martes, 18 de abril de 2017

¡Más papel, es la guerra!

Portada del excelente estudio/recopilación editado por Edaf en el 99.
La gravedad de los acontecimientos que vienen protagonizando en progresión geométrica nuestros vecinos al oeste del Mar del Norte. Su insensata actitud egopatriotista nunca abandonada a pesar de todos los intentos por insertarlos en la sociedad comunitaria. Su insistencia en diferenciarse del resto con gestos tan poco cabales como conducir por el lado equivocado de la calzada o mancillar la dudosa reputación de las chanclas eclipsando su efecto refrescante sobre el pie con el uso de calcetines -muchas veces de color!-. Todo eso, insisto, nos hace desenpolvar una efemérides tan notable como el próximo sexagésimo primer aniversario de la declaración de guerra (culminada brillantemente con una fugaz victoria, como siempre poco recordada en este país que nos acoge) lanzada por lo más granado del humorismo español contra la Pérfida Albión. A ver si así, desde el 10 de Downing Street o desde el Palacio de Buckinham se dan por enterados. Principalmente la reina, que sigue siendo la misma que, a los pocos años de iniciar su reinado, afrontó no sin su habitual dosis de flema real, el primer gran conflicto internacional de su interminable imperio a cargo de los plumillas y dibujantes de La Codorniz.


Fueron meses de descargas artilleras en formato papel contra los farallones blancos de Dover. Cascotes de letras abollando bombines por doquier y ráfagas de carcajadas insuflando ánimos a las lectoras huestes hispanas. La repercusión internacional, como era de esperar, fue más o menos la misma que cuando el Almirante Vernon se volvió por donde vino de Cartagena de Indias con su maltrecha escuadra y el rabo entre las piernas. Un lujo verbigracia que posiblemente su contrincante no podría permitirse, ya que ni piernas (en plural) tenía para meterse el rabo.

Los ingleses dominan hace siglos eso de usar la prensa
para avivar la rivalidad internacional.
En realidad fue una suerte de guerra fría mientras el papel no fuese usado para cebar calderas. Un tipo de hostilidad a priori indefensa que los ingleses llevan usando desde que descubrieron la efectividad del papel impreso como arma satírico-arrojadiza. Napoleón, por ejemplo, ya fue víctima de estos alfilerazos en letra y trazo de la prensa inglesa, que le amargaban los desayunos mucho antes de la derrota de Waterloo. Y qué decir del susodicho Vernon, que antes de zarpar de Inglaterra rumbo a América, se hizo acuñar su propio chiste sin imaginar siquiera el valor humorístico más que numismático que su moneda tendría en el futuro.

"El orgullo de España hmillado por el almirante Vernon", mientras un tal Don Blass, más entero que el héroe de
Cartagena, hinca la rodilla (no sabemos si la del muñón o la otra) ante el promotor de tan histriónica medalla. 

Los de La Codorniz se adelantaron a los comandos de turistas guiris que, algún tiempo después, emularían a las heroicas Ratas del Desierto de Sir Percy Hobart cuando se infiltraban en las líneas del Afrika Korps. El hilarante estado mayor de la Plaza del Callao (sede del semanario) lo tenía todo tan pensado que hasta desplegó sobre el terreno un especialista en pequeños sabotajes. Y claro, puntualmente enviaba sus crónicas/informes sobre la actividad quintacolumnista desarrollada en la capital de la Pérfida Albión. Como muestra, un botón:

...Mientras camino por la calle voy arrastrando los pies contra el suelo. De esta forma contribuyo a que la acera se desgaste más deprisa. (...) Saco un papel arrugado del bolsillo, y lo lanzo procurando que caiga fuera (de la papelera). pasan unos extranjeros y al ver el papel en el suelo hacen un leve comentario sobre la suciedad de las calles londinenses. (...) Aunque sé perfectamente dónde está mi hotel, me dirijo a un guardia y le pregunto en inglés por su dirección. El guardia, para contestarme, tiene que desatender por un momemto sus obligaciones de mantener el orden con el consiguiente perjuicio a la nación inglesa…


El pedante director de La Codorniz, Álvaro de la Iglesia,
explica el plan de ataque para que la tonadillera no se
pierda en las nieblas londinenses.
Todo un despliegue en el que llegaron a tener empeñado el apoyo nada más y nada menos que de Sarita Montiel, a la que nombraron agente especial y espía bajo el nombre en código de X-1. Ahí es nada… Aunque es bien cierto que La Codorniz no era una cualquiera en la sociedad hilarante de esa época, habiendo dado cobijo e incluso impulso a nombres como Chumy Chumez, Gila, Miguel Mihura, Jardiel Poncela, Gómez de la Serna y Wenceslao Fernández Flórez, o mi muy admirado Antonio Mingote, por citar algunas de las ilustres firmas que por sus páginas pasaron, aunque no precisamente en esta belicosa época que nos ocupa.

Pero lejos de nuestra intención hacer sonar de nuevo los clarines de la guerra, porque para eso ya están otros allá por el Mar de la China afilando los misiles. Lo nuestro es más una labor formativa, informativa, de contenido, para quien necesite pólvora en su particular guerra al inglés. O al británico, según se mire. Y para eso, nada mejor que leer al genial Augusto Assía, del que a continuación les damos más detalle por ser, con su sorna gallega y años de corresponsalía a orillas del Támesis, uno de los mejor credenciados analistas del ser anglosajón.

Con el recopilatorio especial de La Codorniz y su guerra a Inglaterra en una mano, y los compendios de escritos de Assía en la otra, estamos preparados para cualquier intercambio de tiros (figurados, se entiende), tuits y lo que sea con la otra orilla del Canal de la Mancha, ya sea para defender la honra de las patatas bravas, la memoria de Blas de Lezo, la siesta o la Spanish Way of Life.  

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