miércoles, 20 de abril de 2022

Y a nosotros, y a ellos, ¿quién nos está informando?

Cada uno amenaza con su dedito como puede.
Viñeta de Miguel Morales Madrigal | Cartoon Movement
¿Quién nos informa? A nosotros y a los rusos, digo. No he visto a nadie excesivamente preocupado con la ausencia de informaciones del contrario. Es decir: la mayor parte de la prensa internacional abandonó Moscú a principios del pasado mes de marzo -y eso porque ellos al menos pueden salir, no como los periodistas locales- ante la sanción de una nueva ley por la que cualquiera que diese una información contraria al interés de Rusia estaba expuesto a penas de hasta 15 años de cárcel… Y yo pensando: esto me suena al famoso 58, ¡EL TEMIDO CINCUENTAYOCHO!, del Código Penal soviético del año 26 del siglo pasado. Ése que nos desglosa Solzhenitsyn con tanto lujo de detalles en su relato de relatos de lo que fue la realidad rusa durante casi todo el siglo XX: la realidad de los gulags.

¿Y qué decía este artículo de un código al que, por sintetizar al máximo, le sobraban los otros 147 artículos? Pues básicamente que cualquiera, por cualquier cosa que hiciese -o no hiciese- estaba expuesto a disfrutar un mínimo de 10 años -o los que durase- con todos los gastos pagados en cualquiera de los centenares de campos de prisioneros que el sistema ofrecía en lo más exótico de Siberia. Todo dependía de si el juez instructor interpretaba, por ejemplo, que toser un poco más alto de lo normal en la fila del mercado podía ser tenido como actividad antipatriótica, espionaje, sabotaje, críticas al líder, difamación del partido, propaganda capitalista, un atentado terrorista por esparcimiento de agentes biológicos… Pues por esa misma, la prensa internacional tuvo que salir por patas de Rusia hace mes y medio y de la prensa local no sabemos qué le haya podido pasar.


Siguiendo con Solzhenitsyn (confieso desde ya que cada vez que aparezca su nombre por aquí habrá sido por cortapega, porque soy incapaz de escribirlo bien a la primera) y su Archipiélago Gulag, me pregunto cómo estarán viviendo todo esto en Rusia. Quiero decir: ¿Alguien sabe qué ha pasado con Marina Ovsiannikova, la periodista que se lanzó en medio del telediario, pancarta en mano, a denunciar los desmanes del Gobierno de Putin? ¿Qué opinan los rusos de todo esto? ¿Por qué no hay más periodistas, opinadores, opositores, estudiantes, ciudadanos… ¡alguien! que diga algo en contra de la manipulación, la desinformación, la guerra, a fin de cuentas, en que parece que vive sumido todo el país?


Putin y Solzhenitsyn: ¿dos tiempos no tan alejados? 



Lo último que vimos creo que fue aquella foto de una viejecita en San Petersburgo a la que se llevaba presa la policía en medio de una protesta contra la invasión de Ucrania. Una imagen infinitamente hinchada de carga emocional ya que la mujer era nada menos que una superviviente del cerco de Leningrado acusando a Rusia de hacer lo mismo que los alemanes hicieron con ella y toda Rusia 70 años antes.


¿De verdad -casi- todo el país se está creyendo la película de que Rusia ha mandado a miles de sus reclutas a la siempre menospreciada Ucrania para liberarla del fascismo? ¿Tanto les importa ahora lo que le pase a un pueblo que a lo largo de los últimos 100 años ha sido diezmado, pisoteado y vilipendiado desde Moscú de forma sistemática?[1] Te pones a pensarlo y, si no fuese porque hasta hace un mes y medio aún había prensa internacional a orillas del Volga, no puedes evitar evocar aquellos años oscuros que nos relata Solzhenitsyn, en los que millones y millones de personas fueron deportadas como él, muertas en vida, con la connivencia y la complicidad del miedo de sus vecinos, familiares y amigos, atenazados por la posibilidad de correr la misma suerte si no apartaban la vista rápidamente. ¿Habría sido Putin capaz de poner en marcha todo el mecanismo opresor de Stalin y nadie haberse dado cuenta? Seguro que ganas no le faltan de vez en cuando.


Porque a ver, que se prohiba escribir la palabra guerra para sustituirla en todas las informaciones por el eufemismo intervención armada, que quien se refiera a la guerra y sus muertos (porque alguien estará empezando a recibir condecoraciones con bandera en cajitas de madera y cartas de pésame, ¿no?) puede irse inmediatamente a la cárcel (o vete tú a saber dónde) es la cosa más dictatorialmente burda que me he echado a la cara en años. ¿De verdad que no hay ningún juez independiente en toda Rusia al que esto le suene a delito? ¿Ni un poquito?


Y hablando de muertos y bajas, ¿a nadie le resulta escandalosamente elevada la cifra de 40.000 que se está dando por ahí como estimación de lo que llevaría perdido Rusia hasta ahora en seis semanas de campaña? La cifra oficial, entre muertos y heridos hace un mes (la última vez que Rusia habló del tema) era de poco más de 5.000. Que ya está bien para lo que iba a ser un paseíllo libertador por allá y vuelta a casa victoriosos y tal y cual. Por su parte los aliados calculaban hasta final de marzo que esa cifra podría llegar a los 40.000 y a fecha de hoy (21 de abril) no encuentro ni estimaciones ni nada parecido. Eso sí, que si los rusos no quieren hacerse cargo de sus difuntos, que si han llevado incineradoras portátiles para evitar repatriaciones... ¿Es que no hay madres, novias, hermanos... esperando a los suyos en casa y preguntándose todo esto? ¿Ni siquiera los que tienen o tenían a alguien sirviendo en el crucero Mosckva?


Que mira que la historia nos ha acostumbrado a que los rusos redefinan una y otra vez el concepto de victoria pírrica. No hay país al que más muertos le cueste cada metro de terreno ganado (no digamos ya cuando lo pierde). Y para una guerra en la que perdieron relativamente a pocos soldados (a razón de unos mil muertos por año en 14 años) como fue la de Afganistán, van y le cuelgan el apelativo del Vietnam soviético. Pero vete tú a saber, también, con la forma de informar con libertad y contar muertos en tiempos de la Unión Soviética... ¿Igual que ahora?


Si nuestra hasta hace poco corresponsal en Moscú, Érika Reija, tenía cabreados
a algunos 'colegas' y gerifaltes rusos, algo bueno estaría haciendo antes de salir
de allí pitando esta heredera de la maestra Rosa María Calaf.     

Porque es que ahora mismo es imposible contrastar nada. Nos hemos cortado mutuamente los canales de comunicación y cada uno que cuente su milonga a los suyos. Hemos matado -de nuevo- a la libertad de prensa con la excusa de castigar a los otros. Porque en Rusia, además de expulsar sutilmente a los corresponsales de países no amigos y apretar las gónadas de los propios, están tratando de cortar el acceso a los medios digitales de dichos países y hasta las redes sociales 'occidentales' han sufrido el apagón. Y en respuesta, Google y demás ‘herramientas al servicio del enemigo occidental’ nos han censurado el acceso a los medios de comunicación con los que, todo sea dicho, Rusia lleva años queriendo vendernos su moto y malmeter lo que sea posible en el gallinero informativo de los demás.


Así que yo no puedo escoger leer esa manipulada prensa rusa ni ellos tampoco pueden enterarse por su propia cuenta de lo que decimos aquí de ellos. Ya nos lo filtrarán a unos y otros nuestros propios medios con las informaciones e imágenes que les pasen por conductos oficiales.


Al menos el consuelo que queda es que las bajas de civiles ucranianos son relativamente bajas según la ONU: menos de 5.000 entre muertos y heridos. Y del resto, pues vete tú a saber.




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[1] Tenemos pendiente para más adelante hablar más en profundidad del holodomor y del chistecito que le suelta Koulikov a Vassili Zaitsev en la peli de Enemigo a las puertas.

martes, 12 de abril de 2022

Las claves de la guerra de Ucrania en un libro de hace 70 años

Poniéndome al día... porsiaca.
En pleno albor de la era nuclear, en 1951, vaticinaba el teórico y práctico militar español Francisco Sintes que “la posible generalidad de empleo por todos los beligerantes [en futuras guerras] de elementos de destrucción extraordinariamente potentes obligará a buscar las decisiones por la rápida ocupación de los objetivos antes de su destrucción, lo que marcará la orientación hacia una estrategia clásica de ocupación de objetivos vitales, para alimentar la cual será necesario disponer de fuerzas en cantidades suficientes”.

Vamos, que mucho potencial atómico y poder de devastación sin necesidad de sacar a los chavales de los cuarteles, pero al final lo que cuenta es poner más carne de cañón en el escenario antes que el contrario y que la cosa vaya rápido y lo mejor posible.


Y los ‘ases’, si eso, que sigan olvidados en los silos de la manga.


Lo hemos visto en prácticamente todas las guerras a las que hemos asistido posteriormente, pero creo que no hemos sido totalmente conscientes de ello hasta ahora que se han vuelto a poner sobre la mesa -esperemos que solo de forma bravuconamente figurada- los botoncitos rojos de ignición nuclear.


Y lo decía hace 70 años un artillero con estudios que prestó mucha atención a todo lo que pasó en la Segunda Guerra Mundial cómodamente acodado en el burladero de los Pirineos. Por cierto, que me sigue resultando paradójico cómo descubrí a este gran analista militar español a través de un presuntamente ‘bien’ documentado artículo en el que se esgrimía la obra y las conclusiones de Sintes como muestra de la analfabetización institucional de las Fuerzas Armadas durante el franquismo. Los entendedores que lo entiendan…


Pero volviendo a la actualidad, o pivotando en torno a ella, vemos cómo la guerra de Ucrania ha despertado el mayor de los miedos de la segunda mitad del siglo XX: Cuando Vladimir Putin mentó a La Bicha en caso de que a alguno de los socios del Tratado del Atlántico Norte se le ocurriese asomar el hocico a ese lado del Dniéster. Y a partir de ahí, todo gestos contenidos y rictus tensos en las apariciones frente a los medios para tratar de justificar el que, al contrario de lo que pasó con Polonia en el 39, esta vez no se pueda ir en socorro heroico de un solicitante de auxilio. 


Y mientras, lo que parecía que iba a ser una aplastante campaña relámpago por parte de las fuerzas armadas rusas, amparadas por esa sombrilla -sombra, tiniebla, opacidad- del dedo tonto de su presidente plenipotenciario, esa victoria cantada se ha convertido en otro ejemplo más de cómo se le atragantan los humildes de presupuesto a los inmensos rodillos técnico-bélicos. Es el caso de la famosa columna de 60 kilómetros de blindados en línea recta que avanzaba sobre Kiev, según las noticias de los primeros días -haya tanque para tanta columna- y que parece que se ha diluido como un sobrecito de azúcar en el café ucraniano. O como un inmenso chatarrero esparcido a lo largo de kilómetros y kilómetros de carreteras y caminos.


Como dice el maestro Sintes -sin haber conocido aún lo que fueron las guerras de Corea, Vietnam, Afganistán...-, "cuán equivocados y condenados al fracaso han estado todos los planes militares fundados en una confianza sin límites en la técnica". ¡Tuché! 


Putin, al que teníamos por tan frío y calculador, un militar implacable, un político meticuloso, parece que ha puesto sobre el tapete todo lo que la historia bélica reciente nos enseña que no se debe hacer. Al menos eso se desprende del fracaso que supone que casi dos meses después de empezada la guerra, Volodimir Zelenski siga de gira virtual por el mundo (ni él mismo en su época de cómico post-soviético, ni U2 con su gira 360º habían dado tanto que hablar) sin salir de Kiev, a pesar de que haya miles de soldados rusos con su cara grabada a fuego en la mente y una orden explícita de borrar del mapa al presidente ucraniano.


Y mientras tanto, las masacres injustificadas que nos parecían tan lejanas (cosas del África subsahariana o de Asia central, ya ves, dónde queda eso; o de los Balcanes, ay pobrecitos, qué mal lo pasaron; o de algún lugar de Centroamérica que a veces sale en las noticias) nos escandalizan estos días mientras los que presuntamente se olvidaron de esconder sus muertos bajo la alfombra ahora echan balones fuera y abren el paraguas de la indiferencia ante el chaparrón de la indignada opinión pública mundial. 


Pero no caigamos en conclusiones fáciles. No hagamos juicios antes que quienes llevan la toga, que algo tendrán que decir. Que para eso se instituyeron cortes penales internacionales, con más buena fe que efectividad.


Eso sí, gracias a Sintes he aprendido, por fin, que lo que se lleva haciendo a nivel internacional en los últimos meses no es más que aplicar la vieja política albiona del bloqueo. Lo que pasa que con otro nombre. Porque decir: vamos a bloquear a Rusia, como ya lo hicieron dos veces con Alemania por tierra y mar, hoy suena un poco a decisión subjetiva y arbitraria. No es como decir “ahora voy y te sanciono”, que suena más a actuación colegiada y consensuada… Aunque sigamos haciéndole negocio a dos bandas al sancionado que nos vende su materia prima al precio que le de la gana. 


En fin, que el bloqueo funcionó con la Alemania del káiser, pero sólo sirvió para firmar un armisticio (ojo, no una rendición incondicional, que sería lo propio para un derrotado) con un país al borde del abismo tras cuatro años de matanzas de trinchera en trinchera. Y a Rusia parece que va a costar un poco más rendirla por esta vía, dado como están acostumbrados sus habitantes desde tiempos del zar a pasar privaciones. Y más teniendo un grifo abierto en este frente y un torrente por el lado de China. Casi nada.


Sigamos leyendo libros antiguos, decía alguien, porque las claves del futuro -también- residen entre sus páginas.



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