viernes, 12 de enero de 2024

El problema, al final, sería no divertirse


Por más que lo intentes, por más que analices todas las pistas y estudies todas las hipótesis, si el escritor sabe tejer bien la trama, nunca acertarás con el culpable. Y efectivamente, Pérez Reverte lo ha conseguido.

No ha pretendido hacer un relato original, refritando deliberadamente lo mejor de la novela policíaca del siglo pasado, con tramas al más puro estilo Conan Doyle, en un escenario tal vez sacado de cierta obra de Agatha Christie (no dejo de acordarme de Peter Ustinov sudando bajo un cielo Mediterráneo en Muerte Bajo el Sol) pero con el viejo y encasillado Basil Rathbone interpretándose a sí mismo en su papel más reconocible. 

Como riéndose del género, los forzados Holmes y Watson de la novela -que acabarán asumiendo su impostada identidad, perdiendo el nombre dado por el escritor a sus personajes para acabar llamándose entre ellos como los personajes que les ha adjudicado el resto del elenco- van desentrañando a ojos del lector las novelas y películas a las que homenajean. Se pierden en diatribas críticas mientras, como no podía ser menos, las sospechas y los cadáveres van cayendo alrededor. Un omnipotente autor va dándote pistas, falsas unas, equívocas otras, evidentes las más, como corresponde a un ejemplar de esta especie y al final, en su esperado -por inesperado- giro argumental, te dice: lo tuviste delante de tus narices todo el rato. Has entrado al trapo como un becerrillo y llevas 200 páginas buscando posibles relaciones entre el comportamiento de éste, la antipatía de aquél, las combinaciones del nombre del de más allá, algo que te confirme que eres -al menos- tan listo como que el que escribe. Y como confiesa el protagonista sobre las la lectura de novelas policíacas, te dan ganas de releer el libro sólo para comprobar cómo se llegó hasta ese desenlace sin que tú te dieses cuenta.

"Cuando una novela está bien construida según las reglas del género, es casi imposible que el lector descubra al culpable antes que el detective. (...) No se trata de un duelo entre el bien y el mal, sino entre dos inteligencias (...) no es entre el asesino y el detective, sino entre el autor y el lector".

Prueba superada. Perdí el duelo, me divertí y ahora recomiendo leer este refrito cuyo final también me hizo acordarme de otra película, mucho más moderna que las de míster Rathbone aunque ambientada en aquellas épocas y aquellos paisajes mediterráneos de los que hablaba antes con monsieur Poirot sudando, pero con mucho hijo de papá gastando dólares en la idílica y barata Europa... Y hasta ahí puedo contar.




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