viernes, 26 de enero de 2024

Los caminos que me llevan a París... o a Dublín


A veces no sé si creo o no en las casualidades pero la concatenación de circunstancias es paradójica... cuanto menos. De lo que no me queda duda es de que los libros son vidas que vas sumando a la tuya, capas como de pintura sobre un lienzo, una tonalidad, un color sobre otro, formando matices... mantas sobre un cuerpo que busca calor. Ingredientes enriqueciendo un cocido... Y si esos colores, esas mantas, esos ingredientes, están perfectamente combinados en una sucesión lógica, en una gradación, una escala coherente, una sucesión lineal, el universo funciona.

Rock Hudson pensándose seriamente si dice o no dice
adiós a las armas como le manda Hemingway.
Hace unos meses, en la librería La Pantera Rossa de Zaragoza, la vista se me posó sobre un ejemplar de Tres soldados, de John dos Passos, un autor al que conocía por los paralelismos y su turbia relación con Hemingway, de quien hacía no mucho había leído, por fin, Adiós a las Armas. Tenía estos dos libros como dos de los alegatos antibelicistas fundamentales de la pos-Gran Guerra, junto a Sin novedad en el frente de Remarque, cuya lectura y análisis hice hace algunos años más. El caso es que estando aún de viaje lo empecé a leer y a recordar cuánto parecido -pero a la inversa- tiene ésta con la obra de su paisano Ernest el pamplonica. Una es la historia de un pijo -WASP- al que se le tuerce la aventura bélica italiana pero no pasa nada, porque acaba en Los Alpes suizos con una enfermera inglesa dando clases de esquí mientras se va apagando el ruido de los cañones al otro lado de las montañas. Y los otros tres, que ya vienen con el paso torcido desde el cuartel de instrucción, acabarán dando tumbos huidizos por la Francia de la posguerra. 

El caso es que dos libros después, echando un vistazo a nuestro estante en plena transición de una lectura a otra, como quien no quiere la cosa me fijé en La librera de París, recomendación personal de Tamara, nuestra Librera en la Trinchera de Urueña. Y fue empezar a leerlo y comenzar a recordar que hace mucho que no paseo a orillas del Sena y que tengo ganas de perderme un rato de nuevo por los pasillos de Shakespare &Co. Y se me ocurrió también que la protagonista de esta novela, Sylvia Beach, fundadora real de la histórica tienda de libros en inglés de la capital francesa, bien podría haber conocido al atormentado soldado-intelectual John Andrews que protagoniza la no tan ficticia de Dos Passos. Un cruce verosímil entre una historia y otra, dada la aproximación espaciotemporal entre el final de la primera y el comienzo de la segunda...

¡¿Y no es que se cruzan de verdad?!

Bueno, de verdad... 

La verdad es que en la novela donde Kerry Maher reconstruye la vida de la estadounidense que puso una pica anglófona en el chovinista corazón de la francofonía, en un momento dado describre a la librera Beach leyendo el mismo libro de John dos Passos que un par de semanas antes había terminado yo mismo. Una situación verosímil, ya que es un libro de su época, pero que no deja de ser un recurso utilizado por la novelista para localizar mejor la historia que nos cuenta. Y qué coincidencia, ¿no? que me lo había leído yo antes.

De postureo por París.

¿Pero por qué es mundialmente conocida también Sylvia Beach desde su rinconcito parisino? Pues por ser nada menos que la persona que, luchando contra la todopoderosa censura yanqui -sí, ese paraíso de las libertades que no se corta en dictar y prohibir o permitir lo que es correcto y lo que no-, se partió la cara para que el Ulises de James Joyce viese la luz

Y aquí es donde llego a Dublín. ¿Por qué? Pues porque estoy obsesionado con Ulises desde hace años ya. No, el de Homero no, que de ése me jacto de haber leído sus andanzas cuando aún andaba por la EGB. Estando aún en Brasil me hice con un ejemplar que, cuando fui a darme cuenta, estaba en inglés. No pasa nada, en inglés me lo leo... ¡Incauto! En inglés dice... Aquello era imposible a pesar de mi no tan defectuoso nivel lingüístico. Bueno, pues me tiré a por la edición en portugués y ahí anda, aún, esperándome. 

Pero oh, ¡señal! Un par de semanas después, leyendo uno de los relatos del amigo Beni Domínguez en su último compendio, Todo cambia en un instante, ¿qué libro tenía entre manos una de las personajes? Efectivamente: ¡El Ulises!

 Recuerdos de aquellos días parisinos.

Así que teniendo en cuenta esta concatenación, que Shane McGowan murió cuando empecé a entretejer esta reflexión y que la última vez que estuve en París, cuando pasamos por Shakespeare & Co. había una banda irlandesa tocando en la calle, se impone ir yendo a Dublín a acompañar a Leopold Bloom y Stephen Dedalus en su jornada del 16 de junio. Y luego ya, si eso, viajamos.


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