El cine nos da la razón. También en literatura de viñetas los años pasados fueron mejores. |
Cuando entré en el kiosco tuve la misma sensación que cuando despiertas de una pesadilla y descubres que no todo lo que estabas viendo era fruto de la imaginación. Que el mal sueño responde a los miedos de la realidad. Y no sabes entonces qué te asusta más, si la sucesión de impresiones generadas por el subconsciente o su inspiración real.
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Me recuerdo con mis tres hermanos mayores, cogidos de la mano en perfecto orden descendente, mirando a los dos lados antes de atravesar la calle por el paso de peatones frente a Caja Salamanca y caminar por la acera sin romper la formación hasta el kiosco de Justo, al pie del convento de las Agustinas. Después se mudaron unos metros más allá, al local donde elevaron el oficio de kiosquero a sus más altas cotas. Foto: José Luis Sánchez Barea |
Pero volvamos a aquella pared que se extendía a la izquierda de la puerta de entrada. Allí donde me solazaba releyendo, una y otra vez, las portadas de los Mortadelos, los Zipi y Zape, los Anacletos, Súper López y Carpantas que nos atraían, cual canto de sirena, con sus cómicas ilustraciones de chiste rápido que hacían de introducción a la historia principal contenida dentro del álbum. Teníamos también compendios de varios autores, álbumes como el mismísimo TBO o el Pulgarcito (siempre buscando llevarnos el gato al agua) en cuyas páginas se alternaban tiras e historietas breves, de una o dos páginas. Ahí conocí, quién me lo iba a decir, a la pandilla de Mónica que resulta que es a las últimas dos o tres generaciones de brasileños lo que los alumnos de don Minervo a los que fuimos a EGB. Y el más moderno Súper Humor, que traía a los más grandes de la extinta colección Olé.
Todos estos, digo, me llamaban más la atención que las portadas menos comunicativas de los cómics de Marvel o DC. O de nuestros héroes patrios como el Capitán Trueno o Jabato, o los destemidos personajes del Hazañas Bélicas. Tal vez no hubiese mucha variedad para el público más grande, quitando El Jueves o El Víbora, no tan a nuestro alcance y menos para entender muchas veces sus chistes de portada. Pero claro, quién soy yo para intentar recordar si había algún álbum de Corto Maltese o de Blueberry, más elitistas que los sí presentes Asterix o Tintín.
Donde Justo también había cómics inspirados en productos televisivos, los que estuviesen de moda o en antena en aquel momento, aunque en su mayoría serían aquellos tebeos los inspiradores de la tele (como demostraron años después Mortadelo o Anacleto, y ahora Súper López, y volvemos a nuestra eterna añoranza de los años 80). Otros, inocentes y bienintencionados productos de multinacionales del ocio como los Don Mickey también se vendían bastante bien, pero nada que ver con el éxito de las historietas de Ibáñez y Escobar.
Pero los tiempos han cambiado. Olé, Bruguera y su Gato Negro (que acabó sus siete vidas siendo de todos los colores sin que se supiese si encontrarlo entre las viñetas del Pulgarcito, finalmente daba premio o no) han pasado a la historia. Y el kiosco donde entro ahora y que me recuerda un poco a aquél que sólo vive ya en mi memoria y en el cartel que aún preside el local vacío desde hace años, ni por asomo tiene aquella pared mágica que nos atraía como a moscas. Pregunto aquí por algo del género para un público de entre 6 y 15 años, y me remiten a revistas de canales de televisión y películas de moda, imitaciones para preadolescentes de publicaciones adultas y poco más. No hay un tebeo como tal que no tenga por detrás un producto audiovisual, digital o interactivo con el que combinarse. ¡Ya no hay tebeos en los kioscos!
Epílogo
Menos mal que se me disipa un poco el terror de la pesadilla cuando veo a Marina agarrada a su creciente colección de gibis (nombre popular de los tebeos en Brasil), lectora ávida de literatura en viñetas. Vivo esperando ansioso la llegada del próximo visitante venido de aquellas tierras que nos honre con su presencia, portando eso sí el correspondiente cargamento de historietas despachado por mi suegra para sus nietas, profundamente gradecido porque Brasil aún no ha perdido esa inocencia de la literatura de kiosco infanto-juvenil.Te puede interesar:
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