lunes, 27 de noviembre de 2017

Peridis, las ruinas y la simbiosis del humanista

Cuando uno piensa en un humanista, en un hombre para todo, brillante en todos los campos, se le puede venir a la cabeza alguien como Leonardo da Vinci. E inmediatamente recordar sus aportaciones al desarrollo del arte y de la ciencia, como la Gioconda y su dichosa sonrisa, el hombre de Vitrubio, el helicóptero (y aquella esquizofrénica recopilación de inventos gastronómicos y experimentos culinarios que leí hace ya unos cuantos años)... Y tantas otras cosas a las que no se puede desvincular de forma alguna del apellido de su autor. Y sin embargo tenemos hoy en día otro tipo de humanista menos egocéntrico, digamos, más colectivo, cuya mayor obra prevalecerá y evolucionará en el tiempo posiblemente ajena al nombre de su creador. Porque esa obra (que no toda en su conjunto, ojo) es fruto de una serie de cabezas que el tal personaje supo juntar bajo una denominación común y que hoy inventa como un ser vivo independiente, iluminado por aquella chispa primigenia. Ese vástago es capaz de generar la riqueza más codiciada o procurada de este inicio de siglo, el empleo; y que a través de éste surjan nuevos esquejes de naturalezas totalmente diversas. 

Los brotes afloran de un montón de piedras entre las que hace muchos años un escritor vio nidos bulliciosos. Algunas décadas después, un niño una aventura sin fin. Y hoy ese niño, ya hecho arquitecto, dibujante, escritor, conservador, presentador, pensador... su modo de vida y el de muchísimas otras personas congregadas como antaño alrededor de los muros de un monasterio.

No, Kingsbridge no. Santa María la Real si eso, que suena más nuestro. 

Pues sí. Miles recordarán en el futuro las escuelas taller y las lanzaderas de empleo, o las novedosas fórmulas de recuperar, proteger y promover el patrimonio creadas bajo el auspicio de Santa María la Real. De la Fundación que lleva su nombre y que nació, precisamente, para evitar la desaparición del cenobio románico a base de innovar. Y sin embargo a su perpetrador tal vez se le recuerde más por su labor gráfico-editorial en el diario El País. O por sus simpáticas producciones televisivas presentándonos algunos de los tesoros más desconocidos de la historia de España. O por su más reciente vena escritora que tanto y tan merecido éxito le está reportando, una vez más. Así es Peridis, ése al que si lo llamamos José María Pérez, nadie va a saber de quién hablamos. 


Añádase al momento fan un libro autografiado con
derecho a retrato al minuto por parte del autor. :O
(Foto: Carmen Molinos).
Precisamente venimos de disfrutar este fin de semana la presentación de su última obra: Hasta una ruina puede ser una esperanza, libro donde cuenta y documenta, dibuja y esquematiza la simbiosis que estableció hace 40 años con aquellas ruinas por las que correteaba de chaval en su Aguilar de Campoo adoptiva. Disfrutar, digo, primero porque es un privilegio escuchar al mismo autor hablando en persona de su obra (y ya que te la autografe con retrato incluido, la guinda). Y segundo porque Peridis sienta cátedra con autoridad, imparte lecciones magistrales por la cara y todavía arranca carcajadas con fundamento sin andar bailoteando y haciendo aspavientos alrededor de un micro de pie como está tan al uso en estos tiempos. 

Hace 40 años a un joven arquitecto se le metía en la cabeza que las ruinas a la salida de su pueblo tenían que ser algo más que otra víctima silenciosa de la falta de presupuesto, interés o público para tanto patrimonio como hay desperdigado por aquí. Lo que no sospechaba Peridis era que a medida que avanzaba en su lucha por restaurar las piedras del antiguo monaterio, su espíritu redivivo iba a poseerle y ligar su porvenir al futuro de ese tipo que tanta guerra daba en los estamentos oficiales para arañar un poco de financiación para lograr su objetivo. Porque la pasta no se la iban a dar (y menos, claro está, en cantidad satisfactoria) si no se curraba algo curioso que presentar. Y ahí comenzaron a surgir iniciativas, y a crearse vínculos, y a moverse acciones. Y los muros del monasterio fueron cobrando vida. Y su defensor ganando prestigio. Y los dos creciendo juntos... Vamos, que pienso en esa relación y lo veo casi como una especie de Transformer. Permitidme la licencia friki del día. En vez de transformarse en un vehículo colorido ultrarápido y a veces ingenioso, Peridis hunde sus pies en la roca, endurece los músculos, arruga el semblante, estira la frente y hale, transformación al canto. Pero tampoco me hagan mucho caso con esto, que ya digo que es un viaje mental, Mejor hablar de la simbiosis, esa asociación biológica con beneficio mútuo en el desarrollo vital de ambas partes.

Peridis es un humanista que, a la inversa de da Vinci, firma su obra cotidiana con su nombre artístico personal y sin embargo, agradecido, identifica sus mayores proezas con el nombre de su alter ego, el de la obra que le hizo ser quien es: Santa María la Real. Y en el libro que roba para su título la frase que Unamuno dedicó a aquellas ruinas en las que se alegró al descubrir la alta tasa de natalidad alada de la Montaña Palentina, cuenta hasta qué punto sus raíces profundizan en los cimientos románicos, personal y profesionalmente, para ser quien es hoy. 

Hasta una ruina puede ser una esperanza recoge esa simbiosis perfecta entre la persona en construcción y el monumento renacido: Peridis y el monasterio de Santa María la Real de Aguilar de Campoo.

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