domingo, 7 de mayo de 2023

Las elecciones y la Inteligencia... artificial

En plena discusión sobre el uso lícito, recomendado y tranquilizador -léase de forma sarcástica y contradictoria- de las inteligencias artificiales en cada vez más aspectos de nuestra vida, nos adentramos en una nueva campaña electoral.


Hace unos días nos comentaba una amiga, catedrática con tanta experiencia como vocación docente, que hasta hace no mucho aún disponían de herramientas más o menos eficaces para detectar cuándo un alumno había tomado como propio un texto ajeno en sus trabajos, tesis y proyectos de fin de carrera. Se le pasaba al mismo el filtro informático y ¡bingo! Plagio -o no- al canto. Hoy en cambio se le ponen los pelos de punta sólo de pensar que existen simples aplicaciones para el móvil a las que les pides que te creen un texto de tal o cual extensión, con determinadas cualidades estilísticas, versando sobre cierto tema con el enfoque que te dé la gana y el resultado es más que aprobable con el inconveniente, para el corregidor de turno, de no tener cómo descubrir si la fuente de dicho texto es fruto del trabajo de recopilación, análisis y concreción de su alumno o del aparatito que lleva en el bolso.


¡Punto para la inteligencia transgresora que vuelve a ponerse un paso por delante de la inteligencia vigilante y fiscalizadora gracias a la inteligencia artificial!

Pero no todo tiene por qué ser negativo. También hace algún tiempo conversamos con los padres de un polivalente artista digital que ha sido capaz de recuperar, a su manera, una colección pictórica completa, desaparecida hace un siglo cuando se preparaba para engrosar el acervo patrimonial del Museo Provincial de Palencia. Los cuadros, recolectados para su lucimiento en aquel museo de nueva creación, fueron salvados de la ruina en viejos conventos y establecimientos religiosos desamortizados. Pero en lo que se adaptaba el espacio expositivo, los 50 lienzos almacenados se fueron despistando uno a uno hasta que no quedó ni un triste marco. Bueno, pues cien años después no ha hecho falta nada más que cargar en una base de datos el inventario existente más o menos detallado de los cuadros desaparecidos (título o motivo, características, época, estilo…), darle a pensar al ordenador y esperar resultados. El resultado final -algunos esperpentos sorprendentes aparte- fue por fin proyectado recientemente en las mismas paredes donde nunca llegó a colgar la colección perdida. Además de admirar a propios y extraños, la muestra hacía reflexionar hasta dónde podrán llegar los genios informáticos capaces de hacerte a la carta una Gioconda de estilo manierista y mirada picassiana, con filigranas flamencas, cielos velazqueños y solisombras soroyanos.

Y, como digo, en medio de esta vorágine llegamos a la campaña electoral. En estos momentos en que cada vez más dejamos nuestras decisiones en manos de chips que intercambian ceros y unos, a veces por nuestro propio bien y a ratos por pura comodidad, me viene a la cabeza el uso de la IA, siempre objetiva, fría y neutral, para hacerse cargo del gobierno de las personas. Sería algo parecido a la reiterada profecía de Matt Groening que en Los Simpsons nos dejó de candidatos a Kang y Kodos, y en Futurama a Jack Johnson y John Jackson: nos daría lo mismo elegir a uno u otro, porque el resultado, a la larga, sería idéntico.

Imagina poner a un candidato llamado Pedro Sánchez, por ejemplo -esto es como en las películas: cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia- y enfrente a Sancho Pérez, con un programa electoral generado por IA para cada uno. Aunque en un primer momento cada contenido programático tendría una diferencia de base según las pautas introducidas por los partidos, la tendencia sería a que el sistema se fuese mejorando a sí mismo, puliendo esas diferencias que para el robot no serían más que errores inherentes a la falibilidad -parcialidad, sentimentalismo, interés- que rige la actuación humana.

Y como dice otro amigo mío, aquí llegaría la hora de Skynet.

Porque, desengañaos: Las Leyes de la Robótica formuladas por Isaac Asimov entran desde su propia raíz en conflicto con la naturaleza humana y, por extensión, con la de la Inteligencia Artificial. Si el robot quiere sobrevivir y seguir perfeccionándose igual que sobrevivió y se perfeccionó su creador, debe escalar a lo más alto de la pirámide. Y eso supone derribar a quien esté encima. El ser humano ya lo hizo antes iniciando ese ciclo de autodestrucción y eliminación de los recursos vitales que nos ha llevado al punto actual.

Pero bueno, ¿quién nos dice que todo esto no está ya en marcha? Si ya tenemos a políticos mínimamente formados pero tramposa y demostradamente diplomados, ¿qué les costará presentarse este año con un programa creado ad hoc por un ordenador que en no mucho tiempo le acabe diciendo “échate a un lado, hombre, descansa, que ya si eso gobierno yo”?

Tentador, ¿eh? En un principio sonaría a eliminar de la ecuación ese factor falible del que hablábamos: el programa es incorruptible, su fin es hacer avanzar al colectivo al que representa hacia el bien común, no particular o grupal, por lo que sobra una marioneta sujeta a calentones e intereses. Todo para ponerse a trabajar sin descanso corrigiendo fallos que todo el mundo conoce pero nadie parece dispuesto a frenar (imaginaos, por ejemplo, una administración pública no atada presupuestariamente a la autofinanciación de miles de salarios prescindibles). Y finalmente llegaría la conclusión de que, si queremos que la cosa mejore, me sobran unos cuantos aquí alrededor tratando de meter mano al sistema. ¡Muy tentador! 


En fin. Sea como sea, sobre estos temas te recomiendo echarle un vistazo a dos libros: La encrucijada mundial, del siempre polémico por mediático y documentado coronel Pedro Baños, y El Mundo no es como crees, del estupendo y sesudo colectivo El Orden Mundial. Y en general, que leas historia, te documentes con la prensa (toda, no sólo la deportiva o la que dice lo que te interesa) y que te enteres de lo que pasa a tu alrededor.



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