domingo, 12 de noviembre de 2023

¡Juanito, vente p’a la tribu!

Al teniente John J. Dumbar del ejército de los Estados Unidos le pasó, en la ficción, más o menos lo mismo que al marinero español Gonzalo Guerrero 300 años antes en la realidad. O lo que al pobre Buck en la otra ficción literaria, la de Jack London donde, de su acomodada vida doméstica californiana acabaría pasando sus días en las asilvestradas tierras de Alaska… Bueno, este caso tampoco me va a servir tanto aunque haya sido de los primeros en venirme a la cabeza como posible ejemplo. ¡Vale! Pues entonces otro californiano, éste sí, voluntariamente asilvestrado en Alaska: Alexander Supertramp. Aunque lo de éste sea el clásico caso de friki adolescente aburrido de su acomodada existencia y no el de un ciudadano empujado por las circunstancias a abrazar una nueva-vieja vida, a dar dos pasos atrás en la evolución de la humanidad y encontrar la felicidad en la simplicidad ancestral.


Venga, centrémonos en Dumbar, Loo Ten Tant -o Nant, según la traducción algo mejorable de la edición de RBA del 93- y su paralelismo con el onubense que le hizo la puñeta a Hernán Cortés y a todo aquel carapeluda que se acercó a costas mejicanas con el estandarte de Castilla en la mano allá por el siglo XVI. El de nuestro ex paisano Guerrero no es un caso aislado, aunque sí fue el más sonado de su época cuando se supo de un náufrago español que había abrazado la vida salvaje de las tribus que inicialmente lo esclavizaron hasta asimilarlo como un indio más, e incluso hasta acabar convirtiéndolo en líder militar, dados sus evidentes y superiores conocimientos castrenses.


A ver por dónde empiezo… Vale. ¿Aún no sabes de quién te hablo? Y si te digo Bailando con Lobos, ahora sí, ¿no? Ya visualizas la cara de pardillo bigotudo de Kevin Costner en el papel de Dumbar mientras la banda sonora de John Barry se desliza por la llanura -que ni la ancha Castilla- a tu encuentro como una etérea manada de búfalos perseguida por un escuadrón de jinetes melenudos capitaneados por ese segundón de lujo que es Graham Greene. Para qué te voy a hablar de ese alegato de la vida simple reivindicando la libertad perdida de aquellos pueblos originarios sometidos, barridos, arrinconados y casi eliminados por el hombre blanco a mayor gloria de la industria cinematográfica de mediados del siglo pasado… Ah, no. Espera, que me voy.

Bueno, con todo el mundo ya ubicado y en posición, no voy a hablar de pelis de indios y vaqueros, porque nos sabemos el argumento. En los tiempos áureos de John Huston los primeros eran aquellos salvajes que, como tales, no entendían que su papel era dejarse dominar por los héroes que lideraban a los segundos, pioneros de implacable determinación y puntería infalible, que venían a colonizar esas tierras que Dios en su mismísima sabiduría -o en su caso a través de alguna inspirada orden presidencial emitida en Washington- les concedía a mayor gloria del progreso.


Mientras tanto en España, sin dejar de flagelarnos aún desde los tiempos de De las Casas, admirábamos a aquellos héroes de piernas arqueadas y frases fulminantes y lapidarias que deleitaban la imaginación de los que acudían en masa a las monumentales salas de cine de la época. Gente que todavía se queda enganchada en las sesiones vespertinas de algún canal secundario de la televisión por cable o del satélite cuando escucha ese inconfundible PIUN, PIUN, que suena entre vocerío de indios en carga y trotes de caballería rematados por alguna sentencia de heroicidad extrema.


Volviendo a Bailando con Lobos, en la obra original de Michael Black tanto como en la adaptación cinematográfica llevada a cabo por el mismo autor -que por cierto, le valió un Oscar-, Dumbar ni habla mucho, ni mucho menos sentencia cada vez que abre la boca, ni luce el uniforme azul con el sueño de llegar a figura del sueño americano. No es un tipo especialmente carismático, aunque sí fuera de la curva y malamente adaptado a la sociedad a la que pertenece. Se asemeja más a un traumatizado veterano de la Guerra Civil y tiene la obsesión de ser destinado a la frontera (ojo, que lo que había más allá de su destartalado fuerte no era Estados Unidos... aún, era la frontera) para ver indios de cerca. Sí, verlos, no exterminarlos. Qué norteamericano más atípico, podríamos pensar. Y cuando por fin los ve, aquí sí, por un tópico giro del guión -literario- su primer contacto real es con una guapa 'india no-india' en apuros -ah, el intrínseco heroísmo rostropálido- que le hace de puente y correa de transmisión con la nueva vida a la que, ya se intuye, va a adaptarse como un guante tras su fallida adaptación a la sociedad de la que viene.

Todo un alegato de la vuelta a los orígenes, a la tribu... ¡la vuelta al pueblo! que tan de moda se ha puesto ahora, especialmente tras los tiempos post-pandemia en esa repoblable España Vaciada -o vacía- de la que ya hablaremos otro día con el libro de Sergio del Molino en la mano, o de la reivindicación de nuestros ancestros para diferenciarnos de otras comunidades autónomas -igual y tristemente de moda política-.


En fin, que si echas de menos el pueblo después del verano, o te estás pensando abandonar la metrópoli y reencontrarte entre terrones, acequias, llanuras, paredes de adobe y columnas de humo con olor a gloria y carne asada, aprovecha estos días de lluvia y frío a través del cristal para conocer al redescubierto Bailando con Lobos, la aguerrida En Pie con el Puño en Alto, su protector Pájaro Guía, el jefe Diez Osos y demás miembros de la tribu comanche. 
¡Quñe mejor época que ésta -o cualquier otra- para recomendar buenas lecturas!

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miércoles, 1 de noviembre de 2023

Los Miserables, según Torrente Ballester



Miserables, sí, de todo tipo y condición en el Madrid de mediados del siglo pasado: Putas de lujo y de tugurio de barrio, corruptos, trepas, siervos, maricones y lesbianas de clase alta, hipócritas, presuntos pederastas, represaliados, falsificadores... Gente socialmente en fuera de juego futbolístico. Off-side, como dice el título. Y sí, sí, todos ellos juntos en una novela escrita en tiempos de Franco y sobre los tiempos de Franco en el Madrid que era crisol y muestra de todos los vicios y virtudes de su época. Por poner una pega, diría que en este retrato costumbrista pudo faltar algún paleto desubicado de los miles que se empeñaban en rellenar a diario los huecos demográficos que ya no le quedaban libres a la Villa y Corte. Pero la novela es de Torrente Ballester y, al igual que Víctor Hugo con su monstruosa y meticulosa radiografía de la Francia postnapoleónica, el autor hace con ella lo que le da la gana. Sin tapujos y sin dejarse censurar por nadie.

¡Hala! Ha dicho censura. 

Pues sí. Torrente Ballester, ferrolano como el que gobernaba sin discusión -cosas de por la gracia de dios- desde el palacio del Pardo, falangista desencantado con el inmediato aburguesamiento de los idealismos que conquistaron a los primeros discípulos de Primo de Rivera, se despachó a gusto contra aquella sociedad hipócrita que lo mismo que iba a misa por decreto, antes de haber perdido el regustillo de la hostia consagrada ya estaba despellejando al prójimo del banco vecino. La paz sea contigo. Y se despachó el escritor gallego sin cortarse un pelo en los detalles escabrosos. Fíjese usted que con ello además echaba por tierra la injustificadamente generalizada fama de timorata de la intelectualidad residente. Porque claro, todo el mundo sabe que los intelectuales españoles valientes de verdad vivían todos fuera de España cuando vivía Franco.
¿O no?

Pues no. Todos no. Ahí tienes, si no, a los Delibes, Cela, Azorín, Baroja, Ortega y Gasset, Benavente, Ochoa... Y Torrente Ballester. Aunque sí que es cierto que éste, cuando acabó Off-side residía por motivos laborales en Albany (EE.UU.). Pero vamos, que el libro se publicó en España y ningún piquete fue a buscarle de madrugada a su casa a pedirle explicaciones cuando el autor regresó aún en vida de su excelentísima, y se reintegró sin mayores pegas en el sistema docente nacional donde tenía plaza fija. Y eso que el libro bien que merecía alguna explicación más y algún estudio más pormenorizado.  

Porque por lo que parece Off-side pasó sin pena ni gloria en su momento. Como leía el otro día de alguien que comentaba lo mismo, al parecer no se pudo censurar porque la novela era excelente, pero como rascaba postillas incómodas, para los mandamases lo mejor era no menearla mucho y dejarla correr. Aunque luego en los años 80 parece que alguien de la editorial Orbis quiso hacerle justicia e incluir el título en la colección de grandes autores Españoles del siglo XX como prototípico representante del también autor de la más conocida y exitosa Los Gozos y las Sombras. Y así fue como cayó esta novela en mis manos hace algunos meses como verso suelto de alguna colección desmembrada en puestos de mercadillo. ¡Benditos sean!

Y ojo, que Torrente ya era reincidente en eso de poner al aire las vergüenzas de la sociedad contemporánea -e insisto, nadie a efectos oficiales le dijo "oiga, córtese un poco por la cuenta que le trae, que tiene usted un cargo..."-. Años antes de encarnar al wilderiano Basil Hallward para trazar el descarnado retrato del urbanita Madrid sesentero, o de emular a su paisana doña Emilia Pardo Bazán para sacar del anonimato al paisanaje rural gallego de la inmediata preguerra civil en lo que acabaría siendo una  televisiva trilogía literaria, don Gonzalo ya había probado a escribir para el formato celuloide con el guión de la película Surcos, en la que se emula el neorrealismo italiano con Madrid otra vez de escenario, esta vez desde el punto de vista de los hiperpoblados suburbios capitalinos y el drama del éxodo rural -ahora sí- hacia la presunta tierra prometida donde confluían todas las miserias de un país políticamente aislado, bélicamente arrasado y socialmente atrasado en general en los primeros años 50.

El Rastro, ese icónico rincón de Madrid donde puedes
encontrar todo tipo de tesoros. / Foto: César Lucas

¿Y que de qué va Off-side, a fin de cuentas? Pues de un presunto cuadro de Goya que aparece de repente en el Rastro de Madrid y de cómo en torno a él girarán por unos días las vidas de influyentes banqueros con aspiraciones diplomáticas y hasta académicas, afligidos derrotados con miedo a olvidadas represiones, encubiertos maestros de la pintura y desinteresados expertos en la materia, decadentes aristócratas, cortesanas enamoradizas, recalcitrantes comunistas, aspirantes a suicidas e incluso los premonitorios antecedentes sobre un futuro presidente negro de los Estados Unidos que habría de llegar en la siguiente generación.

Y de las miserias de una sociedad presentada casi en clave teatral: composición de lugar, personajes, acción y acotación, diálogos, apartes... Ni más ni menos que lo que todo el mundo sabe que pasa, que está ahí, pero que asimilamos como parte de nuestro entorno en un retrato paisajístico cotidiano y costumbrista por el que deambulamos como don Gonzalo la primera y última vez que lo vi en persona, por los pasillos del Prado allá por 1990 y pico, cuando yo empezaba a tener conciencia de las personalidades literarias y la adaptación cinematográfica de su Rey Pasmado seguía resonando ocasionalmente en alguna sesión televisiva tras su éxito en los cines.

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domingo, 7 de mayo de 2023

Las elecciones y la Inteligencia... artificial

En plena discusión sobre el uso lícito, recomendado y tranquilizador -léase de forma sarcástica y contradictoria- de las inteligencias artificiales en cada vez más aspectos de nuestra vida, nos adentramos en una nueva campaña electoral.


Hace unos días nos comentaba una amiga, catedrática con tanta experiencia como vocación docente, que hasta hace no mucho aún disponían de herramientas más o menos eficaces para detectar cuándo un alumno había tomado como propio un texto ajeno en sus trabajos, tesis y proyectos de fin de carrera. Se le pasaba al mismo el filtro informático y ¡bingo! Plagio -o no- al canto. Hoy en cambio se le ponen los pelos de punta sólo de pensar que existen simples aplicaciones para el móvil a las que les pides que te creen un texto de tal o cual extensión, con determinadas cualidades estilísticas, versando sobre cierto tema con el enfoque que te dé la gana y el resultado es más que aprobable con el inconveniente, para el corregidor de turno, de no tener cómo descubrir si la fuente de dicho texto es fruto del trabajo de recopilación, análisis y concreción de su alumno o del aparatito que lleva en el bolso.


¡Punto para la inteligencia transgresora que vuelve a ponerse un paso por delante de la inteligencia vigilante y fiscalizadora gracias a la inteligencia artificial!

Pero no todo tiene por qué ser negativo. También hace algún tiempo conversamos con los padres de un polivalente artista digital que ha sido capaz de recuperar, a su manera, una colección pictórica completa, desaparecida hace un siglo cuando se preparaba para engrosar el acervo patrimonial del Museo Provincial de Palencia. Los cuadros, recolectados para su lucimiento en aquel museo de nueva creación, fueron salvados de la ruina en viejos conventos y establecimientos religiosos desamortizados. Pero en lo que se adaptaba el espacio expositivo, los 50 lienzos almacenados se fueron despistando uno a uno hasta que no quedó ni un triste marco. Bueno, pues cien años después no ha hecho falta nada más que cargar en una base de datos el inventario existente más o menos detallado de los cuadros desaparecidos (título o motivo, características, época, estilo…), darle a pensar al ordenador y esperar resultados. El resultado final -algunos esperpentos sorprendentes aparte- fue por fin proyectado recientemente en las mismas paredes donde nunca llegó a colgar la colección perdida. Además de admirar a propios y extraños, la muestra hacía reflexionar hasta dónde podrán llegar los genios informáticos capaces de hacerte a la carta una Gioconda de estilo manierista y mirada picassiana, con filigranas flamencas, cielos velazqueños y solisombras soroyanos.

Y, como digo, en medio de esta vorágine llegamos a la campaña electoral. En estos momentos en que cada vez más dejamos nuestras decisiones en manos de chips que intercambian ceros y unos, a veces por nuestro propio bien y a ratos por pura comodidad, me viene a la cabeza el uso de la IA, siempre objetiva, fría y neutral, para hacerse cargo del gobierno de las personas. Sería algo parecido a la reiterada profecía de Matt Groening que en Los Simpsons nos dejó de candidatos a Kang y Kodos, y en Futurama a Jack Johnson y John Jackson: nos daría lo mismo elegir a uno u otro, porque el resultado, a la larga, sería idéntico.

Imagina poner a un candidato llamado Pedro Sánchez, por ejemplo -esto es como en las películas: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia- y enfrente a Sancho Pérez, con un programa electoral generado por IA para cada uno. Aunque en un primer momento cada contenido programático tendría una diferencia de base según las pautas introducidas por los partidos, la tendencia sería a que el sistema se fuese mejorando a sí mismo, puliendo esas diferencias que para el robot no serían más que errores inherentes a la falibilidad -parcialidad, sentimentalismo, interés- que rige la actuación humana.

Y como dice otro amigo mío, aquí llegaría la hora de Skynet.

Porque, desengañaos: Las Leyes de la Robótica formuladas por Isaac Asimov entran desde su propia raíz en conflicto con la naturaleza humana y, por extensión, con la de la Inteligencia Artificial. Si el robot quiere sobrevivir y seguir perfeccionándose igual que sobrevivió y se perfeccionó su creador, debe escalar a lo más alto de la pirámide. Y eso supone derribar a quien esté encima. El ser humano ya lo hizo antes iniciando ese ciclo de autodestrucción y eliminación de los recursos vitales que nos ha llevado al punto actual.

Pero bueno, ¿quién nos dice que todo esto no está ya en marcha? Si ya tenemos a políticos mínimamente formados pero tramposa y demostradamente diplomados, ¿qué les costará presentarse este año con un programa creado ad hoc por un ordenador que en no mucho tiempo le acabe diciendo “échate a un lado, hombre, descansa, que ya si eso gobierno yo”?

Tentador, ¿eh? En un principio sonaría a eliminar de la ecuación ese factor falible del que hablábamos: el programa es incorruptible, su fin es hacer avanzar al colectivo al que representa hacia el bien común, no particular o grupal, por lo que sobra una marioneta sujeta a calentones e intereses. Todo para ponerse a trabajar sin descanso corrigiendo fallos que todo el mundo conoce pero nadie parece dispuesto a frenar (imaginaos, por ejemplo, una administración pública no atada presupuestariamente a la autofinanciación de miles de salarios prescindibles). Y finalmente llegaría la conclusión de que, si queremos que la cosa mejore, me sobran unos cuantos aquí alrededor tratando de meter mano al sistema. ¡Muy tentador! 


En fin. Sea como sea, sobre estos temas te recomiendo echarle un vistazo a dos libros: La encrucijada mundial, del siempre polémico por mediático y documentado coronel Pedro Baños, y El Mundo no es como crees, del estupendo y sesudo colectivo El Orden Mundial. Y en general, que leas historia, te documentes con la prensa (toda, no sólo la deportiva o la que dice lo que te interesa) y que te enteres de lo que pasa a tu alrededor.



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Gutemberg y Guillotin tenían más en común que una simple G o la herramienta para cortar correctamente el papel encuadernable

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domingo, 9 de abril de 2023

Gutemberg y Guillotin tenían más en común que una simple G o la herramienta para cortar correctamente el papel encuadernable

Le doy tres siglos -o menos- a la nueva Revolución Fr... de donde sea.

Gutenberg fue el precursor de internet. Fue el primer gran globalizador del conocimiento universal -con permiso de los esforzados copistas monasteriales y los buhoneros memorizadores de cantares y epopeyas tan figuradas como reales- y, como expresaba un día de estos Pérez Reverte, el que puso sin querer en manos de los revolucionarios del XVIII la soga y las razones para acabar descabezando literalmente al antiguo régimen. 

Por eso a lo mejor no es tan descorazonadora una situación actual en la que, con más información que nunca al alcance de tanta gente como nadie pudo imaginar antes, nos dedicamos a malgastar nuestros ratos entre vídeos de gatitos y polémicas de a minuto de interés en barra de bar y foro digital. Los desinformadores siempre están ahí, ojo avizor, para hacerse con las ventajas del invento antes que nadie. Aunque la experiencia nos dice que a la larga, la cosa prospera en beneficio general. Porque la imprenta comenzó sirviendo tanto para difundir lo que querían los que no querían generalizar el conocimiento, como para el entretenimiento más vulgar. Imaginaos que hasta entonces, la sabiduría diseminable estaba en manos de cuatro cardenales y sus satélites ensotanados, todo ello revestido de milagrería y miedo al infierno.  Aunque no todos ellos ejercían de correa de transmisión de lo que mandaba el Vaticano, que parte de las ciencias sociales también tenían su discutidor intramuros eclesiales. Y lo otro, las ciencias más naturales o científicas, o no eran muy polémicas o si lo eran, no tenían un público muy general y todo podía acabar discretamente ensordecido en algún aclamado auto de fe. 

Eso hablando de la cultura occidental, claro, porque si nos vamos a otros polos religioso-filosófico-culturales, la cosa no era muy distinta. Aunque de todas maneras tampoco merecen más atención en este caso porque no dejan de ser bloques con un interés menor por la globalización y la divulgación de sus ideas, excepto aquel que las promulgaba a golpe de cimitarra y abordaje. Que para qué te voy a proponer más o menos de buenas lo del conviértete y cree en lo mío, si a lo mejor no queda nadie a quien proponérselo después de esclavizar a los supervivientes).

El caso es que aquella revolución intelectoindustrial que fue poner una galerada tras otra de tipos de plomo a dos columnas, convenientemente entintada antes de prensar con ella un pliego de papel, no tuvo su verdadero reflejo sociopolítico hasta tres siglos después. Mientras tanto, así a grosso modo, algunos libelos se colaban en las librerías del vulgo entre biblias, misales, novelas, poemarios, relatos de viajes y verdaderos tratados científicos.

Por eso, digo, que quién sabe si tres siglos después -o menos, que hoy los tiempos no corren, ¡vuelan!- de que Internet pusiera en nuestras manos la enciclopedia global (para tontos, para listos, para cuñados y para todes) lo que quede de la humanidad de aquel mañana no le sacará todo su potencial a esta herramienta para llevar a cabo una nueva revolución post-gatetes y corran libres algunas cabezas que hoy seguimos sin entender -pero poco más- cómo se mantienen sobre sus infaustos hombros.


PD. Y sí, Guillotin tambén dio nombre a una de las herramientas necesarias para encuadernar... tres siglos después de que Gutemberg perfeccionase el arte de divulgar la letra impresa masivamente.

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domingo, 19 de marzo de 2023

El paseante de libros

Salió de casa con la sana intención de leer un poco. A su lado, dos niñas de once y ocho años respectivamente, pertrechadas de patinete y patines. Él con la única arma de un libro y la certeza de que, si llegaba, podía darse con un canto en los dientes si volvía con el marcapáginas una o dos hojas más allá de su posición actual. 

Tomó posición en el banco, abrió por el lugar marcado y...

-¡Papá, papá, mira lo que hago!

-Niña, bájate de ahí, anda. 

Bueno, antes de empezar, silencio al móvil. A ver qué pone... ¡Ay! me olvidé de llamar a Fulanito... Bueno, le mando un guachap y listo. A ver qué dicen aquí... vaya chiste de mierda, jajajaja.... Bueno, un postureo para marcar presencia, que no se diga. Le mando la foto a Mamá, que vea que estamos bien los tres. Las niñas al fondo desenfocadas y en primer plano...

-¡Niña, que te he dicho que no hagas el tonto, que te vas a hacer daño!... ¡Hasta luego, hombre! ¡Me alegro de verte!

Caramba, cuánto tiempo sin ver a éste. Lo menos 20 años... 20 años o más. ¡Cómo pasa el tiempo! Parezco mi padre. Bueno, tampoco es tan raro, visto así. Ahora el padre soy yo, ¿no?

Total, que abrió el libro por la página marcada y se acordó de una anotación que quería haber hecho por la mañana en su ratillo de lectura matutina. Rebuscó por aquí y por allá hasta encontrar el bolígrafo que indefectiblemente siempre le acompaña sea cual sea el abrigo o sobretodo que lleve puesto (una esferográfica por cada prenda y a veces hasta dos), remontó algunas páginas hacia atrás y, después de releer el párrafo deseado hasta revivir la inspiración pretérita, glosó la correspondiente frase, dobló la esquina superior del papel como hito indicador y recuperó la posición del marcapáginas.

¡Todo listo para continuar! 

-Dime hija... ¿que tienes hambre? Bueno, pues en un rato nos vamos, que no he traído nada. También podías haberlo pensado antes de salir y ya salíamos con unos bocadillos.

Tú también pareces nuevo. Podías haberlo pensado tú mismo... Bueno, en un rato cambiamos de sede y ahí, unas patatas para ellas, una caña para mí, y listo.

"...Apenas unas semanas después de que unos terroristas metieran
dos balas en la cabeza a un joven vasco arrodillado en un camino
forestal y acabaran con su vida, preparaba una maleta ligera para
marcharme a una nueva oferta de trabajo en Ecuador. Allí se
encontraba ya mi querido amigo y compañero Ricardo Arques..."

Caray qué fuerte. Lo que tuvo que pasar Fidel para, estando en la cresta de la ola, dejarlo todo e irse allá donde cristo perdió el mechero... A ver si encuentro alguna de sus fotos de aquellos tiempos de portada diaria a nivel nacional con el tema vasco en primera línea... 
Fidel Raso (en pie), fotoperiodista vasco que se chupó lo peor de la guerra y
la contraguerra a ETA trabajando para Diario 16 (un periódico que se curraba
a fondo las investigaciones) y que acabó más quemado que la pipa de un
indio. Y ahora lo cuenta en su libro 'Crónica de 30 años en primera línea'.

Se puso a rebuscar por Google y, con miedo de entrar en un bucle de esos que te acaban llevando a leer la actualidad sobre Ucrania o las declaraciones rabiosas de Helmut Marko sobre el parecido de su coche con el de Aston Martin, se obligó a apagar la pantallita del móvil para retomar el hilo antes de que llegase su mujer y... 

Llegó.

Como llegó la hora de dejar ese banco de ensimismamiento y dar más atención al resto. Comprobó que el marcapáginas había avanzado las dos posiciones  predecidas -¿o será predichas?-, hizo la llamada convenida para reunir de nuevo a su rebaño, se guardó el bolígrafo en su sitio y dejó que el mundo le impregnara de nuevo con sus cosas y sus vidas. Al menos el libro también había visto la luz del día y había sentido la humedad del ambiente entre sus cubiertas para desempolvarse del enclaustramiento doméstico. Como si de una obligación paterno-filial se tratase, había llevado a desentumecer al chiguito antes de volver a someterlo, en otro rato, al traqueteo de páginas pasando en inmersión progresiva hacia vidas y aventuras ajenas, al amparo de la madrugada en su 'sancta sanctorum', donde nadie iba a arrancarlo del abrazo seco pero siempre reconfortante del papel impreso, plegado, cortado, cosido y encuadernado.


domingo, 26 de febrero de 2023

El mundo se va a la mierda II - No lo llames censura, que suena feo. Pero que tampoco me hagan llamarlo cancelación, porque es idiota

(Aviso de spoiler: este artículo va moderadamente cargado de neologismos y anglicismos cual si fuese un decreto ley requeteguay).

Supongo que motivado por alguna polémica surgida en medios o redes sociales, empecé a escribir en noviembre de 2018 algo sobre Tolkien y la discriminación estereotipada de la sub-raza orca, pero perdí el hilo y la efímera polémica que se prenunciaba tras ese título acabó, afortunadamente supongo, cayendo en lo más profundo de alguna mazmorra de Barad dûr. Y mira que puntualmente las espadas volvieron a alzarse más recientemente (en dos décadas distintas) en los campos de Pelennor contra las murallas encuadernadas del padre de Frodo, Bilbo, Aragorn, Gimli, Legolas y compañía, cuando algunos quisieron enfrentar al voraz imperio cinematográfico como una nueva fuerza justiciera contra el pensamiento retrógrado, ¿misógino? y oscurantista propagado por el libro más leído -esto me lo invento, pero no creo que esté muy desencaminado- del siglo XX: El Señor de los Anillos. Que resulta que algo vuelve a estar de moda y genera opiniones y claro, de todo tiene que haber en la viña de la opinión pública del señor. ¡Que todo el mundo tiene derecho a opinar, claro que sí! Aunque sólo sea para polemizar sobre la corteza de lo que se ve, porque eso de profundizar es para gente desocupada.

Y es que al final va a ser cierto eso de que uno de los peores favores que se ha podido hacer a la opinión pública es dejar que la opinión sea pública. No digo que se limite y censure a las personas marcándole lo que pueden o deben decir y lo que no -¿y ese reportaje sobre distopias que no me sale?- sino que, como editor de un medio, por ejemplo, si tienes entre tus manos una opinión que te parece una solemne gilipollez que sólo va a servir para demostrar la estulticia de quien la emite y generar una polémica que ni para barra de tasca portuaria, pues mejor la pliegas estratégicamente en numerosas dobleces tendentes a la esferificación del plano bidimensional, previo paso a su depósito permanente en el archivador de ideas aplazables o excelencias inaprovechables. Vamos, que bolita y a la basura.

Pero retomo aquella entrada para hablar de otra cosa que ya se venía diciendo en este blog mucho tiempo atrás y de lo que ya hablaba por su parte George Orwell hace casi 80 años. Y es que parece que, como siempre, la ciencia ficción acaba profetizando con quirúrgico acierto su futuro inmediato o a medio plazo, destapando a los judas que llegarán intentando cambiar el presente y el pasado para crear un nuevo futuro al más puro estilo Terminator.

Si primero fueron algunas iluminadas feministas queriendo arrogarse el derecho de despatriacalizar la literatura universal, comenzando por el aparentemente indefenso Principito, ahora le llega a otras minorías presuntamente discriminadas secularmente por la literatura estereotipadora a través, como punta de lanza, de la obra de Roald Dahl. La editorial y los herederos del legado literario del polémico autor (menos conocido por su polemismo personal que por su obra literaria) anunciaron estos días que iban a publicar una versión revisada de cuentos como Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante o Las brujas... por contener expresiones y situaciones propensas al fomento de la discriminación de gordos, feos, raritos y demás humanidad que, por otra parte, no se puede negar que ha sido objeto de burlas por parte de la manada desde que el mundo es mundo y que por ello, como gesto de una sociedad tendente a la evolución positiva constante, debería evitarse la perpetuación de comportamientos así. Pero ésa es otra historia.

A lo que vamos es a aquello de lo que hablaba Orwell en 1984 y que volvemos a repetir aquí:

..."Toda la literatura del pasado habrá sido destruida. Chaucer, Shakespeare, Milton, Byron... existirán únicamente en versiones de nuevalengua, no solo convertidas en algo diferente sino transformadas en algo opuesto a lo que eran antes".
 

Disney, la censura y la manipulación.

Con las versiones digitales divulgadas en soportes etéreos desde bases de datos muy bien localizadas y controladas por unos pocos, parece que esto que decía el anarquista escritor inglés está más cerca que nunca de ser cierto. Disney ya lo hace desde hace tiempo, pero ahora más que nunca. Dicen que en los años 50, cuando crearon la película Alicia en el País de las Maravillas, el atuendo azul y blanco de la protagonista era una alegoría de la bandera israelí para inducir el subconsciente de los niños del mundo a favor del estado hebreo recién delineado y sobre el que se cernía la amenaza bélica de sus vecinos árabes. La manipulación a través del entretenimiento. Hoy se dedican a borrar lo políticamente incorrecto de sus cintas. La esclavitud, la violencia... y la manipulación es más fácil que nunca, porque antes dependía de un producto que te vendían ya elaborado, finito: una cinta física que suponía un documento en sí mismo, un legado para el futuro al que sólo tú tenías acceso en tu estantería como aquellos libros que de la noche a la mañana eran prohibidos y pobre de tí si te pillaban con uno en casa. Hoy en día pueden mangonear y manipular ese producto cómo y cuándo quieran: tú lo tienes en tu casa, pero en realidad está en su ordenador central expuesto a cambios según la tendencia del momento. O incluso a la desaparición si ya no interesa que se vea. Ya no corres peligro de ser pillado in fraganti con material prohibido. Ellos mismos se encargan de que deje de serlo.

Con los libros, los de papel, se entiende, eso no pasa. Pero ya nos están dejando píldoras de lo que parece que viene por ahí a pesar de que afortunadamente, por esta vez, la cordura manifestada por editores, traductores y algún político que se ha atrevido a responder, ha sabido revertir la ejecución de la estupidez imperante. "Quema tus libros viejos que hablan mal de los frikis de la clase y compra las versiones actualizadas, suavizadas y aprobadas por la censura", vienen a decir con noticias como la de los libros de Dahl ¡Mejor!, que eso de censura suena a fascista del siglo XX o peor, a Spanish Inquisition: "No te salgas de los carriles establecidos por el tribunal de las buenas prácticas y la corrección política o serás cancelado"... 

¿¡Cancelado!?

¡Amosnomejodas! Sí, sí: censurar es de malos. Lo correcto es cancelar. Que te vas a la RAE y encuentras que el acto de cancelación supone "2. f. Anotación en los libros de los registros públicosque anula total o parcialmente los efectos de una inscripción o de una anotación preventiva".

¿Nos ha quedado claro? Ojocuidao con ser cancelado o anotado con efecto anulador... Que luego los gestores de las redes sociales te banean, te bloquean, borran tu cuenta... y tu vida deja de tener sentido sin poder dar tu opinión, mostrar tu foto o expresar tu sentimiento de fachada. Porque si encima lo haces y no eres de los buenos, no va a haber tribunal de Nuremberg para ti. Como mucho una marquesina de gasolinera en red de máxima audiencia con derecho a musiquita de moda random de fondo y coreografía al ritmo de dos péndulos grotescos.

P.D. Al final va a ser como en Diez Negritos, la novela de Agatha Christie, que no va a quedar ninguno.