que los demás implementen su intelecto siguiendo los pasos marcados, los libros y experiencias él leyó (o no, pero que sabe que los demás deben leer) para llegar algún día cerca de ese limbo de autoridad del que él ocupa el trono. Y ese ejemplo se podría aplicar a cualquier otra especialidad. 

Bueno, pues yo voy a trillar el camino contrario -¿acaso me invisto de humildad y falsa modestia para predicar mi palabra?-Les voy a contar una experiencia lectora/viajera de la que no estoy especialmente orgulloso, pero que me sirve de utilidad para, en el futuro, disfrutarla más si cabe... Si llego a tiempo. 


Postal/mosaico que monté con mi vista
favorita todos los días a la hora del
desayuno en el Hostal Estoril.
Pero vamos a comenzar por el principio. Todo empieza en el aeropuerto de Ezeiza unas fría y lluviosa noche de septiembre u octubre. Llegué a Buenos Aires aún deslumbrado por la fascinación de haberlo conseguido. Mi primer viaje solo fuera de España, no podía ser a otro lugar. Llevaba años soñando con ese momento y cuando al fin hollé suelo porteño, ahí estaba, aterido por los nervios, la euforia y un poco de cansancio. Entre mis objetivos, repartir algunos currículums (quién sabía si, de repente, a algún gerente loco de RR.HH. se le cruzaban los cables y contrataba a ese gallego con cara de despistado) y empaparme de ese ambiente porteño del que tanto y tanto había leído y oído. Y no, no me refiero al de los tangos en la Boca o algún local de San Telmo (que también, claro), si no al empolvado, mohoso y viejuno de aquella ciudad aún algo más atrapada de lo que a muchos gustaría en los tiempos de Perón.

En verdad el mío era un ejercicio de autolaceración porque viajaba con mis pesos más que contados y con la mochila más bien justita. Además de pasear como un porteño desocupado, parando en cualquier momento a leer el periódico tomando un café por el centro o refrescarme con una Quilmes mientras pasaban el resumen de la Libertadores en la tele de alguna tasca de los extrarradios, quería visitar anticuarios, perderme en librerías y respirar polvo acumulado por años hasta acabar sin resuello. La primera parte la cumplí con creces. Y aún tuve tiempo de hacer lo mismo por La Plata hasta que al segundo día me quedaba poco que ver y me volví a mi 'casa', y de sentirme el padre Gabriel inspirándose en la música de Enio Morricone mientras la humedad provocada por las fervenzas de Iguazú se le filtraba hasta lo más profundo del tuétano. 



La miticérrima librería-Teatro Ateneo. Para la próxima.

Y habrá quien esté ya pensando: "Pero cuando va a querer éste hablarnos de aquellas famosas librerías; de lo que se siente asomando por primera vez a la platea del viejo Teatro Ateneo y ver todos aquellos miles de estantes atestados de libros donde antes había butacas. Enumerarnos las mejores de entre los cientos de librerías ocupando los bajos de históricos edificios, los cafés entre estanterías y más estanterías" -y porque no voy a entrar en más detalles sobre los anticuarios de San Telmo-. ¿Que cuándo voy a hablar de todo eso, si ya llevo cinco párrafos y aún nada? Pues ahora, en los párrafos finales.

Porque callejeé, turisté, tomé cafés, cervezas mil, comí asados, alfajores, visité la estatua de Gardel, oí misa en la Catedral (que entonces dirigía el ahora papa Francisco), donde pude fraquear la guardia perpetua al pie de la tumba del general San Martín; y también visité la tumba de sus padres, mis paisanos, en el cementerio de La Recoleta donde es casi obligado ir a saludar a la señora de Perón... Pero no entré en el Ateneo. La verdad, en mi descargo diré que en aquella época debía estar aún a punto de abrir sus puertas tras una larga reforma, porque si no, no me explico tamaña falta en mi historial. Como digo, ese objetivo de visitar libreros y anticuarios acabó siendo un poco frustrante porque cuando lo hice, no encontré nada que a priori se ajustase a mis dos premisas básicas: gusto y presupuesto.



Sigo sabiendo llegar sin problema a esta esquina.
Eso sí: vuelvo a arruar Buenos Aires virtualmente para recrear la experiencia de antaño y me sigue saliendo casi mecánicamente el camino que hacía cuando quería tomarme un café en la antigua Librería del Colegio, hoy De Ávila. Me planto en el mapa junto al antiguo Cabildo de la autoridad municipal en tiempos del Virreinato y en dos saltos de Street View ahí estoy frente a esa ilustre esquina de Adolfo Alsina con Bolívar. Tampoco me falta puntería para caer enfrente a esa pequeña librería que ocupaba casi un sótano del Palacio Vera en la Avenida de Mayo (y que no me suena que sea esa Calesita que me sale en el buscador). No en vano, pasé decenas de veces por delante, aunque no me decidiera a entrar casi hasta mi último día. Y mejor no voy a hablar de mis dos intentos frustrados de llegar al parque Rivadavia, porque ahí sí que tuve la extrema puntería de programarme para visitar los puestos callejeros. La primera vez en día de descanso y la segunda bajo un intenso aguacero.


Para ser sincero, al final me traicioné un poco a mí mismo, porque casi el único libro que acabé comprando en todo el viaje, ni lo compré en una de estas librerías con solera ni era un ejemplar antiguo. Aunque el autor sí fuese de renombre: Fue una reedición del Diccionario del Argentino Esquisito, de Adolfo Bioy Casares, comprada en la -para mí- nada glamurosa aunque sí cómoda Librería Cúspide del Recoleta Mall. Sí compré otro libro, y sí, en De Ávila: una guía socioeconómica e histórica de Argentina de 1948, escrita por Juan Pinto para la editorial Atlántida de Buenos Aires. ¡Ahí queda ésa! Y si sirve de consuelo, el único disco que compré tampoco era de tangos, si no una rareza de la Deutsche Grammophon de música medieval inglesa interpretada por Sting. O algo así.

Así que sí. Como digo, si las crisis y las adaptaciones a la modernidad no acaban con el encanto de las librerías, y en especial con las de viejo (lo digo porque físicamente cada vez son menos aunque, para mayor comodidad también, cada vez más ofrecen sus catálogos en internet, lo que le quita un millón de puntos de encanto al asunto pese a lo cual el resultado siga siendo aquella sensación excepcional), la próxima vez que por fin vuelva a mi Buenos Aires querida no dejaré de pasar por muchas de las que se me quedaron en el tintero (aquí una muestra con algunas), y regresar a las que queden de las que sí tuve el placer de visitar. A ver si esta vez tenemos más suerte.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Bécquer, el eterno romántico atormentado. ¿O el sátiro lenguaraz?

¿A que si te escribo eso de "del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada..." te suena más la rima de Bécquer? Bueno, pues la escena recreada arriba no estaba en un rincón oscuro, si no más bien junto a una ventana de vistas tropicales. Pero fue imposible no recordar inmediatamente los versos del maestro sevillano.
¿A que si te escribo eso de "del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada..." te suena más la rima? Bueno, pues el arpa de la escena recreada arriba no estaba en un rincón oscuro, si no más bien junto a una ventana de vistas tropicales. Pero fue imposible no recordar inmediatamente los versos del maestro sevillano.


Con 15 años, en plena efervescencia adolescente (me encanta la definición paralela que se usa en Brasil: aborrescente), Bécquer volvía a ser una gran inspiración para mí. Si algo más joven y ya apasionado por el cine de terror, el Monte de las Ánimas era mi leyenda de cabecera, poco después cuando la sangre comenzó a bullirme con otras pasiones más carnales, fueron sus rimas mi primer contacto real con la poesía. Y quien esté libre de este 'pecado', que tire la primera piedra.

Documentado sobre mi entonces autor favorito, yo sabía que su hermano era pintor y el autor de ese retrato de ahí arriba donde, ahora ya viejo, veo al joven insolente, cabreado con el mundo y algo inseguro que acabó como el romanticismo manda: dejando un cadáver joven y atormentado. ¿Viejo yo? Casualmente tengo la misma edad que 
gastaba el autor sevillano cuando un frío día de diciembre que hoy irónicamente conoceremos como día de la salud (en aquella época creo que aún no había Sorteo del Niño), su luz se eclipsó terrenalmente. Y mira tú por dónde descubro hace algún tiempo que no sólo de rimas y leyendas, suspiros y algunos escritos periodísticos malvivía mi ídolo de juventud. que era uno de los intelectuales más admirados de su época, lo sabía. Que a pesar de su carácter, algunas de las principales publicaciones del país se rifaban su pluma, también. Pero que su mala leche y capacidad de análisis satírico, combinadas con el talento de su hermano estaban a años luz de lo que permite la libertad de expresión de hoy en día (camuflada de políticamente correcta), eso ha sido una feliz y algo grotesca sorpresa.

Así que conmemorando hoy el centésimo octogésimo aniversario del gran Gustavo Adolfo, les presento a los sátiros hermanos Bécquer y sus latigazos a la familia real. Con ustedes, ¡Los Borbones en Pelota!


lunes, 15 de febrero de 2016

Sobre tendencias recientes basadas en viejas propuestas

Un día de estos llegué a casa y me deparé con una situación, cuando menos inverosímil: Una adulta y una niña pequeña habían invertido los papeles que tradicionalmente serían asociados a la otra. Mientras la adulta -en este caso mi suegra, doña Naide- se afanaba en un meticuloso pinta y colorea de filigranas floreadas, Marina a sus tres años (ahora tiene cuatro. Lo especifico por si acaso, porque está llevando muy en serio eso de ser mayor y no se permite la más mínima duda en cuanto a su edad) manipulaba con total desparpajo y naturalidad un elemento de tecnología, vamos a decir punta. Vamos, un iPad que parece más suyo que de su verdadera dueña (la cual no me permite llamar de simple tableta al aparato. Acabáramos).




Durante todo el año pasado, de repente todas las librerías del mundo se llenaban de caros ejemplares descoloridos de reproducciones de mandalas, guirnaldas, cenefas, laboriosas composiciones animales o vegetales y otros dibujos de trazo complicado y relleno a gusto del consumidor. Mientras, los fabricantes de pinturillas y lápices de colores se frotaban las manos con el relanzamiento de su negocio fuera de la época septembrina. Los más apañados, en vez de comprar uno de esos libros que, si conseguían acabarlo (no conozco a nadie que lo haya conseguido) se iban a quedar con las ganas de colgar por lo menos la mitad de los dibujos en la pared, se buscaban las mandalas de turno en Internet o en fotocopias de otros, como siempre han hecho mis amigos yoguis. Porque sí, eso de pintar mandalas es ya algo más bien viejuno.

De la otra situación no me he dado cuenta hasta ahora. Marina está en pleno vicio por picotar con la tijera todo papel que se ponga a su alcance
¿Sabes esas revistas que además de los clásicos pinta y colorea vienen con juegos de los siete errores, laberintos, unir los puntos y que acabas cargándote cuando una página es de cortar y su reverso era precisamente el mejor dibujo del álbum? Bueno, pues la niña ha decidido que todo Minion, hasta el que dibujó tan bien, merece ser recortado para la posteridad y, quien sabe si no llega a ser un futuro puzle. 

Bueno, pues es más o menos eso mismo, pero con más páginas, trasfondo intelectual-psicoanalítico y un valor bien por encima que el de esas revistas infantiles, lo que proponen autores como Keri Smith con sus varios Destroza este Diario y similares, o Adam J. Kurtz con su Esto no es (solo) un diario -título en español que, como se ve aquí abajo, no tiene nada que ver con su versión en otros idiomas, incluido el original-: Hacer que ese libro no tenga un segundo uso. 

Vamos, lo mismo que debió inspirar a los fabricantes de libros escolares

Por una vez, la edición en portugués brasileño respeta el título original.
Como la española, vamos. Y me falta descubrir esas dos ediciones en
cirílico, cual es rusa y en qué demonios está escrita la otra.
Y por ahí va la civilización, devolviéndonos viejos usos y costumbres para combatir el estrés y la ansiedad que provoca el envejecimiento. Lo próximo me pregunto si no será disponibilizar en las farmacias de todo el mundo de chupetes para adultos y cosas así. 

viernes, 12 de febrero de 2016

Harry Porretas ataca de nuevo. Contradicciones de un antifán que admira mucho esa saga



Bueno, pues parece que se confirma. Harry Potter tendrá continuidad, oficialmente, allá para mi cumpleaños. Una de las gallinas de los huevos de oro de la literatura contemporánea vuelve a poner, para alegría de muchos millones de fans que cuando empezaron a leer sus aventuras apenas sabían lo que era literatura y que ahora están ya más para empezar a contar la historia a sus retoños. En realidad, leo la noticia y resulta medio confusa porque, de entrada, hablan de estreno mundial del libro un día después de la obra de teatro. ¿Qué obra de teatro? Pues de la que este libro es, en realidad, el guión adaptado. ¿Adaptado por quien? Pues así a ojo, por la propia autora de la saga y por Jack Thorne, joven guionista inglés de bastante éxito y que se ha atrevido a crear para la escena algo así como un 'Veinte años después', al parecer con bastante aceptación por parte de J.K. Rowling. Confuso porque en las noticias que leo hablan de una obra de teatro sobre aquel "brujito" o "joven brujo" que triunfó allá por la década pasada, y me da por pensar en aquel chavalín de gafas redonditas de la primera historia, cuando en su último paso por las rotativas ya estaba más que crecidito. Y en esta nueva aventura aquí, claro, pues te puedes hacer una idea. 


Así que mejor no pensar en una obra de teatro infantil. O sí, si el que pone nombre a la obra una vez más, en realidad cede el protagonismo de la historia al maldito
niño (traducción libre del título original) que complementa como apellido al título de la representación. Ya veremos.

Y aprovechando esta noticia de actualidad de la que no voy a seguir informando, porque ya estará todo el mundo más que al tanto de los hechos, quiero dejar clara una cosa que al avezado lector no le habrá pasado inadvertido: No me gusta Harry Potter. Es más: el que suscribe es el mayor fan de entre los que no soportan al joven -es un decir- mago inglés. O viceversa ¿Contradictorio también? Espera que me explico mejor. Hace ya unos 15 años, un poco antes de que llegara a las pantallas del Cine Ortega (imagino que fuese allí, porque desde la desaparición del Cine Don Sancho y de los Boston, nunca hubo otro gran estreno en Palencia que no fuese en el Ortega) aparecía en las estanterías de todo el mundo un mago que llegaba tipo elefante entrando en cacharrería. En España comenzaba a reinar Manolito Gafotas con mano firme como lectura infantojuvenil de tirón desde su Carabanchel natal. Y de repente llega un repipi británico con superpoderes a levantarle la silla. ¡Vamos hombre, habráse visto tamaña desfachatez! 

Manolito no tuvo nada que hacer contra Harry.
En casa teníamos a una señorita que no leía ni los títulos de los dibujos animados pero que, de repente, entraba en la sintonía del éxito y se dividía entre las aventuras del chaval de suburbio madrileño y las fantasías increíbles en algún lugar de la Pérfida Albión. Para cierta tristeza mía, el duelo lo acabó ganando el foráneo. Sin embargo analizando en profundidad, quien realmente ganaba era toda una generación de chiguitos que hasta entonces ni se acercaba al lomo de un libro que no fuese el de clase. Así que, dándomelas de mecenas adinerado (aún era un flamante becario con todo por aprender en el Diario Palentino), esas Navidades o las siguientes, y ya así en lo sucesivo siempre que pude, hice de paje de Sus Majestades los Reyes Magos con regalo a tiro fijo, aun a pesar de que las entregas fuesen creciendo significativamente en volumen y precio de año en año mientras mi paga se mantenía casi en el mismo punto.


Así que sí.  Por los millones de chiguitos que de repente comenzaron a desear abrir un libro dejando de lado la tele y los videojuegos, por todos aquellos que contaban los días para el estreno de una nueva entrega (literaria tanto como cinematográfica). Por esos entre los que no me cuento porque ni he leído ninguno de los siete libros (ocho, que el último ya venía por entregas) y de las pelis creo que sólo he conseguido aguantar entera la primera y la segunda o la tercera. Por ellos, digo, puedo considerarme otro fan a mi pesar del Porretas.

Y como epílogo aun diré más: Casualmente este fin de semana, en un intento por equilibrar nuestros gustos cinéfilos, Naide y yo acabamos viendo una peli biográfica medio no autorizada de ajustado presupuesto sobre J.K. Rowling. Portugueses con acento de Manchester y policías de Oporto hablando español aparte, y sin tener muy en cuenta tampoco que alguien pudiese pensar que con colgar de la pared algunas banderas lusitanas un típico pub inglés pasaría por cualquier tasca a orillas del Douro, la historia es inspiradora y acaba haciendo efecto. Para quien no le hacía ni fu ni fa la persona de esa escritora inglesa que debe desesperarse a la hora de escribir algo donde el público no esté esperando en qué momento alguien lanzará de repente un Expecto Patronus, ahora realmente admiro un poco más a la mujer y a la creadora que inculcó toda su sabiduría a Albus Dumbledore y que conoce todos y cada uno de los secretos encerrados tras los viejos muros de Hogwarts.

jueves, 11 de febrero de 2016

Quién quiere un Holmes teniendo un Plinio. Puro sabor a curado manchego


"Plinio, eres el más grande". Así se felicitaba el bonachón policía siempre que resolvía algún caso. No le hacían falta más reconocimientos, aunque contase con toda la admiración de su Tomelloso natal. El Sherlock Holmes español, el Hercule Poirot de La Mancha, el Auguste Dupin castizo y llano, no tenía ni la estirada autosuficiencia del primero, ni el cosmopolitismo del segundo, ni el abigarrado razonamiento del tercero. Y sin embargo era capaz de desenvolverse con soltura entre los misterios (que también los había) de un escenario más parecido a mi Palencia rural del primer tercio del siglo pasado que al siniestro Londres victoriano o el luminoso París industrial.

El jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, junto a su inseparable don Lotario
Plinio en la tele. Ni actores de nombres
tan rimbombantes como Benedict Timothy
Carlton Cumberbatch ni grandilocuentes
recreaciones escenográficas.
Spain es asín. 
(médico como Watson, aunque lo más cerca que estuviese de la trayectoria del lugarteniente de Holmes fuese dando cuenta de la salud del tren de acémilas o del parque de monturas en alguna de las campañas en Melilla) pudo ser, aunque se quedó por el camino, el gran referente de la novela policíaca ibérica. Con todo el sabor y el humor que, sí o sí, acaba empapando cualquier situación por seria o trágica que sea en esta santa tierra. Otra cosa es Pepe Carvalho, del que si eso ya hablamos otro día.

Y es que, aunque las generaciones actuales no lo sepan, Plinio llegó a tener su serie de televisión y todo. Pero es que a su padre, Francisco García Pavón, le pasa lo que a algunos intelectuales de su época, que por dedicarse a sus cosas (también fue autor de ciencia ficción en la España de los 60, o qué os habéis creído), hoy en día cae en el saco del semiolvido. Para quien haya nacido a partir del 75, García Pavón como mucho llega a ser uno de esos nombres campana: Me suena, me suena, pero ni idea de qué campanario. La suerte es que su obra sigue presente en las estanterías gracias al interés que 
hace ocho años tuvo Rey Lear Editores en dar a conocer las simpáticas aventuras de Plinio. Todo un acierto por su parte.


Algunos de los ejemplares editados por Rey Lear. Ése de La cocina de Plinio debe ser una delicia para los sentidos.
En mi caso tuve la suerte de que cayese en mis manos el segundo libro editado por y para Plinio, regalo de un buen amigo gallego en mi postrero día de vacaciones en el terruño (me arrepiento de no haber bajado para tomar el último chisme, pero te lo guardo con todo el agradecimiento para la próxima, Jaime). Un coqueto ejemplar de la colección Rotativa de Plaza & Janés editado en el 72, con los relatos 'El Carnaval' (motivo por el que quería haber escrito este texto hace una semana) y 'El Charco de sangre'. Una delicia para amenizar nuestro accidentado regreso a casa. Sin duda. Y un gran descubrimiento que me dejó con la deuda pendiente que espero estar pagando ahora. Este personaje tiene que ser conocido por todo el mundo ¡Alex de la Iglesia, queremos peli de Plinio ya!


Mi Plinio, custodiado como oro
en paño en nuestra humilde librería.
En fin. Mientras tanto ya he sumado unas cuantas más a mi ya interminable y siempre exponencialmente creciente lista de cosas a leer. 

Y así, cuando el orgulloso y bonachón policía manchego se felicita por otro caso resuelto, me lo imagino tarareando el estribillo del pasodoble de Marcial mientras le da unos capotazos satisfechos al aire y arranca a caminar, con la nariz bien empinada, una mano en el pomo del sable, símbolo de su autoridad merecida, y la otra alisándose el correaje del uniforme, como de que esto no ha sido ná. "Plinio, eres el más grande", repite en cuanto vecinos y subordinados, asintiendo admirados, le abren paso en su camino, la punta de un pie afirmándose al frente de la otra, hacia el bar del Casino o el mostrador de la Rocío.

lunes, 8 de febrero de 2016

Líneas entre rejas: del poeta y el personaje encerrados al autor exiliado y el preso inspirado

               "¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!
                    Apurar, cielos, pretendo
                    ya que me tratáis así,
                    qué delito cometí
                    contra vosotros naciendo;
                    aunque si nací, ya entiendo
                    qué delito he cometido.
                    Bastante causa ha tenido
                    vuestra justicia y rigor;
                    pues el delito mayor
                    del hombre es haber nacido.

                    ¿Qué ley, justicia o razón
                    negar a los hombres sabe
                    privilegio tan süave,
                    excepción tan principal,
                    que Dios le ha dado a un cristal,
                    a un pez, a un bruto y a un ave?"

Con el comienzo del desgarrador monólogo de presentación del príncipe Segismundo en La Vida Es Sueño, del gran Calderón, arranco esta reflexión que venía hace tiempo pergeñando. Todo a raiz de leer un día la historia de Luiz Alberto Mendes, escritor que no se siente tal a pesar de vivir de los libros que ha escrito, educador convicto después de conocer los terrores a los que lleva el analfabetismo y la estupidez innata y, hablando de convicto, ex presidiario brasileño que aprendió a escribir y pensar entre rejas.


No podía dejar pasar las reseñas cinematográficas,
aunque sea a rebufo del calendario del Taco.
Y es que la falta de libertad y la literatura vienen de la mano desde tiempos inmemoriales. De una manera o de otra, ya sea la inspiración a la sombra como trasfondo de lo escrito o como fuente de ideas, así a bote pronto, me vienen a la cabeza, además de las palabras del pobre Segismundo, el eco de las Nanas de la Cebolla resonando entre los ladrillos de la Cárcel Vieja de Palencia o la de Alicante, las pequeñas alegrías y grandes planos de Edmundo Dantés y su amigo el Abate Faría, los versos afilados de Quevedo o las reflexiones siempre constructivas de Salvador de Madariaga.

En este caso, Mendes no tiene la fama de un Miguel Hernández (ni su trágico final), ni está reconstruyendo su vida post injusta reclusión al estilo de Jean Valjean. ¿El tipo mereció pasarse más de media vida en la cárcel? Él mismo no se corta y lo confiesa: sí. Y las varias veces que volvió, también. Pero sólo por el mérito que tiene por cómo se ha resuelto la vejez, teniendo en cuenta el funcionamiento del sistema penitenciario brasileño, merece todos los homenajes. Para quien no sepa un poco cómo funcionan las cárceles brasileñas, un ejemplo: Al Malamadre de Celda 211, o se lo comen con patatas entre los carceleros y los presos de cualquier presidio de mala muerte de por aquellas tierras, o lo ponen de asesor del secretario de vete tú a saber qué de la Comisión de Derechos Humanos y Libertades del Congreso. O acaba con la cabeza en una pica porque a uno de sus compañeros de jaula se le atravesó la última neurona con el pegamento que estaba esnifando. Olviden esas cárceles modelo con canchas de squash, rica programación cultural la semana de La Merced y triangulares de futbito con equipos de fuera. Allí el preso común sobrevive a machetazos o pasando desapercibido.

Sirva de referencia para conocer un poco más al respecto la obra del afamado médico y comunicador Drauzio Varela, Estación Carandiru, en el que relata sus experiencias propfesionales en uno de los conjuntos penales más conflictivos del mundo.

Panoplia habitual de las redadas llevadas a cabo en los
presidios de 'mi tierra'. En el vídeo de abajo, Errol Flynn
y Stewart Granger en un duelo de florete al amanecer.
Lo dicho. En un país con una población reclusa de más de medio millón de personas hacinadas en chiqueros desde los que siguen delinquindo sin cortapisas y donde se mata y se muere como si no hubiese guardas alrededor; un país que se preocupa más en discutir si incrementa o no ese porcentaje poblacional con los criminales a partir de 16 años y donde todo se dirime entre los defensores de los derechos humanos y los partidarios de enterrar a la gentuza; donde posiblemente se gaste más en armar a los policías que en educar con calidad a los ciudadanos; en ese marco, digo, llega un tipo que tambén mató y robó, que se tiró mas de media vida en ese ambiente tan apropiado y, contra todo pronóstico, consigue estudiar. Primero se alfabetiza, se saca el graduado, se titula en Derecho por correo, se vuelca en la alfabetización de sus comparsas y empieza a escribir libros. ¿El título del primero? Memorias de un Superviviente. Hace dos meses cerraba, 24 años después, la trilogía de su vida con Confesiones de un hombre libre.



Como decía al principio, muchos de los más preclaros autores de la literatura universal pasaron por el exilio o por la cárcel, experiencia que fue determinante para su obra. Como primer ejemplo, Cervantes, claro, que ya fue prisionero del turco en Argel y del católico en Sevilla, siendo aquí por lo que parece, donde embrionó el caballero Alonso Quijano. Otro ejemplo fresco (porque aún sigo ahí, disfrutando de su lectura) es el de Los Miserables de Victor Hugo, todo un tratado de sociología, historia, psicología, criminología, ética y filosofía donde se ve que las horas de reflexión del vibrante diputado y reputado escritor fueron bien aprovechadas durante el tedioso exilio en Jersey, cayendo
Sin tele y sin cerveza, Cervantes le da vueltas
a algo en la cabeza. (Vicente Barneto y Vázquez)
sobre el papel muchos de aquellos pensamientos madurados al fresco insular. Y qué decir de aquel gran maestro de la psique y de las fobias humanas, Dostoievski que, como otros tantos millones de rusos, supo lo que era pasar por lo más cruel de la reclusión. ¡Oh, Siberia bendita!

El siglo XX dio una infinidad de escritores hispanoparlantes lanzando desde la distancia forzada sus lágrimas, sus puñales y sus pensamientos contra la patria añorada. Entre los intelectuales españoles que la Guerra Civil esparció por el mundo (y los que no pudieron salir a tiempo y acabaron con sus huesos entre rejas, si no algo peor) y los autores sudamericanos a los que sus diferencias políticas convirtieron en personas 'non gratas' acabaron por crear una especie de Generación Desarraigada. 


Sin embargo, todos ellos eran ya escritores más o menos consagrados a los que la privación de su libertad dio aquel poso de reflexión, aquella mira profunda sobre el alma y la miseria humana. Banalizando: esa experiencia puso la guinda al pastel de su obra. En el caso de Luiz Alberto Mendes la cárcel no es el ingrediente determinante, esa hornada final. En el caso del brasileño, el calabozo, las privaciones extremas, el peligro, la miseria, la injusticia, son un todo para la formación de la persona, no sólo de la obra. Se convierte, a golpe de letras, en un guerrillero de la cultura. Lo que el sistema no garantiza (ni de lejos), él se propone asimilarlo y espacirlo a su alrededor. Demostrar que realmente existe redención en el sistema, a pesar del sistema. 


A la derecha, Luiz Alberto Mendes en alguna
presentación de su libro (Fuente: Facebook)
La redención a través de la palabra tiene, en este caso, un sentido mil veces más profundo y cierto que el de famosas Biblias carcelarias como la de Andy Dufresne o Frank Morris. Luiz Alberto, que nació analfabeto como Miguel Hernández, se consagra también a aquellos que, como él, por su condición ni soñarían en llegar algún día a otra vida que no fuese la que le marca la sociedad, ofreciendo su ejemplo personal como principal prueba de que se puede ser algo más que un simple pastor, más que un vagabundo, aunque todo se empeñe en demostrar lo contrario. Como último paralelismo, la cárcel que fue para ambos un capítulo fundamental: Para el criminal paulista, nudo vital. Para el poeta de Orihuela, trágico desenlace.

                    Tu risa me hace libre,
                    me pone alas.
                    Soledades me quita,
                    cárcel me arranca.
                    Boca que vuela,
                    corazón que en tus labios
                    relampaguea.