lunes, 2 de mayo de 2016

El 2 de Mayo y los Episodios Nacionales

Durante varios meses del año pasado me dediqué a profundizar en la historia más o menos reciente de España de la mano del ilustre don Benito Pérez Galdós, que con esa gracia canaria tan suya se tomó muy a pecho el papel de cronista del siglo XIX, dejándonos una de las obras fundamentales de la literatura y de la historia de España. 


A veces me intento poner en su lugar, pienso en cómo afrontaría yo la labor de ponerme a contar a las generaciones futuras cómo fue el siglo XX. Que dices "la cosa tiene enjundia", con su era post 98, su República, su Guerra Civil, la dictadura y antes la dictablanda, la Transición, la Democracia con sus más recientes fiascos presidiarios, las idas y venidas de los movimientos secesionistas... Y me falta suelo del vértigo que me entra. Imagina contar todo esto sin que unos y otros te tachen de partidario, inexacto, manipulador, revisionista, o lindezas por el estilo. Y si ya te propones innnovar y para que entre mejor dices pues voy a hacerlo novelado, contado en primera persona por alquien que de manera ficticia pero casi creíble haya podido estar en todos los principales escenarios de esa época, no faltartá quien piense que eres un superficial que te tomas muy a la ligera hechos fundamentales, heridas aún sin restañar... Yo lo llamo la hipersensibilidad del siglo XXI.


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Los Episodios Nacionales, ese monumento literario que sirve para algo
más que para decorar y combar varios metros cuadrados de estantes y librerías.


Bueno,pues todo eso supo hacerlo magistralmente don Benito en ese monumento literario que sirve para algo más que para decorar y combar, junto a alguna enciclopedia olvidada, varios metros cuadrados de estantes y librerías. Porque la obra es en sí monumental por su tamaño y tratamiento, fundamental por su contenido, pero entretenida y leve en su ejecución. Que empiezas a leer Trafalgar como quien está leyendo cualquier novela de aventuras juveniles y acabas empapándote de estrategia naval. Sigues por la Corte de Carlos IV y es un ejemplo moderno de la novela picaresca del siglo de Oro. Y así vas enganchando un episodio nacional a otro, evolucionas al lado de su protagonista, el joven Gabrielillo nacido en los arrabales de Cádiz que después ya es un mozo Gabriel, asistente y joven confidente de las tramas de la Corte; Gabriel de Araceli, apasionado y destemido, procurado y ajusticiado por la autoridad Real bonapartista; el teniente de Araceli, veterano de Bailén, Zaragoza, asistente del Empecinado... Y cuando te quieres dar cuenta, te estás empapando de hechos, personajes y situaciones que escribieron la historia de un país. Estás aprendiendo Historia. 


Y no es una obra leve, no. Como digo, en dos o tres meses leí, creo, menos de una quinta parte de la obra total. Y si me desenganché -con el esfuerzo de un viciado- fue con la promesa de volver a caer en un futuro, ya que esa lectura me estaba consumiendo de otras que tenían que ser y no podía postergar por más tiempo. Ahora 'estoy limpio', pero sigo mirando para el icono del Kindle (suena menos romántico que decir "sigo mirando para la filera de tomos que esperan, alineados en mi librería, que algún día vuelva a acariciar sus páginas") como el exfumador que acompaña con la vista la trayectoria de algún viandante por la calle que ejecuta maquinalmente el movimiento parabólico de la mano desde una posición relajada junto a la pierna hasta la altura de la cara, donde los labios se aprietan para mejor aprovechar en la inspiración el contenido tóxico filtrado por un pedazo de espuma desde la incandescencia envuelta en papel de fumar.

Pero me estoy desviando del asunto. Y es que, aprovechando la fecha de hoy, quería recordar una reflexión que hacía, hace justo un año, al leer el episodio nacional referido a la fecha que conmemoramos, cuando el pueblo de Madrid se levantó espontáneamente, movido por un sentimiento colectivo de injusticia. Cuando se coordinó sin más estrategias, sin programación, sin aviso previo, y actuó como una ola gigante, imparable durante 12 horas, dando lugar a una marea posterior que acabó derribando, con la insistencia de las corrientes marinas, la bien organizada maquinaria bélica napoleónica.


"Táctica y estrategia de nada sirven sin una tropa entusiasmada. (...) El más poderoso genio de la guerra es la conciencia nacional, y la disciplina que da más cohesión el patriotismo. (...) Aquel júbilo, aquella confianza, aquella fe ciega en la superioridad de las heterogéneas y discordes fuerzas populares, aquel esperar siempre, aquel no creer en la derrota, aquel no importa con que curaban el descalabro, fueron causa de la definitiva victoria en tan larga guerra, y bien puede decirse que la estrategia y la fuerza y la táctica, que son cosas humanas, no pueden ni podrán nunca nada contra el entusiasmo, que es divino". Consideraciones de Benito Pérez Galdós, sobre el 2 de Mayo y la posterior guerra al francés en los Episodios Nacionales.



Y como última reflexión sobre cosas que Pérez Galdós contó antaño y que tienen su reflejo aún en nuestro días, ahí dejo esa otra píldora sobre algo que me llamó bastante la atención:


La primera vez que visité el Museo del Prado, mi madre me hizo guiñar un ojo y formar un canuto con los dedos para, colocados delante del otro ojo abierto, mirar a través y fijarme en la cara de Carlos IV sin distracciones como la peluca o el uniforme. El objetivo era constatar la similitud de los rasgos con los de su descendiente Juan Carlos I. Ahora leyendo a Pérez Galdós no me queda duda de ese parecido, según la descripción que hace del tátara-tátara-tatarabuelo del 'rey campechano': "era un señor (...) de rostro pequeño y encendido, y sin rasgo alguno en su semblante que mostrase las diferencias fisonómicas establecidas por la Naturaleza entre un Rey de pura sangre y un buen almacenista de ultramarinos". Pues eso, campechanía borbón al poder.


Haz zoom en la imagen y sigue las instrucciones
del párrafo anterior, a ver si funciona.

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