AL INGENIO PERDIDO
Yo tuve un
caballo antaño.
Para mí era como
un hermano.
Corríamos juntos
por los prados
bajo el suave sol
de mayo.
Le hablaba al
oído,
muy quedo
y él a todo me
respondía
muy tierno.
Odiaba vivir
atado,
era libre como el
viento.
Bufó de agrado el
día,
siendo él
pequeño,
en que tiré el
bocado
a la basura y los
arreos.
Cabalgó firme por
el suelo…
¡Aún oigo brioso
su trote,
las mañanas de
verano!
La tarde aún no ha pasado
y yo camino solo
por el campo
de blanca nieve
alfombrado…
¡Qué bien sonaban
sus cascos
buscando el verde
del fondo,
bajo la nieve!
Y ese aroma de rosas
que el muy bribón
masticaba
para atrapar en
él
todo lo bello y
hermoso que significaban.
Pero quisieron ponerle trabas.
¿Será que era
demasiado
bueno para los demás?
Murió, desesperado,
ahogado en su
propia vanidad.
Ahora me visita
en mis sueños,
y vuelo a lomos
de mi descarnado amigo
y contemplo
desolado su nuevo hogar:
No tiene hierba
tierna
para pisarla con
los cascos.
No hay arroyos
frescos
donde reposar su
secular cansancio.
Ruidos de dolor
acompañan
A diario su
silencio.
Que descanse
donde está;
nadie mereció
contemplar
ahora su ingenio.
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